‘Esta novela se convirtió en una especie de acto de justicia’: Gustavo Rodríguez, escritor peruano

Un escritor que indaga en la vida de su abuelo con el fin de escribir un libro y entregárselo a su madre antes de que muera. El abuelo no tuvo una historia cualquiera: Otoniel Vela —nacido a finales del siglo XIX en la Amazonia peruana, que vivió su tiempo dorado en medio de la terrible época de la fiebre del caucho, que se supone que fue amigo de personajes como Gustave Eiffel o Julio Verne— se convirtió entre los suyos en una suerte de ser mitificado. Pero este escritor se encargará no solo de develar su historia, sino la de las mujeres que lo rodearon y que han conservado sus memorias.
Este es el eje de Mamita, la nueva novela del escritor peruano Gustavo Rodríguez, ganador del Premio Alfaguara en 2023. Una obra que entrelaza las relaciones familiares con la cotidianidad de un escritor —alter ego del autor— que va desgranando los secretos de su oficio; una historia que une el pasado y el presente con la naturalidad de la prosa del peruano, marcada por la reflexión y por las dosis precisas de humor. Es la novela más personal de Rodríguez, que estará presentándola el miércoles en Bogotá.
Comenzó esta novela cuando acababa el largo periodo de promoción de 'Cien cuyes', la obra con la que ganó el Alfaguara. ¿Cómo fue ese cambio de ritmo para sentarse a escribir?Después de tantos viajes, aviones, hoteles, que son ajenos a la labor típica de un escritor, mi cuerpo pedía la soledad y la tranquilidad para sentarme a escribir. De paso, también, salir de la maldición del libro premiado. Hacer algo que escapara de lo que la mayoría de mis lectores estaba hablando, que era la obra que ganó el Alfaguara. Para mi fortuna recordé que diez años atrás había empezado un proyecto: entregarle a mi madre la historia de su padre. Tenía algunos párrafos, había hecho una investigación y pensé: bueno, quizás retomar ese proyecto, ya no de cero, me quite la presión de que tenga que ocurrírseme algo. Me senté y le di vuelta por completo a lo que tenía hasta entonces.
Tenía el compromiso con su madre de entregarle esta historia. ¿En usted había la misma curiosidad por la figura del abuelo?Sobre todo en mi infancia y adolescencia. De adulto ya no tanto. Cuando eres niño y no has tenido mundo y tu abuela y tu madre te empiezan a contar sobre este personaje mítico que construyó un palacio al lado del río más grande del mundo, que conoció Europa mucho antes que la capital de su país, que era amigo de Gustave Eiffel y de Julio Verne, en tu cabeza se forma la noción de un superhéroe. Después, cuando empiezas a viajar y a cotejar y a hacer cálculos, te das cuenta de que tu abuela y tu madre podrían estar sobredimensionando algunas cosas. Entonces el interés varía en intensidad. Lo que descubrí al escribir la novela es que mi atención no se centró tanto en querer escarbar a fondo en la vida de este abuelo mítico, sino en conocer el pasado de las mujeres que me contaban sobre él. De alguna manera Mamita se convirtió en una especie de acto de justicia. O de equilibrio.
Ese punto es clave porque las mujeres que lo rodean toman protagonismo. De hecho la novela permite ver cómo, con el paso de los años, ha cambiado el lugar de la mujer en la sociedad...Los escritores de ficción, cuando queremos entregar una historia, no nos damos cuenta de todas las preocupaciones que volcamos en ella mientras la escribimos. Si yo hubiera publicado esta novela hace diez años, probablemente la habría titulado Abuelito. Pero en esta última década he ido aquilatando más el valor del linaje femenino en mi historia. Sin quererlo, he ido trazando la línea femenina desde mi bisabuela —que era analfabeta, cocinera de burgueses en la época del caucho— hasta mis hijas, que también aparecen como personajes y que viven en un mundo diametralmente opuesto en el que ellas —porque son afortunadas o privilegiadas— tienen estudios superiores, viajan, son cosmopolitas y no se les ocurre tener que recurrir a un marido para realizarse en la vida. Todo lo contrario a lo que vivió mi abuela.

