Título 42: La migración atrapada entre la política y la frontera
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Era, en su origen, un instrumento concebido para otros tiempos, para otras amenazas. Un resquicio legal que permitía cerrar fronteras no por miedo al extranjero, sino por el pavor a la enfermedad. El Título 42 nació como un decreto sanitario, pero ha terminado por devenir en una herramienta de exclusión, un mecanismo cuya función última no es impedir el ingreso de una epidemia, sino de los hombres y mujeres que huyen de una condena más silenciosa y persistente: la miseria.
Invocado durante la pandemia con la justificación de evitar la propagación del COVID-19, el Título 42 permitió la expulsión sumaria de más de 2.3 millones de personas, negándoles la posibilidad de solicitar asilo, anulando el derecho de cada ser humano a huir de la violencia, del hambre, de la muerte. Ahora, su reinstauración se justifica con un nuevo pretexto: la tuberculosis. Pero la enfermedad que se invoca como amenaza no parece justificar la medida. Estados Unidos registra apenas 2.5 casos por cada 100,000 habitantes, una de las tasas más bajas del mundo. ¿Cuál es, entonces, la verdadera justificación?
Se podría argumentar que ninguna política migratoria puede sostenerse sobre una mentira sin consecuencias. El problema, sin embargo, es que las consecuencias recaen siempre sobre los mismos.
La frontera no detiene la migración, solo la convierte en ruinaEl error fundamental de las políticas de contención no radica solo en su crudeza, sino en su inutilidad. El Título 42 no ha detenido el flujo migratorio, ni lo hará. La miseria, la violencia y el cambio climático no reconocen fronteras, y quien huye no dejará de huir porque un decreto lo dicte.
Las rutas migratorias cambian, se fragmentan, se tornan más crueles. Lo que antes era un trayecto definido y predecible se convierte en una geografía de amenazas. El tramo Irapuato-Torreón, que durante años fue el corredor principal de quienes atravesaban México rumbo al norte, se ha vuelto un laberinto de retenes, un territorio blindado por la Guardia Nacional. Ante el cierre de este camino, la migración se ha desplazado hacia rutas más inhóspitas, más caras, más violentas. Se ha reactivado la ruta del Golfo, que había permanecido casi vacía, y con ella han vuelto los secuestros, las desapariciones, la explotación de quienes ya han perdido casi todo.
La estrategia es la de siempre: crear obstáculos hasta que cruzar sea una proeza tan peligrosa que la disuasión parezca natural. Pero no lo es. La única consecuencia real es que quienes antes avanzaban en caravanas, visibles y protegidos por la solidaridad de algunos grupos humanitarios, ahora lo hacen en la sombra, en la clandestinidad absoluta. Y ahí, en la oscuridad, esperan quienes siempre han sabido aprovecharse del miedo y la desesperación: los traficantes, los cárteles, los depredadores de la desgracia.
México: un muro sin ladrillos y un peón sin opcionesPara México, la reinstauración del Título 42 representa un dilema sin alternativa real. La frontera se convierte en un embudo donde el flujo migratorio no se reduce, sino que se estanca, y las ciudades se vuelven refugios improvisados de una crisis humanitaria que nadie quiere asumir.
Tapachula está rebasada. La Ciudad de México también. Los sistemas de asilo tardan meses en procesar solicitudes que no dejan de acumularse, y los migrantes quedan atrapados en un limbo legal, varados en un país que no es el suyo y que, en el mejor de los casos, los ignora. En el peor, los criminaliza.
A esta carga se suma otra, igual de calculada pero disfrazada de política económica. Washington ha impuesto aranceles al acero y al aluminio mexicanos, una presión que se suma a la lista de chantajes diplomáticos utilizados en el pasado. La historia se repite: cuando el gobierno de Donald Trump amenazó con sanciones similares en 2019, México cedió y aceptó implementar el Programa de Protección a Migrantes (MPP), convirtiéndose en el muro que Trump no pudo construir.
La pregunta es si la respuesta será la misma ahora. ¿Se negociará una vez más el papel de guardián de la frontera a cambio de estabilidad comercial? ¿Cuántos acuerdos más tendrá que firmar México para que la frontera siga funcionando como un filtro al servicio de otro país?
Las repercusiones que nadie quiere admitirEl Título 42 no es una política de migración, es una política de omisión. Funciona bajo el principio de que si la crisis se mantiene lejos, no es problema de quien la provoca. Pero los efectos son tangibles, y las repercusiones geopolíticas de su reinstauración van más allá del cálculo electoral inmediato.
🔹 La frontera norte de México se convertirá en una zona de exclusión humana, con más campamentos improvisados, más desalojos forzados, más enfrentamientos con autoridades que ni quieren ni pueden gestionar la crisis.
🔹 El crimen organizado se fortalecerá aún más, porque cada obstáculo impuesto por una frontera se traduce en tarifas más altas para quienes lucran con el tráfico de personas.
🔹 Las tensiones diplomáticas aumentarán, porque ni México ni las organizaciones internacionales podrán ignorar las violaciones sistemáticas al derecho de asilo.
Nada de esto parece preocupar demasiado a quienes diseñan la política migratoria desde Washington. Para ellos, cada crisis puede delegarse, cada tragedia puede externalizar, cada vida que se pierde en el camino es, en el fondo, solo una estadística más en el tablero de la contención.
La frontera es un síntoma, no una solución
El Título 42 no detendrá la migración, como no lo han hecho antes los muros, las patrullas o las leyes de exclusión. Porque la migración no es un crimen, ni un capricho, ni un cálculo económico. Es una necesidad, una fuerza que no se mide en cifras sino en cuerpos que siguen avanzando, porque no hacerlo es morir en un país que los ha expulsado antes de que cruzaran su primera frontera.
Se puede argumentar que cada país tiene derecho a proteger sus límites, pero nadie tiene derecho a negar la existencia de otro ser humano. Nadie puede pretender que cerrar una puerta es lo mismo que resolver un problema.
Las políticas migratorias se diseñan con decretos y firmadas con tinta negra en escritorios lejanos, pero se ejecutan en los desiertos, en los ríos, en los vagones de tren donde viajan aquellos que ya han perdido casi todo. Y ahí, en ese terreno de nadie, la única ley que sigue vigente es la más antigua de todas: cuando una persona huye de la desesperación, ningún muro la detendrá.
Tal vez quien legisla desde la distancia pueda permitirse olvidarlo. Quienes caminan hacia el norte, no.
elfinanciero