Compulsivos y reincidentes: así son los peores violadores seriales de España

La mayoría de los violadores seriales dicen no poder controlarse. Algunos se aferran a un pasado traumático para explicar sus desvíos. Pero hay una gran diferencia entre no poder y no querer. Los actuales manuales de psicopatología, al abordar el trastorno parafílico que es diagnosticado a menudo en estos casos, mencionan el “impulso irrefrenable”. Como si no fuesen capaces de pararlo. Y es cierto. No cesan. Pero incluso bajo esta premisa, mantienen el raciocinio, la capacidad para distinguir el bien y el mal, y la oportunidad de afrontar sus pulsiones abordándolas, en lugar de desplegarlas. Sin embargo, escogen la vía fácil. La más satisfactoria. La crónica negra española suma numerosos titulares sobre violadores en serie. La mayor parte de ellos reflejan un elemento común, y no es su pasado. Es su futuro.
El violador del portalExisten demasiados “violadores del portal”. Bajo este título han operado decenas de agresores. Entre los más recientes destaca la detención, hace pocos días, de un individuo que actuaba en Petrer y Elda. Llegó a agredir a la misma mujer en dos ocasiones distintas y llevaba actuando desde 2017. Merodeaba por las calles en bicicleta al acecho de sus presas. Sorprendía a sus víctimas por la espalda, de noche, cerca de sus casas. Es acusado de 11 agresiones. El pasado mes de abril, en Valencia, se detuvo a otro hombre investigado por más de una decena de agresiones sexuales. Trataba de usar la técnica del mataleón y actuaba también cuando caía el sol, por los portales de la ciudad.
Hace diez años, otro violador serial sería calificado de la misma manera, el enésimo “violador del portal”. Era Pablo García Ribado, detenido por segunda vez en 2014, pocos meses después de salir de prisión por la derogación de la doctrina Parot tras haber sido encarcelado por agredir mujeres en los años 90. Se contabilizaron hasta 74 agresiones. Tardó pocos meses en volver a actuar después de ser liberado, y se convirtió en uno de los mayores depredadores sexuales de la historia de España.
El elemento común entre estos individuos es la compulsión. Su modus operandi es el mismo, el más sencillo: aprovechan el descuido. Buscan su presa. Hay planificación en sus agresiones, por lo que están exentos de empatía o de excusas, tal como ocurría con el violador del ascensor.
Pedro Luis Gallego, conocido como el “violador del ascensor”, actuó en los 90. Le denunciaron hasta 18 mujeres, pero pudo haber agredido a medio centenar. Mató a dos de sus víctimas en 1992 por tratar de resistirse: primero a Marta Obregón y, unos meses más tarde, a Leticia Lebrato. Abordaba a sus víctimas en los ascensores. Las amenazaba con arma blanca, las secuestraba y, después de descargar sus pulsiones durante horas o días, las limpiaba para que no quedasen vestigios y las dejaba tiradas en la calle.
Fue condenado a 273 años de prisión, pero sería excarcelado en 2013, él también, por la derogación de la doctrina Parot. Nada más salir, volvió a actuar. En 2017 fue arrestado nuevamente tras haber cometido al menos dos violaciones y dos tentativas en Madrid. “Soy víctima de mí mismo. Me arrepiento de haber nacido”, diría a las autoridades. Intentó suicidarse en prisión. Hoy cumple la permanente revisable después de que el Supremo, en 2020, confirmara la restricción de permisos durante otros 24 años dada su peligrosidad.
Es habitual que los agresores compulsivos se victimicen. Utilizan sus ansias como justificación. Una respuesta vacua porque, en todos estos casos, ellos deciden hacerlo la primera vez y repetirlo las siguientes. Buscan la hora y el lugar exactos para no ser descubiertos, tal como hacía el violador del Eixample.
El violador del EixampleCondenado en 2018 por cuatro agresiones, Francisco Javier Corbacho, de 40 años, abordaba a sus víctimas de madrugada. Las amenazaba con objetos punzantes y lo hizo mientras tenía suspendido el ingreso a prisión por otra sentencia de abuso sexual. Habría comenzado su carrera delictiva en 2004 y seguía a mujeres jóvenes al salir de locales de ocio. Las increpaba con navajas, cuchillos o destornilladores. Las robaba y las forzaba. La Audiencia de Barcelona lo condenó a 66 años y medio, pero cumplirá un máximo de 20, y a partir del quinto año, es decir, desde hace dos ya, dispone de la posibilidad de solicitar permisos penitenciarios.
Arlindo Luis Carbalho Corbero, de 51 años, fue condenado a 514 años como autor de una treintena de agresiones, pero se le atribuyen un centenar de ataques. Actuaba en horas vespertinas por la capital española, seguía a las chicas desde estaciones de metro y autobús hasta sus domicilios, descampados y zonas poco concurridas. Cuando fue detenido en 1997, llegó a exclamar: “¡ya era ora de que me detuvierais!”.
Tenía 23 años cuando comenzó a agredir. Actuó entre 1988 y 1996. Presentaba un comportamiento compulsivo que nadie de su entorno había identificado. Le regalaba a su familia lo que robaba a sus víctimas. En 2017 quedó en libertad tras cumplir 20 años de prisión. Al salir declaró sentirse rehabilitado. “No necesito castración química, puedo contenerme”. Pidió perdón a las víctimas y se fue a vivir con su madre a Valencia.
¿Nacen o se hacen?Aunque las mujeres sean los principales objetivos, nuestra crónica negra ha reflejado casos graves de pederastia como el del Pelicot catalán, que será juzgado el próximo octubre, o el del Mataviejas, que actuó en Santander a finales de los 80 y atacaba a mujeres ancianas. Muchos de estos perfiles muestran patrones compulsivos, conducta ritualista y ausencia de empatía, lo que los vincula con trastornos como el TNP (trastorno narcisista), TPA (trastorno de personalidad antisocial) o parafilias como la violación sádica o coercitiva. La impunidad actúa como factor de consolidación del patrón.
El psicólogo Nicholas Groth propuso tres tipos de violadores seriales: los que actúan para afianzar su superioridad frente a la víctima, quienes lo hacen como descarga explosiva de ira, o aquellos sádicos que buscan el sufrimiento para excitarse. Los perfiles varían, las consecuencias son parecidas.
Antiguamente los análisis se enfocaban en razones innatas, pero las nuevas investigaciones apuntan cada vez más a motivos ambientales y sociales, que se agregan a pasados traumáticos y presentes culturales. Puede haber casos de puras tendencias endógenas, pero la mayoría de las veces el violador serial se hace, no nace. Si la reiteración de la conducta es un elemento común, se debería enfatizar en el tratamiento penitenciario. El pasado no puede cambiarse. El futuro debería poder reescribirse.
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