'Jefes de Estado': Las películas tontas son para el verano
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La CIA se lleva muchos disgustos en sus andanzas por el mundo, particularmente cuando pisa España. Hay tradiciones. En España, hay tradiciones, y la CIA y, en general, los agentes secretos anglosajones tienen que lidiar con su intrincado simbolismo. Hollywood ha puesto el ojo en estas costumbres nuestras, tan aparatosas y flipantes, porque el Desfile de Acción de Gracias con globitos o el Mardi Gras en Nueva Orleans ya no dan más de sí. Entonces han descubierto la tomatina, en Buñol, Valencia, y se han dicho: pues empezamos nuestra película en Buñol, Valencia. Qué mejor que mezclar espías y tomates.
Jefes de Estado mezcla espionaje y desperdicio alimentario en su primera secuencia, que es bastante larga y no te la acabas de creer. Suena Volaré, de los Gipsy Kings. Los Gipsy Kings son franceses, pero como Volaré está en español se trata, a fin de cuentas, de una canción de tomates. Hollywood no se anda con tonterías en lo que a tomates se refiere.
Hollywood ha descubierto la Tomatina, en Buñol, Valencia, y se ha dicho: pues empezamos nuestra película en Buñol, Valencia
En medio de la tomatina, contemplamos la clásica escena donde la CIA y el MI6 despliegan un operativo para capturar a un traficante de armas. Es sabido que a los traficantes de armas, si algo les gusta, es estar en Buñol para la tomatina. Hay muchos agentes desplegados, subrepticios, mucha tecnología, mucho americano hablando consigo mismo. El malo camina entre buñolenses que se curan la vecindad a tomatazos. Luego empiezan los tiros. Pierde la CIA, porque no entiende España.
Jefes de Estado propone todo un mundo a partir de tirarse tomates. Naturalmente, es un mundo absurdo, de mucho desperdicio. Se deben de haber gastado cien o ciento cincuenta millones de dólares en poner a Idris Elba y John Cena a hacer, respectivamente, de presidente de Estados Unidos y de primer ministro británico, a Priyanka Chopra Jonas a dar tortazos sin parar (como ya indica, de alguna extraña manera, su nombre), y a un ruso, Ilya Naishuller, a dirigir todo el tinglado. El ruso es famoso desde Harcore Henry (2015), y un gran director desde Nadie (2021).
La película es una cinta de colegas y una road movie, y también una gran broma sobre la rivalidad cordial entre los americanos y los ingleses. John Cena encarna a un presidente a medio camino entre Donald Trump y Arnold Schwarzenegger, y obedece ese principio crucial en política según la entienden desde la Casa Blanca: hay que dar espectáculo. Idris Elba, como mandatario inglés, es más burocrático y eficiente. Contrastan. No sé por qué en Hollywood imaginan que un primer ministro inglés es un tipo serio.
Elba, como mandatario inglés, es más eficiente y burocrático. No sé por qué en Hollywood imaginan que un primer ministro inglés es serio
Enseguida, estos presidentes vigoréxicos se ven envueltos en una aventura como de Arma Letal IV, con un poco de Mortadelo y Filemón. Los atentados salen todos bien, en la película, el malo lo tiene todo controlado y no se le escapa una, la OTAN, la Casa Blanca, la Bolsa, los misiles, los Me Gusta. Los presidentes corren, son jefes de estado mendicantes, líderes que necesitan hacer autoestop.
Las peleas y tiroteos son de primer nivel, tan dinámicos y electrizantes como una fiesta en casa de Topuria. Hay una gran falta de respeto por Bielorrusia, donde empieza la aventura presidencial. Bielorrusia está llena de quinquis que escuchan techno y visten chándales de los que les compraba su abuela en el mercado, cuando niños. A puñetazos y tiros, los jefes de estado recorren media Europa hasta llegar a Trieste. Hay algo sádico en las películas de Hollywood que deciden rodar en Europa para poder llenar sus calles de coches incendiados y explosiones, como vimos en The gray man. Yo creo que es envidia.
Jefes de Estado es una estupidez de película donde todo el mundo lo hace muy bien. Jack Quaid, hijo de Dennis Quaid y Meg Ryan, brilla en su pequeño papel servil y sacrificial, pegando tiros a ritmo de The Beastie Boys. El malo, Paddy Considine (Tierra de mafiosos), pide a gritos que le pongan en una de James Bond. Incluso volvemos a ver a Carla Gugino (Ojos de serpiente), que siempre es agradable.
La película es un popurrí triunfal de humor y acrobacias, y nos hace el favor de no sacar niños ni cursilería entre una escena de acción y otra. Estos tránsitos se resuelven con curiosos diálogos, de cierto fuste. Idris Elba reivindica “el cine de verdad” frente a las películas violentas y frívolas que ha protagonizado su compañero de fatigas, o frente a la propia Jefes de Estado. Y ambos, en un momento dado, se preguntan además por qué se les ocurrió ser presidentes de un país, con los sinsabores que dan las presidencias. Es una pregunta importante: ¿por qué alguien quiere presidir su país? Hay psicopatía, vanidad, delirios de grandeza y traumas ocultos en esta ambición desmedida. Luego en Hollywood se reirán de ti.
El Confidencial