Mario Alonso Puig: «Todos tenemos un potencial dormido que permite lograr lo imposible. No es que lo crea, lo he visto»
Mario Alonso Puig, reconocido cirujano, divulgador y escritor, se encuentra desde el pasado mes de marzo inmerso en una apretada gira con su conferencia 'Haz lo imposible'. Recién llegado de Paraguay, tras impartir sus charlas en varias ciudades españolas, Latinoamérica y Estados Unidos, ha visitado ABC para sentarse en el sillón de Diálogos de Familia.
Mario, lo que parece imposible ¿siempre puede ser una meta alcanzable?
No, no. Todo lo que nos parece imposible no siempre es alcanzable. Hay cosas que sobrepasan la razón por ser absurdas. Por ejemplo, es absurdo que pretenda volar moviendo las orejas. Cuando hablo de imposibles, me refiero específicamente a que hay veces en la vida en la que nos encontramos con obstáculos que nos parecen imposibles de superar, como enfermedades, ciertas situaciones económicas, distancias familiares, pasados muy dolorosos… A eso, lo llamo 'las montañas'.
Otras veces nos sentimos muy solos a la hora de tomar decisiones porque percibimos que las personas no acaban de entender nuestros sueños o la situación por la que pasamos... Es lo que que denomino como 'los desiertos'.
También hay ocasiones en las que tenemos que tomar decisiones muy difíciles, tanto personales como profesionales o familiares... Aparece la sensación de estar ante un precipicio: «Si doy este salto, ¿qué va a ser de mí? ¿Me romperé la cabeza? ¿Encontraré algo en lo que apoyarme?». A eso, lo llamo 'los precipicios'.
En algunas situaciones sentimos una confusión profunda, llena de dudas. Eso es 'la cueva'. Y, otras veces, hay una incertidumbre de tal calibre que nos sentimos bloqueados: lo llamo 'los océanos'.
En mis conferencias de 'Haz lo imposible' lo que quiero es mostrar un camino para superar esas montañas, caminar con ilusión por los desiertos, atreverse a saltar ante los precipicios, entender —como decía el profesor Joseph Campbell— que el tesoro que buscamos está precisamente en esa caverna que tememos para lanzarnos a ese océano convencidos de que vamos a encontrar un continente por descubrir.
Estas son cosas que los seres humanos podemos superar, pero la mente se las arregla para que las percibamos como imposibles. Mi experiencia, tanto personal como acompañando a muchas personas durante décadas, me demuestra que se puede superar. No es que a la razón le repugne, es que le parece algo tan grande como para ser posible.
Siempre tenemos que contar con la razón, lo que pasa es que, en este caso, sobrepasa lo que a ella le parece posible. Ese es el campo que más me interesa porque es el de los grandes avances, en el que las personas mejoran sus enfermedades, resuelven problemas familiares y se enfrentan la incertidumbre con mucha más confianza.
Sin embargo, no todas las personas tienen la misma fortaleza para enfrentarse a esas situaciones que comentas. ¿De qué depende?
La fortaleza depende de la potencia de tu 'por qué' y de tu 'para qué'. Una madre o un padre pueden tener poca fortaleza física, pero si hay un incendio y su hijo está tras una puerta, te puedo garantizar que, salvo que sea de acero blindado, se llevan la puerta por delante. ¿Cómo es posible si aparentemente no tienen esa fuerza? Por algo que siempre a mí me ha fascinado que es el potencial dormido.
Cuando uno encuentra un motivo de suficiente alcance, emerge un potencial que nos sobrecoge. Lo que falta muchas veces es un verdadero propósito en la vida, algo que vaya más allá del deseo puntual. Todo ser humano tiene la capacidad de sacar un potencial, no solo desconocido, sino de una envergadura impresionante. Ahora bien, ¿cómo va a expresarse ese potencial? Depende. ¿Está ese potencial en todo ser humano? Carezco de dudas. Lo he visto en personas que han enfrentado enfermedades, situaciones económicas extremas, conflictos familiares... Por tanto, no es que lo crea, es que lo sé. Nos cuesta creerlo porque nuestra mirada carece de profundidad. Nos quedamos con la apariencia, pensamos que si los resultados que he obtenido toda mi vida son estos, ¿cómo puedo aspirar a más? Claro, es verdad, tú has obtenido esos resultados porque no has hecho emerger el potencial que tienes. En el momento en el que te das la oportunidad, vas a tener resultados diferentes. Pero, ¿cómo vas a aflorar ese potencial si ni siquiera te das oportunidad, no te abres a la posibilidad de que exista? Si tú haces de tu apariencia toda tu vida, de tus resultados todo lo que eres, de lo que piensas lo que te define... Las grandes transformaciones suceden cuando una persona conecta con su potencial, lo despliega y lo hace florecer. Entonces, lo imposible se vuelve posible.
¿Qué importancia tiene la educación que se recibe desde la infancia para tener ese propósito del que hablas?
