Crónicas del abandono de Leopoldo Brizuela: memorias en carne viva
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El escritor Leopoldo Brizuela – autor de títulos como Tejiendo agua, Inglaterra y Los que llegamos más lejos, entre otros y ganador del Premio Clarín Novela 1999- murió en mayo de 2019, a los 55 años. En su casa de Tolosa, La Plata, quedaron decenas de cuadernos, biblioratos y cajas que contenían gran cantidad de textos de su autoría. Durante su último año de vida organizó su archivo personal, que contenía, entre otros manuscritos, los que integran Diario del abandono (Bosque energético, 2024).
Diario de Abandono
Leopoldo Brizuela
Editorial: Bosque energético
“Conecté muy intensamente con Leopoldo Brizuela y su obra de una manera muy inesperada para mí porque fue parte de la revista El ansia, una publicación literaria de unas 300 páginas, con formato de libro, que dedicó su último número a tres escritores y uno de ellos era él”, dice Guido Herzovich, investigador en Literatura Hispanoamericana y colaborador en la edición del diario. Cuenta que en 2019 mantuvo una conversación “muy intensa, muy linda”, con el escritor –que murió en ese mismo año- y luego sostuvieron a lo largo de dos meses el intento de organizar un encuentro. “Él estaba visiblemente enfermo, aunque minimizó mucho su enfermedad”, recuerda el investigador.
La idea inicial de aquel encuentro era juntarse en Ensenada, cerca de donde residía Brizuela, comer en el club náutico local y recorrer su zona de influencia. “Porque ese es el espíritu de la revista”, cuenta Herzovich. “Seguir a un autor durante un año, conocer los lugares por donde circula en la actualidad y en los que vivió, para conocer su historia y después escribir distintos textos sobre ese año que pasamos juntos”, agrega. El texto debía ser escrito como una crónica, pero sobrevino la muerte del autor. Entonces Herzovich se contactó con Ariel Sánchez, su viudo, para entrevistarlo con la idea de trazar una semblanza de Brizuela a partir de los relatos de quienes lo conocieron.
“Fuimos a la casa de Ariel, que es un tipo muy, muy extraordinario; habían pasado cinco meses desde que había muerto Leopoldo, él estaba muy visiblemente en duelo. Pero su modo de duelar era absolutamente hospitalario, estuvimos juntos en la casa que había sido de la familia Brizuela, donde siguió viviendo Ariel, donde vivieron juntos diez años. Ahí nos mostró sus cosas, y un archivo personal de Leopoldo muy impresionante”, cuenta Herzovich.
Durante sus últimos años, Brizuela trabajó en el Departamento de Archivos de la Biblioteca Nacional, en colecciones personales. Al desarrollar esa tarea adquirió gran conocimiento en el área: así fue como comenzó a organizar su propio archivo, que antes había sido un conjunto de papeles dispersos por distintos rincones de la casa. “Había clasificado los materiales con cierto criterio”, cuenta el investigador. “En distintos espacios comenzaron a aparecer carpetas etiquetadas, en las que Leopoldo había ido ordenando todo ese inmenso material. Ariel sacó algunas cartas y leyó pequeños textos, algunos archivos de la computadora; realizamos con su guía un pequeño ‘tour’ que incluía el archivo”, dice el autor del artículo sobre Brizuela, quien después de escribirlo quedó tan entusiasmado con su figura y con el material que fue apareciendo que continuó con la indagación sobre él en decenas entrevistas, que reunirá en un libro de pronta aparición.
Leopoldo Brizuela
Foto: Gustavo Garello
–¿Brizuela escribió el Diario del abandono con la intención de que fuese publicado?
–En este cuaderno está muy claro que tiene un tema y una preocupación que está explorando. Hay algo de la escritura diarística, cotidiana, pero hay un proyecto. Organiza el material, hay una idea de qué forma va a tener el texto completo. Hay elementos muy fuertes de la estructura narrativa, por ejemplo: el elemento que desencadena la escritura de este diario es la idea, la sospecha de que hay una escena de su infancia, ocurrida cuando tenía cinco años, que explica algo del temor al abandono que lo persigue en este momento de su vida. Esa escena, anunciada muy al comienzo, se cuenta recién en la página 100. Hay algo ahí muy deliberado, con los instrumentos de la narración, que no es habitual en un diario íntimo. En parte porque es un texto relativamente corregido, diferente al original manuscrito, pero sobre todo creo, porque tiene un proyecto. En ese sentido podría decirse que, si bien es un texto confesional y autobiográfico, con estructura de diario, no es estrictamente un diario.
–¿Qué diferencias hay entre los textos de este libro y los de los otros diarios personales de Brizuela?
–Sus primeros diarios completos son de dos o tres años antes de haber escrito estos textos. Una diferencia fundamental es que estos anteriores fueron escritos al calor de la mano, va escribiendo cada día lo que siente. A la vez, siento que hay algo doble en el sentido de la comparación con los otros diarios que me pareció muy evidente: es un texto en carne viva, con una densidad muy clara, una puesta en juego de su historia personal; la idea que se hace de sí mismo, sus proyectos y fantasías acerca de qué vínculos amorosos es capaz de tener. Hay algo de trabajo sobre sí, de indagación y transformación. Todo esto escrito con una muy fuerte convicción y con gran seriedad. Pero también es elemento de proyecto narrativo, complejidad en la construcción, sofisticación, y un diario con una lista final de citas.
