'Superman': el malo de la película eres tú (bueno, y Elon Musk)
%3Aformat(jpg)%3Aquality(99)%3Awatermark(f.elconfidencial.com%2Ffile%2Fbae%2Feea%2Ffde%2Fbaeeeafde1b3229287b0c008f7602058.png%2C0%2C275%2C1)%2Ff.elconfidencial.com%2Foriginal%2F973%2F948%2F22d%2F97394822de87c5c11119723a67792f97.jpg&w=1920&q=100)
Según el Diccionario Collins, en inglés, la palabra alien puede referirse a: a) una persona que pertenezca a un país extranjero, una raza o grupo diferente, normalmente uno que no te gusta o del que tienes miedo; b) un adjetivo para calificar algo que resulta extraño y quizás aterrador por no ser parte de la experiencia habitual; c) algo que es distinto o extraño a tu forma de sentir o a tu comportamiento habitual; d) en ciencia ficción, una criatura del espacio exterior. En la última y enésima entrega de Superman, el director James Gunn (Guardianes de la galaxia, El escuadrón suicida) juega con la polisemia de la palabra alien para colocar al superhéroe favorito de Estados Unidos en una tesitura burocrática complicada: si Kal-El -el nombre real de Superman- viene de Krypton y Krypton es un planeta fuera de la Vía Láctea, ergo, fuera de Estados Unidos, Superman es en realidad un inmigrante ilegal -¿dónde están sus papeles?-. Es decir, un alien en todas sus acepciones.
Superman ha sido concebida como la más política de sus entregas -y eso que el personaje de cómic nació en 1938, con el mundo asomándose al abismo de la Segunda Guerra Mundial-, en un momento en el que Metrópolis -alter ego urbano de Nueva York, si es que las ciudades tienen alma- se enfrenta a un sinfín de amenazas, desde las noticias falsas y el populismo de sus políticos hasta monstruos interdimensionales y villanos hechos a partir de nanobots. En este mundo mezquino de retorcimiento de la realidad y el lenguaje, de una ciudadanía alienada por la tecnología y sumisa a las voluntades subrepticias de los poderosos, Superman representa el poder de la bondad sin doblez, la inocencia pura, el sacrificio incondicional. Por si el espectador no se entera, el guión de James Gunn lo verbaliza: "hagamos que la bondad sea el nuevo punk". O algo así. Como ya apuntó el ilustrador Mauro Entrialgo, nos ha tocado la era del malismo, y Gunn propone combatirlo con buenas intenciones.
Las buenas intenciones están... bien. Pero la reducción de problemas complejos y dolorosos a simple entretenimiento pueril resulta indignante en una película de superhéroes en la que vemos a un niño -de aspecto árabe- invocando a Superman para que evite el genocidio que va a acometer contra su pueblo -armado con palos y piedras- un ejército profesional apoyado por tanques y misiles y demás. Wow. O wow. No sé si es preferible el entretenimiento totalmente frívolo de Jurassic World: el renacer -una de las peores películas que han visto estos ojos en los últimos tiempos- o el reduccionismo infantiloide de Superman, la utilización de un exterminio en curso como escenario del blockbuster patriotero de la temporada, en el que Estados Unidos -aunque sea a través de sus ciudadanos metahumanos ilegales- vuelven a salvar el mundo. Es difícil esquivar la obscenidad de una escena en la que a los gazatíes -gentilicio implícito, no explícito- los ayuda un superhéroe que reparte mamporros con manos locas gigantes. En fin.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F7b8%2Faa8%2Fa71%2F7b8aa8a71076af5e7669bd56f1f01107.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F7b8%2Faa8%2Fa71%2F7b8aa8a71076af5e7669bd56f1f01107.jpg)
El taquillazo de estudio ha perdido la capacidad para la metáfora. El cine escupe sus ideas a la cara del espectador. Pero Superman no tiene del todo claro quién es el espectador: ¿es una niña o niño pequeño, el padre o la madre de esos niños pequeños o un adulto joven? Porque Superman parece hablar, por un lado, a un público infantil que se divierte con los perros voladores y las peleas contra kaijus y un entretenimiento, en definitiva, bastante blanco, y por otro a un público adulto en edad de votar que debe reaccionar a la situación política mundial, al que se le advierte de las alianzas malintencionadas entre los políticos y los millonarios y al que se le insta a tener un espíritu crítico que la película no fomenta, precisamente. Ah, y que es testigo de cómo a uno de los personajes le vuelan el temporal.
