La guerra comercial de Trump sacude Madagascar, la isla de la vainilla

Fulgence, cultivador de vainilla, nunca ha probado el helado de ese sabor. “Una vez fumé un cigarrillo con vainilla”, dice riendo. “No sabía bien. Un poco soso”. Junto a su esposa Georgette, Fulgence pasa los dedos por una montaña de vainas de vainilla de color marrón oscuro y aroma intenso que se están secando sobre una lona al lado de su casa en la aldea de Andasimahay, en el nordeste de Madagascar. “Lo que me parezca a mí no importa”, dice al final, encogiéndose de hombros. “Lo que importa es que podemos vender las vainas a buen precio”.
Madagascar es el principal proveedor mundial de vainilla. Nada menos que el 80% de toda la producción procede de esta inmensa isla del océano Índico. El centro de la industria de la vainilla está en Sava, la región nororiental en la que se encuentra Andasimahay. Tres cuartas partes de toda esa vainilla se exportan a Estados Unidos.
Las vainas de Fulgence y Georgette pueden fácilmente acabar en manos de una empresa estadounidense. A Fulgence no le importa dónde vaya a parar su vainilla, dice. El agricultor parece estar aparentemente ajeno a los nubarrones que se han cernido sobre el sector de la vainilla de Madagascar desde que Donald Trump puso en marcha su guerra comercial con todo el mundo.
El 2 de abril, el presidente estadounidense subió los aranceles comerciales a más de 60 países y la Unión Europea en lo que denominó el “Día de la Liberación”. A Madagascar decidió asignarle el segundo arancel más alto del continente africano, un desorbitado 47%. Finalmente, el 1 de agosto, Trump anunció un nuevo esquema arancelario en el que la mayoría de los países vieron reducidos sus gravámenes respecto a los anunciados en un inicio. Entre ellos, Madagascar, cuyos aranceles pasaron del 47% al 15%. La consumación de este nuevo orden arancelario entrará en vigor el próximo 7 de agosto.
Con estos gravámenes, Trump quería corregir la “injusta” balanza comercial con otros países. Los Estados que exportan más productos a Estados Unidos de los que importan podían contar con que iban a tener aranceles “recíprocos” a la importación. Ese era el caso de Madagascar, que el año pasado exportó a Estados Unidos productos por valor de 733,2 millones de dólares, pero importó “solo” 53,4 millones en productos estadounidenses. Como Madagascar, hay muchos países pobres del continente que exportan a Estados Unidos pero que, debido a la falta de poder adquisitivo, importan menos de lo que exportan.
Las consecuencias están siendo ya desastrosas para las economías de los países africanos, ya de por sí precarias, a pesar de que los aranceles a países como Lesoto o Madagascar sean menores de los notificados en un inicio. La incertidumbre por este terremoto comercial ya ha causado sin embargo, un enorme daño al sector de la vainilla en la isla. En abril, al día siguiente del anuncio de Trump, el inminente arancel provocó un auténtico pánico en Sambava, la conocida como “la capital de la vainilla de Madagascar”, situada a dos horas de coche hacia el sur y a 14.500 kilómetros en línea recta de Washington D. C.
“Los compradores estadounidenses temían que el precio subiera por las declaraciones de Trump”, explica el intermediario Randel Kenny, “y por eso compraron grandes cantidades durante un tiempo”. Después, todo se paralizó. El dinero que ganó Kenny en abril solo le da para unas semanas. “La vainilla bien envasada se puede almacenar durante años”, afirma Kenny, afligido. “Las empresas estadounidenses que verdaderamente necesitan vainilla han acumulado existencias y por eso ya no vendemos casi nada”.
Las empresas estadounidenses que verdaderamente necesitan vainilla han acumulado existencias y por eso ya no vendemos casi nada
Randel Kenny, intermediario
De vez en cuando llega a la balanza de Kenny una motocicleta cargada con una bolsa de plástico llena de vainas, pero no hay mucho ajetreo. “Trump es un egoísta”, concluye, desplomado en un banco de madera. “Mira cómo vivimos aquí”, dice, mientras señala a sus compañeros en la cabaña que ellos mismos se han construido. Cinco chicos, todos de la edad de Kenny, sentados sin hacer nada en unos bancos de madera, porque no tienen trabajo. “Mientras los estadounidenses siguen enriqueciéndose”, resopla Kenny, “a nosotros nos impiden salir de la pobreza”.
