Charli XCX pone al Primavera patas arriba con su carisma y megalomanía
Pocas veces el Primavera se ha rendido a los pies de una artista como lo hizo el jueves ante Charli XCX. El resto del festival estaba desierto cuando la británica saltó al escenario junto a su inseparable Troye Sivan. La pareja sigue una dinámica de cómic. Si la diva inglesa es Batman, dura, agresiva, carismática, el joven cantante australiano es Robin, inteligente, sensible, secuaz. Juntos convirtieron al festival en una 'rave' ensordecedora entre imágenes rotas, bailes catódicos y mucho, mucho descaro.
Arrancó Troye Sivan con ese disparo al corazón que es 'Got me started’. Los punzantes agudos rítmicos obligaron a bailar a todo el mundo. «¡Hoy es mi cumpleaños!», anunció el joven cantante y no está mal celebrarlo ante 80.000 personas. Con 'My my my', otro de sus grandes éxitos, su pop bailable se hizo un poco repetitivo, pero si la fórmula funciona, por qué cambiarla.
Y aquí llegó la locura. Sin complejos, con actitud amenazante y espíritu salvaje apareció Charli XCX con un biquini blanco y ganas de tirar todos los tópicos a la basura. Abrió con ‘365’ un vendaval tecno, roto y sucio, lista para entrar y romper desde el primer segundo. Le siguieron dos de los grandes éxitos de ‘Brat’ el disco con el que ha conquistado por fin el mainstream, '360' y 'Von Dutch'. La gente, que ya la adoraba de antemano, la adoró todavía más. La artista no necesitaba cantar, lo hacían los demás por ella. La reina mandaba y sus súbditos obedecían más que felices. Así comienzan las tiranías.
A partir de aquí el espectáculo decayó un poco. Perdió músculo y soltura. Primero volvió Troye y esto significaba regresar a los tempos suaves, a la producción nítida y a una actualización de la música disco de los 70. Uno echaba de menos la bomba de relojería que es Charli. Y también volvió, pero diferente, no tan energética. En realidad, a estas alturas daba igual. Todos estaban cegados por su irresistible encanto.
Hasta que el tramo final volvió a explotar en mil pedazos. Canción tras canción, hit tras hit, Charli y Troye, Troye y Charli, demostraron el por qué de su química. De 'I love it' a 'Rush', ninguna de las personas presentes deseó estar en otro sitio. Danzad, danzad, malditos, que decía la película. Malditos no sé, pero felices y entregados seguro.
Aunque el Primavera arrancó muchas horas antes. Por las cinco, como si fuera la hora del té, salió una entusiasta Rigoberta Bandini para ofrecer media docena de canciones y dar la bienvenida a los más madrugadores al Fórum. Más que un concierto fue un apunte, un pequeño aperitivo, con las bailarinas disolviéndose bajo el sol y Rigoberta duplicando el factor irónico de sus canciones.
Uno de los primeros llenos de la tarde llegó con Beabadoobee. Su indie clásico revigorizado tocó la fibra de un público entusiasta que parecía conocer sus canciones al dedillo. «Llevo dos días en Barcelona y he cumplido 25 años. ¿Eso me convierte en vieja?», dijo con picardía. Pues sí, Beabadoobee, sí, en este Primavera de adolescentes y veinteañeros de todas las partes del mundo, un poco sí.
Lo cierto es que el relevo generacional del Primavera es evidente, y ya era hora. La única pena es que, con más del 70 por ciento de público extranjero, o al menos eso parece, está claro que el poder adquisitivo de los jóvenes europeos es muy superior al nacional y aquí no caben.
Después llegó la delicadeza de Cassandra Jenkins, con una sofisticada puesta en escena de reminiscencias celtas, que encandiló a un público más veterano. Su pop experimental con cálida instrumentación, incluido un saxofón que parecía surgido directamente de ‘Corrupción en Miami’, tuvo momentos álgidos, como su excelente 'Hard drive', lo más parecido a Laurie Anderson que existe.