La metáfora no existe porque los personajes trasladan casi literalmente los villanos del mundo real al imaginario fantástico. Lex Luthor (Nicholas Hoult, el jurado número 2) es ahora un technobro -un magnate tecnológico- empeñado en acabar con la reputación de Superman, al que acusa de ser un inmigrante ilegal y ocultar sus intenciones autocráticas, para poner a la opinión pública en su contra y encerrarlo en una cárcel interdimensional para siempre. Lo apoya un ejército de robots voladores que recuerdan a la red de satélites Starlink con la que Musk controla las comunicaciones globales. Y también un par de metahumanos, La ingeniera (María Gabriela de Faría) y un tal martillo de Boravia, un enmascarado volador con intrahistoria psicoanalítica bajo la máscara.
Por otro lado, el presidente de tal país ficticio de Boravia, Vasil Ghurkos (interpretado por el croata Zlatko Buric, a quien vimos en El triángulo de la tristeza y Copenhagen Cowboy), un dictadorzuelo con dejes capilares de Donald Trump y dejes lingüísticos de Vladimir Putin, consigue que el gobierno estadounidense acuse a Superman de interferir en sus relaciones diplomáticas... y de ser un alien, el término que utiliza el infame ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) para referirse a los extranjeros deportables. Así que el mundo se vuelve en contra de Superman, con lo que el principal villano de la película... puede que sea usted, el ciudadano medio, el que comparte bulos en redes, el que señala con el dedo entre la masa.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F6c6%2F459%2F033%2F6c6459033b6a150e64a9098e9c028081.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F6c6%2F459%2F033%2F6c6459033b6a150e64a9098e9c028081.jpg)
El Superman de James Gunn arranca in media res, con el superhéroe, interpretado por David Corenswet -que recoge el testigo de Henry Cavill-, perdiendo su primera pelea a manos de La ingeniera. Incluso debe pedir ayuda al superperro Krypto para que lo ayude a guarecerse en su refugio polar, donde con ayuda de varios robots, la luz del sol y el mensaje que dejaron grabado sus padres (interpretados fugazmente por Bradley Cooper y Angela Sarafyan) cuando lo enviaron a la Tierra. Sin embargo, a Superman le queda por descubrir que sus mayores enemigos no son los monstruos, sino la opinión pública estadounidense que empieza a cuestionar los desperfectos que causa en cada una de sus peleas.
Superman sigue compaginando su vida de héroe con su oficio de periodista, y comparte redacción con la incisiva Lois Lane (Rachel Brosnahan), con quien también comparte un romance incipiente. Sin embargo, a este Superman digno de santoral, su entorno lo ve demasiado melifluo y los conciudadanos de Metrópolis consideran que puede ser un peligro para ellos, a pesar de sus permanentes actos de magnanimidad -como salvar a una ardilla a punto de morir aplastada por un kaiju-, simplemente porque procede de otro planeta. El principal problema de Superman es la cantidad abrumadora de clímax y personajes, que convierten el film en una sucesión de hechos catastróficos que, tan importantes todos, pierden importancia. El universo vuelve a estar en riesgo de desaparecer, pero la solución puede ser tan sencilla como hackearle la cuenta de Facebook a tu abuela. Los espacios diseñados por CGI son tan... digitales, que no importa que un edificio de cien plantas se estampe contra tu cabeza. Y tampoco se entiende muy bien la manera de funcionar de los grupos de superhéroes, sus jerarquías y fidelidades. Eso sí, para que triunfe el tecnofascismo se necesitan muchos minions, es decir, mucho becario en prácticas que apriete los botones.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F4de%2F201%2F998%2F4de201998304d6b7565ff3b91744f5a6.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F4de%2F201%2F998%2F4de201998304d6b7565ff3b91744f5a6.jpg)
Ni siquiera Gunn explota el humor cabestro por el que es conocido: los gags son más bien cándidos. El tipo de humor que le gustaría a Elon Musk si él no fuese el objeto de las bromas. Las cámaras lentas y violentas son aquí nada más que un par de acentos es unas peleas, por otro lado, poco memorables. El guion es, además, perezoso en la resolución de los obstáculos que él mismo propone: "Coge mi nave, los controles son fáciles e intuitivos", le propone uno de los superhumanos a Lois Lane, como si pilotar un platillo volante fuese tan sencillo como montar en bici. ¡Problema resuelto!
Dicho todo esto, eleva la película el compromiso de David Corenswet con su personaje. Con una buena vis cómica y un físico curtido en batallas, lo mejor de Superman es la construcción de un héroe con lazos afectivos profundos, al que su madre terrestre le echa la bronca por no llamar a casa. Corenswet conjuga ambas facetas y aporta luminosidad y humanidad a una película que, sin él, se quedaría en una ristra de estereotipos y peleas encadenadas. Por suerte o por desgracia, Superman no es el desastre que vaticinaban las malas lenguas, pero tampoco es el salvavidas del Universo DC. Es otra película más, con algo más de personalidad, en un mercado saturado de superhombres y supermujeres que intentan evitar el fin del mundo... otra vez.
El Confidencial