Yockno Razafindramora, comerciante de vainilla, explica que estos últimos meses han sido duros para los exportadores de esta vaina. “Especialmente justo después de que se anunciara el arancel comercial del 47%, vimos que los pedidos desde EE UU se detuvieron por completo. Eso puso a los exportadores en una situación difícil, porque ya no contaban con flujo de efectivo. Estaban preocupados por su futuro”, resume.
Razafindramora también menciona que, a pesar que los nuevos aranceles son muchos más bajos, todavía ven que muchos compradores estadounidenses no están adquiriendo vainilla, ya que hicieron acopio durante estos meses de incertidumbre. Además, el precio de la vainilla está en su punto más bajo y añade que, debido a la tensión causada en abril por el anuncio de esos aranceles desorbitados, “muchos agricultores cortaron sus vainas de vainilla antes de tiempo”. “Eso implica que la calidad es inferior comparada con la de las vainas completamente maduras; deberían haber esperado más tiempo antes de cosechar. En resumen, aún tenemos un gran excedente de vainilla, con una calidad variable. Así que todavía no estamos fuera de peligro”, finaliza el comerciante.

Los mayas descubrieron este condimento mucho antes de que los estadounidenses empezaran a cocinar con vainilla, en el siglo XIV. Los españoles llevaron la vainilla de México a Europa, donde se convirtió en un artículo de lujo. Sin embargo, la orquídea vainilla, de color blanco amarillento, solo podía ser polinizada por una especie de abeja muy poco común, que solo vive en Centroamérica, de modo que era imposible que la planta creciera en Europa.
En 1841, Edmond Albius descubrió en la isla de Reunión (situada en el océano Índico) que las orquídeas de vainilla también podían polinizarse a mano. El descubrimiento de Albius, un esclavo agricultor de 12 años, permitió empezar a cultivar la planta, que prosperó especialmente bien en la vecina colonia francesa de Madagascar.
No obstante, la orquídea trepadora tropical sigue siendo muy difícil de cultivar. “La polinización es especialmente complicada”, explica Didier Peter, un productor de vainilla de 75 años y enorme sonrisa. “Las flores de vainilla se abren solo durante unas horas, un día al año”, explica. “Si se retrasa la polinización, los granos nunca germinarán”. Este pedazo de selva, junto a la carretera que va de Ambatomenavava a Sambava, es su “granja”.
Durante nueve meses, las vainas de vainilla, del grosor de un dedo, crecen en las verdes lianas que Peter enreda cuidadosamente alrededor de árboles pequeños. Este campesino, como los otros 70.000 cultivadores de vainilla de Sava, practica la “agrosilvicultura”: en una ladera boscosa, las higueras y los palisandros de metros de altura proporcionan la sombra que tanto necesitan sus “quisquillosas” enredaderas de vainilla. “Tienen que recibir la cantidad justa de sol, sombra, humedad y agua”, explica, “para no morir”.
Las difíciles condiciones de cultivo hacen que la vainilla sea una especia con mucho carácter. Los agricultores no han conseguido todavía mecanizar las operaciones de plantación, polinización, cultivo y secado. Por si fuera poco, Madagascar ha sufrido en los últimos años varios ciclones, que son cada vez más violentos por culpa del cambio climático. En 2017, el ciclón Enawo destruyó por lo menos el 30% de la cosecha total de vainilla de la isla.
El devastador ciclón también hizo que el precio de la vainilla se disparara. En 2018, un kilo de vainilla valía 600 dólares (514 euros). “Fue una época dorada para Sava”, recuerda el agricultor Peter. “Si hubiera cultivado vainilla entonces, podría haberme construido una casa de ladrillo”. En el eje comercial de Sambava, llegaron a construirse “villas de vainilla” gracias a los precios exorbitantes.

En los últimos años, sin embargo, el precio se ha hundido. En Sambava, hoy, el precio por kilo de las vainas de calidad A es de solo 50 dólares (42 euros). Uno de los motivos fundamentales es que los productores de vainilla han reinvertido parte de sus enormes beneficios en nuevas plantaciones. “Las flores que se plantaron entonces están empezando a producir vainas de calidad ahora”, cuenta un exportador de vainilla que prefiere permanecer en el anonimato. Explica que las orquídeas de vainilla no empiezan a producir vainas aprovechables hasta tres o cuatro años después de plantarlas. “Por eso ahora tenemos un enorme excedente”.