Todos estos elementos indican una idea de obra, dan para pensar que fantaseó con publicar este texto, hacerlo público de algún modo y que circule entre cierta gente. Creo que la convivencia de estos dos aspectos es lo que lo vuelve tan potente. Por un lado, fue pensado para ser leído por otros: es un texto accesible y hospitalario con el lector, al menos mucho más que otros diarios de Leopoldo, que son más difíciles de leer porque no se sabe quiénes son los personajes, cuenta historias por la mitad, anticipa que va a contar al día siguiente algo que no se resuelve esa noche y finalmente no lo hace, etc. Por otra parte, está la intensidad vivida. Eso creo que convierte el texto en algo muy particular.
–Yo creo que es un gran tema en varios sentidos. Este es un texto que escribe a dos años e haber cortado con su última novia, mujer, y de haber empezado a salir con chicos. Llevaba dos años de aventuras, intentos de formar vínculos más estables, habiendo sufrido mucho y armado una especie de comunidad gay, sobre todo en La Plata. Después vendría a Buenos Aires, muy decepcionado por esa familia elegida. Pero creo que hay algo de la experiencia que lo inspira y empuja a escribir este texto que es histórica, que tiene que ver con el tipo de comunidades que integraban ciertos gays de ese momento, a fines de los 80 y principios de los 90. Si decían o no que eran gays, qué tipo de vínculos sentían que podían formar entre sí, los lugares donde podían salir o no, sentirse libres o no: la experiencia que escribe en el diario tiene que ver con las condiciones de posibilidad. Si bien todas las experiencias amorosas se relacionan con la posibilidad del amor en cada momento –hay algo social en el amor siempre– en este caso creo que se ve de un modo muy claro en el sentido de que ellos no tenían demasiados modelos de relaciones. Había poca información, no había internet para investigar estas cosas, no eran gays conectados con el pasado. Aunque Leopoldo sí tenía un vínculo muy bueno con María Elena Walsh, por ejemplo. En ese sentido tenía ahí un modelo muy bueno de homosexualidad.
El periodista Antonio San José habla en videoconferencia con Leopoldo Brizuela ganador del Premio Alfaguara de Novela 2012 por su obra "Una misma noche".
Foto: Gustavo Barrenechea, EFE
Impactado por el material con el que se había encontrado, Herzovich habló con Sánchez, heredero de los derechos de Brizuela, quien autorizó la publicación del diario. “Él tiene una relación intensa con la intimidad de Leopoldo; en mi caso, con respecto a los textos no publicados mi sensación es estar entre la traición y la reparación histórica”, cuenta. Y agrega que, si bien considera que él tuvo la intención de publicar en algún momento este material, es probable que no hubiese contado con esa posibilidad en el momento en el que fue escrito. “El hecho de que hoy sea fácil encontrar una editorial que pueda publicar un género como este en un momento social y cultural determinado –está muy claro que un relato como el de Leopoldo hoy es más legible que hace 30, 35 o 20 años– genera una idea muy fuerte de reparación. Pero, a la vez, él fue muy cuidadoso en relación a lo que publicaba y lo que no. No fue un tipo al que le gustara revelar sus intimidades, publicar textos muy íntimos”.
El investigador sostiene que el punto de contacto del diario y el giro que dio la obra de Brizuela a medida que avanzaba es el de la escritura autobiográfica. “El proyecto en el que estaba trabajando antes de morir”, cuenta, “era una autoficción, un libro sobre su padre”. Y agrega que el escritor viajó a La Rioja en busca de material vinculado a su historia personal, sobre todo familiar. “Yo creo que descubrió esa veta como apertura posible para su escritura, y que este diario, aunque es de mucho antes, se puede considerar como un documento de ese proceso”.
Brizuela descubrió a través de ese proyecto que podía investigar cuestiones vinculadas a la sociedad y la historia argentina, a través de su historia familiar, y la tensión existente entre la historia familiar de su padre y la de su madre, que eran muy diferentes entre sí. El padre era del interior, hijo de una empleada doméstica de origen indígena, que trabajaba para familias acaudaladas que vivían entre La Plata y La Rioja. Su madre provenía de una familia de inmigrantes humildes que llegaron desde una zona rural del sur de Europa hasta Ensenada y luego ascendieron de clase.
Leopoldo Brizuela con Vlady Kociancich y Andrés Rivera, en 1999 cuando ganó el Premio Clarín Novela por su libro Inglaterra, una fábula.
“Desde mi perspectiva, el giro en su carrera tiene esta mezcla entre lo personal y lo literario, lo premeditado y lo elaborado”, dice Herzovich. “Es un texto complejo, sofisticado. Los textos de autoficción de los últimos años son de una complejidad absoluta, no son confesionales en lo más mínimo, tampoco el viaje a La Rioja iba a serlo. Y lo que empezó como una exploración de su abuelo ausente, el padre de su padre, del que no sabía nada, y del que su padre no quería hablar, se convirtió en una exploración de los vínculos heredados del período colonial, también”. Y agrega: “Mi sospecha es que este libro lo hubiera publicado, pero lo que creo es que vivió desfasado de su tiempo durante muchas décadas, y que en los últimos años su época se iba acercando a él, y por lo tanto él había empezado a legitimar cosas que había hecho desde siempre. Por ejemplo, leer a las mujeres. En los últimos 15 o 20 años Leopoldo empezó a considerar que podía sentirse legítimo, explicar por qué había hecho cosas desde siempre de una manera mucho más intuitiva. Él y la época se fueron acercando lentamente, creo que de haber vivido más tiempo hubiera llegado a sentirse mucho más cómodo”.
Clarin