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Frente a las amenazas, más periodismo

Frente a las amenazas, más periodismo

En estos tiempos en que los hechos se manipulan en la dirección que marcan los intereses de determinados grupos o sectores y en los que la verdad se cocina al gusto del consumidor para imponer un determinado relato –da igual que sea cierto–, el periodismo serio y de calidad, el que aporta valor, resulta más necesario que nunca. Sin embargo, la profesión periodística atraviesa una de las épocas más complicadas para su ejercicio en libertad, dentro de un contexto de polarización y auge de los populismos que atenta contra la función esencial de uno de los pilares de la democracia, como es la prensa libre e independiente. Hemos pasado de 'matar al mensajero' –expresión histórica utilizada para culpar al informador por el hecho de difundir una noticia veraz protagonizada por un tercero– a amedrentarlo con todo tipo de insultos, amenazas e improperios, que encuentran su hábitat soñado en las redes sociales, convertidas en paraísos de la impunidad y en canales perfectos para propagar el odio y el terror. Los periodistas, no solo en España, venimos sufriendo esta situación de acoso e intimidación prácticamente desde el nacimiento de los foros digitales, procedentes muchas veces del entorno de partidos políticos extremistas, cuando no de sus propios dirigentes. A la publicación de contenidos veraces y contrastados se reacciona con graves descalificaciones y sin aportar ni un solo dato o prueba que las sostenga. El único objetivo radica en desacreditar el trabajo periodístico e intentar coartar a los profesionales que cumplen con su obligación de garantizar a los ciudadanos el derecho a recibir libremente información veraz, como recoge el artículo 20 de la Constitución Española.

Los recientes acontecimientos registrados en la localidad murciana de Torre Pacheco, donde la agresión a un vecino por parte de tres magrebíes ha desatado una ola de racismo y xenofobia alentada por grupos ultras, ha vuelto a poner a los periodistas en el punto de mira de los radicales y, lo que es peor, se ha pasado de las palabras a los hechos. Las ofensas y las provocaciones han dado el peligroso salto del espacio virtual al físico.

En 'La Verdad' hemos experimentado esta desagradable circunstancia muy recientemente a propósito de nuestra cobertura informativa sobre los altercados del municipio pachequero, escenario desde el viernes pasado de enfrentamientos entre bandas ultraderechistas e inmigrantes exaltados. Un auténtico polvorín social que, desde el minuto uno, hemos abordado en nuestro periódico con profesionalidad y honestidad, anteponiendo los hechos contrastados a cualquier tipo de sensacionalismos, porque la delicada coyuntura requería informar con responsabilidad, al margen de los relatos que nos han intentado imponer los agitadores de las convocatorias para salir «a la caza del moro» y de partidos, como Vox, que no solo no han condenado los disturbios, sino que los han alentado con sus proclamas a favor de las deportaciones masivas de extranjeros sin papeles.

Tras varios días de insultos a nuestro medio de comunicación en redes sociales, después de hacernos eco de la propuesta de la formación de Abascal de expulsar de España a unos ocho millones de inmigrantes ilegales y sus descendientes –existen vídeos para comprobar su veracidad, aunque Vox diera después marcha atrás–, este pasado martes, en plena crisis de Torre Pacheco, nos desayunamos con una pancarta frente a la sede del periódico en Murcia en la que se podía leer el siguiente mensaje intimidatorio: «Blanqueadores de la violencia inmigrante». El cartel, colocado de madrugada, iba firmado por Falange de las JONS con el escudo fascista del yugo y las flechas. Se empieza vomitando insultos en internet, luego intentando amedrentar con mensajes mafiosos y, por qué no, cometiendo agresiones físicas llegado el caso. La deriva coercitiva parece no tener límite, y en este fango totalitario nos vemos obligados los profesionales de la información a desempeñar nuestra necesaria labor, sin que las autoridades con capacidad de legislar hagan lo suficiente para expulsar del sistema a los intolerantes que persiguen la extinción de los medios de comunicación que no comulgan con su ideología.

Este fenómeno de vetos se extiende como la pólvora por todas las democracias del mundo. Los populismos ganan adeptos mediante soluciones simplistas a problemas complejos, muy complejos, como es el caso de la inmigración desordenada. Y para ello no dudan en negar la verdad por más evidente que sea, como ha quedado en evidencia –pese a la rectificación posterior– en las expulsiones masivas de ilegales planteadas por la extrema derecha y que, acogidas con júbilo por radicales y xenófobos, pudieron servir de pretexto a los violentos.

ABC.es

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