Alerta 'Nudify': La IA alimenta apps que 'desnudan' cualquier foto

¿Qué ocurre cuando una tecnología se convierte en un arma de acoso y violencia digital? ¿Y si los pilares de internet —Amazon, Google o Cloudflare— no solo no lo impiden, sino que lo facilitan de forma indirecta?
En los últimos dos años, han proliferado las webs y aplicaciones que permiten crear imágenes falsas de desnudos a partir de fotos reales, sin el consentimiento de las personas retratadas. La promesa de apps que hacen de 'rayos X' no es nueva, pero sí que ha vivido un resurgir gracias a la IA.
Una nueva investigación ha arrojado luz sobre el alcance, el modelo de negocio y los actores que hacen posible esta industria oculta. Lo más alarmante no es solo la existencia de estas plataformas, sino su sofisticación empresarial y su dependencia de las infraestructuras tecnológicas que usamos cada día.
El negocio oscuro de los 'nudifiers': de juegos marginales a industria multimillonariaLa industria de los "nudify" no surgió de la nada. Desde que en 2017 empezaran a circular los primeros deepfakes explícitos, la tecnología se ha refinado y democratizado. Hoy basta una foto subida a uno de estos sitios para obtener una imagen sexual falsa con apenas unos clics. Lo que comenzó como una inquietante curiosidad técnica se ha transformado en una industria de contenido sexual no consentido que genera decenas de millones de dólares al año.
Según el análisis de Indicator, 18 de estos sitios ganaron entre 2,6 y 18,4 millones de dólares solo en los últimos seis meses. Lo hacen vendiendo suscripciones o créditos, como si se tratara de cualquier plataforma de entretenimiento digital. Muchos imitan el modelo de negocio de OnlyFans o Twitch, con sistemas de afiliación, vídeos promocionales e incluso acuerdos con actrices porno.
Pero su impacto social no tiene nada de banal. La mayoría de víctimas son mujeres que nunca han dado permiso para que se manipulen sus fotos, muchas veces adolescentes. Las imágenes, una vez generadas, circulan por redes, foros, canales de Telegram y otras plataformas de difícil rastreo. El daño emocional y reputacional es incalculable.
El papel clave de Google, Amazon y Cloudflare en mantener vivo el ecosistemaUno de los aspectos más sorprendentes de la investigación no es solo el volumen de visitas o dinero generado, sino la infraestructura tecnológica que sostiene el sistema. De los 85 sitios analizados:
- 62 usan Amazon Web Services o Cloudflare para alojamiento y distribución de contenidos.
- 54 utilizan el sistema de inicio de sesión de Google.
- Varios cuentan con métodos de pago integrados que dependen de pasarelas comerciales legales.
El problema no es solo que estas grandes plataformas sean utilizadas, sino que lo hacen de forma reiterada y masiva, sin que exista un control efectivo o respuestas sistemáticas para desmantelar estos espacios. Según Alexios Mantzarlis, cofundador de Indicator, "Silicon Valley ha adoptado un enfoque laissez-faire hacia la IA generativa", lo que ha dado oxígeno a estos negocios tóxicos.
Google y Amazon han afirmado que actúan cuando detectan violaciones de sus políticas, pero la realidad es que el sistema de vigilancia es deficiente. En muchos casos, los creadores de estas webs utilizan sitios intermedios para camuflar sus verdaderas intenciones, esquivando así los controles automatizados.
Víctimas invisibles: cuando la imagen se convierte en armaEl auge de estas plataformas ha traído consigo una nueva modalidad de acoso y violencia sexual digital. Las víctimas rara vez saben que sus imágenes han sido manipuladas. Cuando lo descubren, el daño ya está hecho. Y eliminar ese contenido del ecosistema digital es casi imposible.
Entre los casos más alarmantes se encuentran los relacionados con adolescentes. En varios países, chicos han utilizado fotos de sus compañeras de clase para generar deepfakes que luego circulan en grupos de WhatsApp o redes sociales. Esta modalidad de ciberacoso no deja rastro físico, pero sí heridas profundas.
El problema se agrava por la ausencia de leyes claras o su aplicación lenta. Aunque varios países están empezando a penalizar la creación y difusión de imágenes sexuales falsas, el marco legal aún no ha alcanzado el ritmo de la tecnología. Las plataformas, por su parte, se escudan en que son solo proveedoras de infraestructura, no de contenido.
Entre la pornografía y el fraude digital: una zona gris que se expandeLa economía de los nudifiers se está sofisticando. Algunas webs ofrecen incluso "servicios premium" con mejor calidad de generación. Otras se anuncian en plataformas de vídeo para adultos o recurren a técnicas de marketing de afiliados. Están empezando a mimetizarse con la industria del porno legal, buscando legitimidad o al menos anonimato dentro del caos del contenido adulto online.
Este fenómeno representa una zona gris digital, donde el abuso sexual se mezcla con modelos de negocio propios del e-commerce. Lo hacen, además, a través de canales aparentemente legítimos: pasarelas de pago, sistemas de fidelización, tráfico SEO, vídeos promocionados.
Para los expertos, la clave está en cortar el acceso a los recursos que hacen viables estas plataformas. Si las grandes tecnológicas bloquean los servicios de nube, los sistemas de registro o el alojamiento, muchos de estos sitios colapsarían. El objetivo no es erradicarlos —algo imposible—, sino dificultarles tanto la vida que pierdan visibilidad, usuarios e ingresos.
Aunque el problema lleva años latente, algunas acciones recientes indican un cambio de enfoque. Meta ha demandado a una empresa responsable de un nudifier que publicitaba en su plataforma. Microsoft ha rastreado a desarrolladores de deepfakes de celebridades. Y la administración estadounidense ha aprobado la polémica ley "Take It Down Act", que obliga a las tecnológicas a actuar con rapidez ante denuncias de contenido sexual no consentido.
En Reino Unido, la creación de deepfakes sexuales ya se ha tipificado como delito. Y algunas ciudades, como San Francisco, han iniciado demandas contra empresas que comercializan estas herramientas. Sin embargo, las medidas siguen siendo parciales y reactivas. Falta una estrategia común, global y contundente.
El riesgo, según los analistas, es que estas plataformas se refugien en espacios digitales aún menos regulados, como el dark web o redes sociales cerradas. Pero incluso en esos entornos, su impacto será menor si pierden el apoyo logístico y comercial que hoy reciben de las grandes tecnológicas.
eleconomista