La nueva obra de Rodríguez nació de una deuda que tenía con su madre: contar la vida de su abuelo. Foto:Morfi Alberth Jimenez
Mamita es un libro distinto dentro del conjunto de mi obra. Usualmente, para escribir una novela, primero me enamoro de un argumento. Pero en este caso no tenía un argumento, sino una deuda. Curiosamente, la figura de tener que pagar esa deuda se convirtió en el argumento. La historia de un escritor que debe entregarle una novela a su madre contra el tiempo. Desde ese punto de vista, lo metaliterario estaba servido. Lo que sí hice —y en esto se parece al resto de mis novelas— fue una estructura básica. Porque yo soy un escritor muy inseguro. Prefiero andar con bastón, muletas y doble ruedita en la bicicleta para no preocuparme mientras escribo sobre qué debo escribir, sino concentrarme en cómo hacerlo.
Indagar en la memoria familiar es casi un género literario, pero tiene el riesgo de causar grietas. Usted lo dice en el libro: puede que haya víctimas puntuales de las indiscreciones. ¿Qué tanto reflexiona sobre esto a la hora de contar detalles de sus personas cercanas?Hasta antes de Madrugada, es decir, hasta cuatro novelas atrás, era bastante más pudoroso con mis familiares al momento de usarlos como molde de personajes. A partir de esa novela me di cuenta de que crecí en una familia de unicornios. Y uno, cuando crece entre unicornios, da por hecho que el resto del entorno es igual. Pero no es así. Mi familia está llena de personajes deslumbrantes. Así que decidí no disfrazar mucho sus personalidades y empecé a ejercer una especie de gestión de riesgos. Los involucré, contándoles que iba a escribir historias disparatadas con personajes muy parecidos a ellos. Les decía que iba a ponerlos en ridículo para después contradecirme. Hicimos del tema una broma recurrente. Se dieron cuenta de que mi literatura no era de desquite, lo único que quería era compartir el asombro y el cariño que me habitan cuando pienso en los familiares que me rodean. La verdad, no se han quejado. Con Mamita le tenía especial atención a lo que mi madre pudiera pensar. Pero al final recibí su bendición.
Claro, porque en esta novela desarrolla dos aspectos que pueden poner la mira sobre la figura de su abuelo. Uno, la diferencia de edad entre él y su abuela (él era 50 años mayor; comienza su relación cuando ella tenía 15 años). Otro, el contexto en el que desarrolló su vida, sus negocios, en medio de la llamada fiebre del caucho, una etapa manchada de violencia contra las comunidades indígenas. ¿Esto le significó algún reto narrativo en particular?De niño escuchaba estas historias y las naturalizaba. La diferencia de edad de mis abuelos, el trato que se les podía dar a los indígenas en las haciendas de él. Hablar de esto implicó para mí un desaprendizaje mientras crecía. Porque después uno empieza a darse cuenta de cosas que ya no serían bien vistas en la actualidad. A este respecto tuve dos retos en Mamita. Por un lado, si esta novela se la iba a regalar a mi mamá, tenía que ser crítico pero también cariñoso. Crítico con su padre y su entorno, cariñoso con ella. Por otro lado, ya de fondo, creo que la literatura no tiene por qué ser prioritariamente denunciativa. Un escritor de ficción debe estar interesado sobre todo en entregar una muy buena historia. Si esta conlleva grandes preocupaciones sociales, van a terminar filtrándose naturalmente por sus resquicios y no hay que esforzarse demasiado en señalarlas con una flecha de neón. Los lectores son suficientemente inteligentes para darse cuenta de los chirridos que hay con respecto a estos temas problemáticos.

Portada de su nuevo libro, editado por Alfaguara. Foto:Archivo Particular
Solo en la zona en la que ocurrió y básicamente con los damnificados. En el resto del Perú no se conoce el genocidio de inicios del siglo XX. Es monstruoso que sea así. A mí nunca me lo enseñaron en la escuela. Si me enteré, lo hice porque soy un lector curioso, porque he ido investigando por mi cuenta. Pero el recuerdo de esa matanza no existe en el imaginario colectivo. La selva está tan olvidada en mi país que una guerra que tuvimos con Colombia la damos por invisible. ¿Por qué? Porque ocurrió justamente ahí, en la selva.