Muchísima. La familia es la base de todo. Es como la célula, que si no está cuidada, cómo va a estarlo el órgano. Los seres humanos aprendemos observando. Fue muy importante el descubrimiento de las neuronas espejo en la Universidad de Parma (Italia), cuando vieron, estudiando a un grupo de macacos, unas neuronas desconocidas que se activaban en otro macaco; es decir, como si el otro macaco estuviera haciendo lo que los macacos estudiados. Que se activen neuronas motoras en el que estaba pelando un plátano, se entiende; pero que se activen las mismas neuronas en un macaco que sólo lo está viendo, es lo sorprendente. Esas neuronas espejo tienen mucho que ver con el aprendizaje, con la socialización y conexión. Es decir, que los seres humanos aprendemos observando a quienes están cerca: padres, hermanos, profesores...
Vamos absorbiendo, sin darnos cuenta, sus creencias, maneras de pensar, interpretaciones... Y ese conjunto es importante cuidarlo desde edades tempranas, incluso de los cero meses al primer año, cuando parece que «el niño no se entera», ¡pero sí que se entera de todo! Es una época importantísima. Es vital que el niño se sienta querido, acompañado. Tiene una importancia extrema.
Y ahora, muchos padres están preocupados en exceso con la adolescencia, por el uso excesivo de redes, el abandono escolar… ¿Qué se puede hacer cuando parece imposible que un hijo deje el móvil o saque adelante sus estudios?
Lo primero, hace falta un poco de coherencia. Los adolescentes también son un espejo nuestro. Debemos empezar por dejar nosotros mismos el móvil. No podemos exigirles lo que no hacemos. Nuestros hijos no harán lo que decimos, harán lo que ven que hacemos. Si les decimos que dejen el móvil, pero nosotros no lo soltamos, no sirve de nada. En segundo lugar, hay algo que el ser humano busca que es la conexión. Somos seres de encuentro, de vínculo. Podemos estar muy conectados a las redes sociales, pero muy poco vinculados. Entre padres e hijos debe haber una escucha atenta, real, sin dogmas, sin decirles cómo vivir, sino interesándonos en cómo tienen la ilusión de vivir. Muchas veces tenemos un modelo mental de éxito para nuestros hijos, pero ellos nos observan y ven si nosotros somos felices. Si no lo somos, nuestra venta del supuesto éxito no les va a a convencer.
Si nos ven alegres, que no nos derrumbamos ante dificultades, que tratamos bien a los demás, con respeto... lo incorporan. Lo que falta es escucha, tiempo juntos, decirles y demostrarles que son lo más importante. No vale con cumplir media horita de 'cumplimiento', sino que hace falta preguntarles de verdad: «¿Cómo estás, hijo?». Y escucharlos sin juicio, con ilusión, humildad e interés. Así ganaremos sus corazones, si no harán cosas más banales que no les llenarán, pero les hará reducir la sensación de falta de vínculo.
En general, ¿no crees que estamos demasiado presionados por mensajes del tipo «tú puedes con todo», «si te lo propones, lo consigues»? ¿No generan a veces muchas frustración por no llegar a la meta propuesta?
Sí. Hay dos tipos de mensajes que tienen dos impactos radicalmente distinto. Las mismas palabras pueden tener un impacto u otro. A veces una persona requiere firmeza porque es lo que necesita, otras veces demanda suavidad. Lo importante es ser oportunos. Si alguien tiene la puerta cerrada, no intentes derribarla; intenta que se abra poco a poco.
Lo primero que necesitamos es empatizar con la persona. Si está en un momento muy difícil, siente que no puede, que no es capaz, que esa montaña no la puede escalar..., decirle «ánimo, tú puedes» puede aumentar su frustración. Ella quisiera poder, no es que no quiera poder, y que tú le recuerdes eso es aumentar la distancia entre lo que ella quisiera y lo que se siente capaz.
Es más eficiente es entender su contexto y decirle «entiendo perfectamente cómo se siente una persona ante semejante obstáculo, ¿sabes por qué? porque yo me he sentido tan pequeño ante obstáculos más pequeños. Yo te voy a contar lo que a mí me ha ayudado a superarlo: dar un pasito detrás de otro, hacerme la pregunta de cuál es el paso más pequeño que puedo dar. Pararme y pensar cómo ver la montaña, no en su conjunto, sino como una serie de etapas a superar». Se le puede transmitir que «yo estoy convencido de que tú tienes un potencial del que no eres consciente y si fueras pasando etapas ese potencial se irá desplegando». Entonces,esa persona se siente comprendida. Es decir, no le des instrucciones, un sermón. Conecta con lo humano, con esa sensación de derrumbe, de impotencia. No puedes dar la impresión de que tú puedes con todo, sino que soy un ser humano igual que tú. Y, a partir de ahí, compartes tu experiencia dándole libertad para que ella con lo que tú le das construya su propia historia.
Es decir, los mensajes motivadores deben tener un contexto circunstancial y mental de la persona porque si no el impacto puede ser negativo. Al no entender esto, no se puede conectar con un contexto más profundo que es el ontológico, que es el potencial dormido que la persona tiene y que para despertarlo lo primero que necesita es que tú comprendas su situación, la valores y, entonces, ofrezcas recursos. No le digas cómo tiene que hacer las cosas, aunque tengas buena intención. La frase «tú puedes» se convierte en «tú deberías poder», y eso alimenta la neurosis.