Las difíciles condiciones de cultivo hacen que la vainilla sea una especia con mucho carácter. Los agricultores no han conseguido todavía mecanizar las operaciones de plantación, polinización, cultivo y secado
El exportador abre las puertas de su almacén en Tsarabaria, a unos 100 kilómetros al noroeste de Sambava. Hay “decenas de miles de vainas” empaquetadas en cajas y listas para ser enviadas. En una pared se ven pintadas una bandera estadounidense y la Estatua de la Libertad; el exportador suele trabajar exclusivamente con empresas estadounidenses del sector de los condimentos —como Virginia Dare— que transforman su vainilla en un extracto de gran calidad y lo venden a grandes multinacionales como Nestlé, Unilever y Mars.
El exportador compró los cuatro gigantescos vehículos todoterreno aparcados junto al almacén con el dinero que ganó durante el “apogeo de la vainilla”. El negocio seguía yendo bien, pero el exportador se ha dado cuenta, como el intermediario Kenny, de que ahora los estadounidenses están a la espera de ver qué pasa. “No tenemos ningún pedido desde hace por lo menos un mes”, murmura mientras pasa la mano sobre el excedente embalado. “Puedo aguantar unas semanas más, pero luego quizá tenga que vender uno de los coches o mi casa. Como muchos otros exportadores, estamos al borde de la quiebra”.
En Antananarivo, la capital de Madagascar, a tres días de coche al sur de Sambava, también hay gran preocupación. “La vainilla es la exportación más importante del país después del níquel”, explica el economista Fenozo Razafindrasoava en la soleada terraza de una cafetería francesa. Además de los puestos de trabajo en los sectores de la vainilla y las materias primas, las medidas de Trump también ponen en peligro 60.000 empleos en la industria textil de Madagascar.
El derrumbe golpeará sobre todo a los cultivadores de vainilla más vulnerables. Algunos agricultores han formado en los últimos años cooperativas para obligar a los fabricantes de productos derivados a pagarles mejores precios. “Pero la mayoría de los cultivadores trabajan de forma aislada y viven en zonas remotas”, dice Razafindrasoava. “Son los que sostienen el sector, pero el Gobierno no les proporciona ninguna red de seguridad”.
Los exportadores malgaches quieren exportar vainilla a países europeos y asiáticos y que las empresas con sede en esos países puedan elaborar el extracto de vainilla a partir de las vainas. “Si exportan el producto enriquecido a EE UU, los estadounidenses estarán tirando piedras a su propio tejado”, asegura Razafindrasoava con un meneo de cabeza. “Los países intermediarios serán los más beneficiados. Y eso va en contra de la política de EE UU primero que proclama Trump”.
Para la exportadora Rosemine Taheraly, de Spice Aroma, su mayor miedo es que las empresas estadounidenses sustituyan la vainilla natural por la sintética. Según un artículo reciente de The Washington Post, alrededor del 90% del aroma de vainilla que se consume en Estados Unidos ya es artificial.
Las fluctuaciones de precio y suministro han hecho que, en las últimas décadas, los consumidores estadounidenses de vainilla al por mayor hayan invertido mucho en el desarrollo de vainilla sintética. “De modo que pueden mezclar la vainilla natural con la de imitación”, dice Taheraly. En su opinión, es una “lástima” que el sabor de sus vainas de vainilla, seleccionadas y secadas a mano por cinco empleados al lado de su mesa, se diluya de esa manera.
Taheraly sigue con atención la actualidad de Estados Unidos. “Todos los días hay alguna noticia sobre los aranceles comerciales de Trump”, suspira. “ La incertidumbre ya ha perjudicado al sector de la vainilla, que ya antes era volátil”. Taheraly se incorpora en su silla y se repone. “La vainilla puede convertirse en un producto de lujo”, dice tras una breve pausa. “Hace cinco años, aunque la vainilla era más cara que la plata, había estadounidenses que la compraban. Siempre habrá gente que prefiera la vainilla auténtica a la falsa”.
EL PAÍS