Usted toca otro tema interesante en la novela, en torno a la importancia de no olvidar el pasado, por más de que no nos guste cómo fue. Plantea el riesgo de esta tendencia de destruir monumentos o estatuas de personajes que hoy son vistos de manera crítica...Eso es peligrosísimo. Cuando tumbas monumentos erradicas la posibilidad de contrastar. Si los mantienes y explicas lo problemático que fue esa época, animas a la discusión y a la reflexión. Al tumbarlo solo queda el vacío y esa visión perniciosa que tienen hoy muchos chicos de que el mundo se inventó el día en que ellos nacieron. Así estamos condenados a repetir siempre lo mismo.
En relación con esto, hubo un hecho fundamental para iniciar la escritura de 'Mamita': el homenaje que le hicieron al Hotel Palace, el legendario edificio que su abuelo construyó a comienzos del siglo XX en Iquitos, cuya imagen terminó en una moneda de su país... Crecí con imágenes de ese palacio construido al lado del Amazonas, con materiales traídos desde Europa por el río. Hoy ya no es un hotel, es la sede de la Sexta Región Militar del Ejército en Iquitos. Lo que uno va mamando desde pequeñito genera la noción de que eso solo es interesante para ti. Pero esa idea cambió hace más o menos diez años, cuando a mi madre le llegó una invitación para ir al develamiento de la nueva moneda de sol, que todos los peruanos íbamos a llevar en nuestro bolsillo. La acompañé al Banco Central de Reserva y ahí descubrí que ese palacio del que me habían hablado de niño estaba refrendado oficialmente como un monumento de interés nacional. Al ver a mi madre de pie, menudita, octogenaria en esa época, junto a la efigie de la moneda, me dije: esta es la señal que necesitaba para darme cuenta de que toda mi vida tuve una gran historia por compartir.

La presentación de la novela en Bogotá será en la librería Ficciones, el miércoles a las 6:30 p.m. Foto:Morfi Alberth Jimenez
Es difícil de explicar. Rescaté a Hitler Muñante de una novela anterior, donde un alter ego mío y él se conocen. Se me ocurrió resucitarlo porque un lector muy agudo, en España, me dijo que le encantaría verlo en alguna otra historia mía. La idea me quedó rebotando y, para darle contemporaneidad, humor y otros matices a Mamita, lo rescaté. Honestamente no sé de dónde sale tanto afecto de mi alter ego hacia él. Quizás Hitler sea la confluencia de mucha gente maravillosa con la que he tratado a lo largo de mi vida y que no ha sido de mi entorno familiar. Gente que me ha ayudado en oficios de servicio y que termina siendo entrañable. Debe venir de ahí. O de una ilusión mía de que tengamos más relaciones de ese tipo, en sociedades tan clasistas y racistas como la nuestra.
Después de escribir el libro, ¿cambió en algo la idea que tenía de su abuelo?Sí. El arco de mi relación con él ha tenido una evolución. Lo admiré muchísimo cuando era niño. Lo cuestioné, ya de adulto. Pero finalmente terminé haciendo las paces con él, siendo indulgente y entendiendo que era un hijo de su tiempo en un país muy problemático como el mío. Un país donde incluso el color de piel con el que naces puede hacer que te conduzcas de determinada manera.
Hacia el final usted habla de las preguntas que sabe que llegarán en el futuro y que su madre ya no podrá responderle. La vejez y la muerte están presentes en otras obras suyas, como en 'Cien cuyes'. ¿En qué momento comenzó su interés por estos temas? Sobre todo en los últimos diez años. Cien cuyes y Mamita son novelas que no habría escrito a los 40, porque todavía me sentía lejos del proceso de empezar a envejecer y mi madre estaba aún muy vital. Pero uno avanza en la vida y comienza a plantearse temas que no se le ocurren antes. Respecto a lo que dices de las preguntas, ese es un aprendizaje que empezó cuando murió mi padre, hace casi veinte años. Después de su muerte me di cuenta de que me había quedado con preguntas en el tintero y que ya nadie me las iba a poder contestar. No soy de querer enviar mensajes con mis novelas. Pero si tuviera que transmitir uno, en este caso sería ese: pregunta lo más que puedas mientras tus padres puedan responderte.
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