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Ábalos y mi madre

Ábalos y mi madre

José Luis Ábalos declaró el lunes en el Supremo. Ha trascendido que, cuando el juez le preguntó por las grabaciones que lo inculpan, el exministro respondió que no se reconocía “ni en la voz ni en los contenidos”. Los expertos enseguida diagnosticaron la actitud de Ábalos como la de alguien que se refugia en la hipótesis de una manipulación de las grabaciones y en el recurso, cada vez más extendido, de atribuir a la inteligencia artificial cualquier indicio inculpatorio. De hecho, la IA ha pasado a ser protagonista de la actualidad tanto por razones positivas como por su aplicación delictiva o irresponsable.

El exministro de Transportes José Luis Ábalos a su llegada al Tribunal Supremo

Jesús Hellín - Europa Press / Europa Press

Desde el punto de vista del interés narrativo, admito que Ábalos me genera más curiosidad que otros políticos de la órbita socialista. Y es, en parte, a causa de esta voz que el presunto inculpado afirma no reconocer. Antes de ser devorado por el escándalo, Ábalos ya brillaba en el ámbito de las voces arrastradas, maceradas en nicotina y en ese insomnio que no siempre hay que atribuir al trabajo. Una voz joaquinsabiniana, para entendernos. Ya cuando tuvo que explicarse por aquel caso bautizado como Delcygate (una reunión de madrugada con la vicepresidenta de Venezuela en el aeropuerto de Barajas), Ábalos desplegó una elocuencia noctámbula, de entrevistado de Jesús Quintero, en la que el tono no resolvía los enigmas que sugería su relato. Quizá por eso, cuando el presidente Pedro Sánchez lo cesó, circuló el rumor que, al darle la noticia, Sánchez le había dicho: “Tú ya sabes por qué”.

Ábalos brilla en el ámbito de las voces arrastradas, maceradas en nicotina y en insomnio

Lo recuerdo porque la estrategia atribuida a Sánchez coincide con lo que a veces utilizaba mi madre para justificar un castigo o una prohibición. El método es perverso pero eficaz. Me decía “tú ya sabes por qué” y, sin necesidad de concretar, yo debía elegir qué pecado o infracción había cometido. Y hablando de mi madre, ella también tenía problemas para reconocer su propia voz. Cuando colaboraba en la radio y los programas le regalaban una cassette con su intervención, luego ella la escuchaba atentamente (¡error!) y acababa diciendo: “No reconozco mi voz”.

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Existen, al parecer, razones morfológicas que provocan este desajuste entre la percepción interna y la externa. Al hablar, accedemos a nuestra identidad sonora a través de conductos internos que, tras pasar por el filtro cerebral que nos familiariza con los matices emocionales, nos acaban definiendo. Cuando la percepción es externa, en cambio, la voz nos parece más aguda y metálica. Es una sensación habitual entre radiofonistas, que suelen sentirse incómodos al escucharse. En los tiempos de mi madre, el contraste tenía un recorrido limitado. Aunque no se reconociera, los que lo escuchábamos sabíamos que era ella. Hoy podría decir, como Ábalos, que le han modificado las palabras y, acusando a la IA, señalarla con el dedo y soltarle: “Tú ya sabes por qué”.

lavanguardia

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