Las españolas, malas perdedoras: un experto explica su comportamiento tras el drama de la Eurocopa

Quien pierde, lo pierde todo. El deporte demuestra brutalmente lo que está mal en nuestra sociedad. El experto en conflictos Christoph Maria Michalski explica cómo nuestra obsesión por el éxito está desplazando la empatía y la decencia.
Es un síntoma de nuestros tiempos: perder ya no es una opción. Quienes no ganan desaparecen. Quienes quedan en segundo lugar no cuentan. Y quienes demuestran su valentía en la derrota son rápidamente tachados de débiles. Esta mentalidad se extiende del campo de juego a la sala de juntas y a los dormitorios de los niños.
Un ejemplo amargo: Todos conocemos a Neil Armstrong , el primer hombre en pisar la Luna. Pero ¿cómo se llamaba el segundo? Exactamente. Buzz Aldrin, solo 19 minutos después, está casi olvidado hoy. Porque nuestra sociedad solo celebra el primer puesto. ¿El resto? Una nota al pie. Desaparecido en la nebulosa de la mediocridad.
Ya sea la final de la Eurocopa , la cancha de tenis o los Juegos Olímpicos, cualquiera que vea las imágenes tras una derrota suele ver algo más que frustración. Se lanzan camisetas, se insulta a los rivales, se grita a los árbitros. La retórica es la misma en todas partes: injusta, inmerecida, injusta. Casi nadie dice: "Simplemente no fuimos lo suficientemente buenos". La gente prefiere insultar verbalmente a los demás antes que cuestionar su propia vanidad.
¿Por qué? Porque las derrotas en el sistema de alto rendimiento se consideran fracasos personales. No solo para deportistas profesionales. También para directivos, estudiantes y autónomos. Quien pierde, pierde reputación. Y en una sociedad que se esfuerza constantemente por superarse, eso es más peligroso que una fractura.
A menudo se exige justicia, pero solo mientras contribuya a la propia victoria. Si el resultado no es el correcto, el héroe del juego limpio se convierte rápidamente en un quejoso. Porque hemos olvidado cómo lidiar con la derrota. En lugar de resiliencia, aprendemos a justificar. En lugar de aplomo, vemos ataques de llanto en camisetas.
Esto demuestra carácter. No en la celebración, sino en la derrota. Quienes mantienen la calma, evalúan su propio desempeño y felicitan a su oponente demuestran verdadera grandeza. Desafortunadamente, hoy en día, a estas personas se les suele considerar débiles. O, peor aún, poco ambiciosas. Esta distorsión es tóxica y permea todos los ámbitos de la vida.
"Si quieres ganar, tienes que estar en llamas", dicen. "Y si estás en llamas, también puedes explotar". Pero ese es un mito peligroso. Los malos perdedores no son ganadores particularmente apasionados; son personas con falta de autorregulación. Su ambición no está enfocada, sino descontrolada. Está dirigida contra los demás y contra sí mismos.
Claro: sin ambición, no hay progreso. Pero sin tolerancia a la frustración, no hay desarrollo. Quienes no saben perder, acaban pereciendo, tanto en el deporte como en la gestión. Destruirlo todo en el momento de la derrota no es señal de fortaleza. Es señal de falta de madurez.
Es un síntoma social. Porque todos participamos. Celebramos a los ganadores, citamos sus palabras y escribimos sus nombres en los libros de historia. ¿Los subcampeones? Notas al pie. O, como Buzz Aldrin, simplemente los olvidamos.
No te quedes en segundo lugar. Los niños aprenden rápidamente lo que importa. Cualquiera que pierda un partido de fútbol y su padre lo mire mal se da cuenta de que perder no está permitido. Cualquiera que saque una nota media en la escuela y escuche que otros sacaron una sobresaliente aprende que casi no es suficiente. Eso deja una profunda impresión. Y a la larga, destruye sus ganas de aprender, de arriesgarse y de probar cosas nuevas.
Porque quienes solo son amados cuando ganan no desarrollan una personalidad, sino una coraza de rendimiento. No formamos personas resilientes, creativas y empáticas, sino personas con iniciativa. Y eso no empieza en el internado deportivo, sino desde el jardín de infancia. Cuando el jugador más rápido recibe el mayor aplauso en un juego de "Ponle la cola al burro".
Esta mentalidad persiste en el ámbito laboral: las presentaciones deben "ganar", los proyectos deben "dominar el mercado" y los empleados deben "prevalecer". Quienes expresan ideas que no tienen eco no son alentados; al contrario, son devaluados. En muchas empresas actuales, el liderazgo significa mostrar fortaleza, no debilidad. Moderar las críticas, no digerirlas.
Los estudios demuestran claramente que quienes afrontan los reveses con reflexión lideran de forma más sostenible, saludable y exitosa. Pero mientras ocultemos nuestros segundos puestos y tratemos las debilidades como un revés profesional, seguiremos atrapados en una espiral tóxica de rendimiento.
Finalmente necesitamos replantearnos las cosas. No todos pueden ser siempre los primeros, y eso es bueno. Porque el verdadero desarrollo reside en el camino hacia la cima. El crecimiento reside en afrontar el fracaso. Y la humanidad reside en perder justamente.
Necesitamos una cultura donde el segundo en llegar a la luna reciba el mismo reconocimiento que el primero. Donde los niños aprendan: Perder no es malo, ser injusto sí. Donde los jefes digan: «Hemos aprendido algo». Y donde los atletas digan después de una final: «Lo dimos todo, y felicidades al mejor equipo».
Porque al final, lo que cuenta no es el trofeo que tienes en la mano, sino la persona que ves en el espejo.
Este artículo proviene del Círculo de EXPERTOS , una red de expertos seleccionados con amplios conocimientos y amplia experiencia. El contenido se basa en evaluaciones individuales y se ajusta al estado actual de la ciencia y la práctica.
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