¿Qué otros errores debemos evitar ante un familiar o amigo inmerso en esa cueva que mencionabas al principio?
Tenemos que evitar etiquetar la naturaleza del problema sin comprenderla. Lo mejor es hacer preguntas para intentar comprender lo que esa persona siente, necesita y abrir un espacio de profunda escucha. No convertirnos en en el profesional inmediato que conoce la respuesta. Las respuestas buenas están dentro de la persona, tu misión es ayudarle a descubrirlas. Es un proceso muy bonito porque la solución emerge de la conversación.
Pongo un ejemplo claro. El otro día estuve firmando libros en la Feria del Libro de Madrid. Se me acercó una señora y me dijo: «Mario, estoy enfrentada a la vida». Se le había muerto un familiar, luego otro… ¿Qué le vas a decir a esa mujer? ¿«Vive plenamente»?, ¿«Ánimo»? Le dije: «entiendo que estés enfrentada con la vida. Lo entiendo porque lo que has pasado genera un enorme sufrimiento. Y comprendo que cuando uno está ahí, francamente, cuesta salir. Vamos a ver si encontramos un camino para congraciarnos, de alguna manera, con la vida».
Lo fundamental es que esa mujer se sintió comprendida, ¿no?
Exactamente. Nuestra tendencia es buscar una conexión. Queremos que esa mujer que está triste, que está llorando..., se alegre. Pero es un camino, es un proceso. No es una solución inmediata. No basta con decirle: «Alégrate; mira, estás viva».
En otra ocasión me invitaron en una televisión a tener una conversación con una persona que estaba pasando por un momento muy difícil. Esta persona iba en un barco con su pareja y sus padres. El barco se hundió. Su pareja y él sobrevivieron, pero sus padres murieron. Estaban muy unidos. El error que se puede cometer es decirle: «Pero tu pareja y tú estáis vivos. Celebra la vida». Es un error porque esa persona no se siente feliz. Se pregunta por qué no murió ella también.
Entonces, hay que entender que esa humanidad nos une a todos. Y que si a uno de nosotros le hubiera pasado lo mismo, se sentiría igual. Pero nos cuesta congraciarnos con nuestra vulnerabilidad. Es más fácil ponerse en el papel del que da consejos. El «súperyo», el superhéroe, la perfección... en lugar de aceptar la fragilidad. Solo aceptando la fragilidad y conectando con ella podemos encontrar un camino de vuelta a casa. Si no lo hacemos, podremos tener buenas intenciones, pero no llegaremos al corazón de la persona. No se habrá sentido comprendida.
Mario, me gustaría hacerte una pregunta algo más personal: ¿Qué es lo que a ti te resulta imposible?
Recuerda que cuando hablo de imposibles, no hablo de algo que haga un súperhombre o una súpermujer, sino de algo que cualquier ser humano pueda hacer para vivir de una forma plena, con sentido. Para mí, lo más desafiante es superar, en determinados momentos, las limitaciones que mi ego me quiere poner. Trascender el ego, hacer que ni yo interfiera con mi esencia. Ese es mi desafío constante. A veces lo consigo, otras veces no. Y tengo que reconocer mi vulnerabilidad.
¿Nos puedes poner un ejemplo para entenderlo mejor?
Sí, claro. Estaba dando una conferencia en México, ante muchas personas. No era por el número de asistentes, pero tenía miedo de salir al escenario. Me sorprendió mucho porque no es una emoción habitual en mí. Y allí, en el backstage, a punto de salir, me pregunté: «¿Qué te está pasando Mario? ¿Por qué tienes miedo?».
Y me di cuenta: me importaba brillar. Quería hacerlo muy bien. Y, entonces, me dije: «Tú no estás aquí para brillar. Estás aquí para iluminar». En ese momento desapareció el miedo. Pero fue el ego el que me colocó ante el precipicio. El ego decía: «Tienes que brillar». Al reconocerlo, pude superarlo. Otras veces no lo he logrado. Ese es mi desafío: superar esos límites.
Pero, repito, cuando hablo de hacer lo imposible, no es un canto a la vanidad, sino a la humildad. Es reconocer que tenemos un potencial dormido, que se puede desplegar. No se trata de exigirnos ser perfectos. Todos, empezando por mí, tenemos momentos de bajón, de caída, de desierto... Lo importante es saber que se puede superar y tener la disposición a hacerlo. A veces se logrará. Otras no. Pero siempre se aprende, y cada vez tendrá menos poder para bloquearnos.
Es un proceso de vida, ¿no?
Exactamente. No hay fórmula mágica, pero si aplicas ciertas estrategias, metodologías..., la capacidad de superarlo se dispara. Pensar que uno lo va a lograr en toda situación, siempre, es soberbia. Cuando alguien cree que puede con todo, la vida lo pone en su lugar.
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