Trump, un Robin Hood invertido: cómo aumentar adrede la desigualdad sin mover un músculo

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Los intríngulis entre Trump y Musk muestran el tipo de capitalismo que ambos representan. Musk se convirtió en el principal donante de la campaña electoral del republicano a través de los comités de acción política, organizaciones formadas para recolectar contribuciones financieras de individuos o grupos y usarlos con el objeto de apoyar candidatos, partidos o iniciativas políticas. A continuación, la Administración Trump regó de subsidios a algunas de las empresas del hombre más rico del mundo. Por ejemplo, contratos gubernamentales masivos a Space X, créditos fiscales y programas de apoyos a Tesla, o bonus privados exentos de impuestos para actividades aeroespaciales. Además, Trump convirtió la Casa Blanca en un concesionario de Tesla con un anuncio de esos coches, delante de la prensa.
Cuando ambos parten peras y rompen, el presidente amenaza al empresario con suspender las subvenciones a las empresas fuertemente dependientes del dinero público: “Sin subsidios, Elon probablemente tendría que cerrar la tienda y volver a Sudáfrica [su país de origen]”, ha dicho Trump. Antes, durante unos meses (enero-mayo), ambos han trabajado a pachas, a través del Departamento de Eficacia Gubernamental para adelgazar la Administración con la expulsión de miles de funcionarios a la calle. Luego, la ley más “grande y hermosa” —The One Big Beautiful Bill Act (BBB)— los ha alejado: Trump cree que con ella construye su proyecto de política económica interior para los próximos años (la exterior está pendiente de la fijación definitiva de los aranceles), mientras que Musk la considera una catástrofe por bajar más los impuestos que los gastos públicos, lo que elevará la deuda nacional en cuatro billones de dólares en la próxima década, que actuarán como una hernia enquistada en la economía americana. Ambos personajes han cruzado mensajes en las redes sociales de las que son propietarios. Musk en X: “Cuando se trata de llevar a nuestro país a la bancarrota con despilfarro y chanchullos, vivimos en un sistema de partido único, no en una democracia. Hoy el Partido América [una idea del multimillonario para quitar en el Congreso unos cuantos votos a Trump] se forma para devolverte la libertad”. Y Trump contesta en Truth: “Me entristece ver como Elon ha descarrilado por completo, convirtiéndose esencialmente en un DESASTRE [con mayúsculas] durante las últimas cinco semanas. Incluso quiere empezar un tercer partido político a pesar del hecho de que nunca ha tenido éxito en los EE UU. El sistema no está diseñado para ellos”. Recuérdense los casos del empresario Ross Perot o del comunicador y activista Ralph Nader.
La BBB hace permanentes los recortes fiscales que introdujo Trump en su primer mandato y que vencían a finales de este año; son impuestos que afectan mucho más a las clases altas que a las medias o a los desfavorecidos. Elimina al menos temporalmente los impuestos sobre las propinas (que sustituyen cualquier síntoma de salario mínimo) o a las horas extras. También aumenta el límite de endeudamiento del país (se sustituyen impuestos que hay que pagar progresivamente según lo que se gana o lo que se tiene, por deuda, que hay que devolver linealmente), reduce en 900.000 millones de dólares el seguro médico público para los más pobres (Medicaid), de forma que alrededor de 12 millones de ciudadanos perderán esa cobertura, y el programa de asistencia de alimentos a los más necesitados. Incrementa las dotaciones para defensa y seguridad, incluidas las de las fronteras más utilizadas por los emigrantes; o elimina los créditos fiscales para las energías limpias.
Sin piedad. Muchos analistas lo conciben como la acción de un Robin Hood invertido. Larry Summers, no precisamente un economista rojo, secretario del Tesoro con Clinton y expresidente de la asediada universidad de Harvard, ha calificado a la BBB como “vergonzosa” y un ataque el sistema de protección americano. Ha comparado la situación económica de EE UU con el caos fiscal en el Reino Unido en 2022, alertando de un posible “efecto Liz Truss”, que pretendió grandes recortes de impuestos compensados por enormes cantidades de deuda.
No hay un solo economista imparcial que crea que esta ley es fiscalmente sostenible.
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