A las antípodas de Jenkins llegaron los siempre energéticos Idles. Con gritos de “Viva Palestina” se presentaron ante un público entregado a sus arengas. Intensos, indecorosos, brutales, elevaron hasta el delirio un rocoso 'hardcore' tan inglés que hasta los tatuajes hablaban escupiendo cerveza. Con gritos en favor de los inmigrantes que ‘levantaron vuestro jo…país’, parecían bulldogs apunto de morderte en el… Cuando llegaron a la vitamínica “Danny Nedelko”, aquello era una fiesta de felicidad y violencia. No hay delicadeza en Idles, no hay decoro, hay rabia y celebración de estar vivo, claro que sí.
A partir de aquí, el deambular era frenético, Destacó la irlandesa Cmat, que evidentemente jugaba en casa por la cantidad de banderas irlandesas que había entre el público. Parece una versión más ruda y de pub de Chappell Roan, pero más entregada a la causa si cabe. Acabó abrazada a su público, que la adora, y regresó al escenario tan exhausta que cayó rendida sin poder respirar. Su pop ochentero para todos los públicos convirtió a las diez mil personas que la veían en una sola.
Después de eso, This is Lorelei parecían hasta aburridos, pero poco a poco lograron remontar con su índice pop inofensivo con ritmos bailables. Cuando el cantante se dejaba de tonterías y cogía la guitarra sonaban más orgánicos y exultantes. Su himno ‘I’m all fucked up ‘ sonó de fábula cuando la noche ya había aparecido y sólo quedaba esperar a Charli XCX.
Más interesantes y contemporáneos sonaron Magdalena Bay. Estos estadounidenses de origen argentino han revolucionado el panorama synth pop en los últimos años y lo demostraron con una puesta en escena barroca, con su cantante vestida de vez en cuando de amapola o con máscaras al más puro estilo del teatro Noh. Crearon una genial publicidad de Casio en la gran pantalla y propusieron canciones emocionales, de texturas complejas y grandes melodías.
A la misma hora, esto pasa a veces con los grandes festivales, la inglesa FKA Twigs desenvolvía su depurado trip hop de hipnótico recorrido ante una muchedumbre que no se movía de allí a espera de la amiga Charlie. Esto era dos horas antes del concierto estrella de la jornada y ya había entradas cerradas y desviaciones de público para evitar aglomeraciones. La voz y las atmósferas gélidas de FKA Twigs merecen su propio público, pero aquí quedó deslucida como simple preludio. ¿Por qué no haber invertido el orden?
A pocos metros, desde Cleveland, Ohio, llegaron Midnight. «Este festival es muy bizarro y os aseguro que nosotros somos los más bizarros de todos», dijeron. Qué razón tenían. Qué maravillosamente raros eran. Iniciaron su andadura con el metal más arrollador y anfetamínico. Hay mil propuestas en el Primavera, pero la mayoría son homogéneas e intercambiables. Estos no, estos pusieron un punto y aparte en la noche, con canciones a diez mil por hora, voces cortantes y mucha teatralidad. Vestidos con capuchas negras que no les dejaban ver la cara, su propuesta fue, por contraste, fresca y terriblemente divertida.
Un poco más lejos, la psicodelia noventera de Spiritualized hacía las delicias de la vieja escuela, aquella que venía a principios del 2000 cuando, ay, Spiritualized eran cabeza de cartel. Qué lejos queda todo aquello. Ahora sólo congregaron a unas cinco mil personas. Suficientes. Recuperaron su mítico ‘Pure Phase’ entre proyectores azules, humo, luces estroboscópicas y mucho pedal, alargue de notas y delirio lisérgico. Jason Pierce sigue intachable 30 años después de un disco que alteraba conciencias a la vez que sanaba espíritus. Nunca la psicodelia estuvo más cerca de la espiritualidad.
Otro de los hallazgos de la primera madrugada fue el trance pop de Kelley Lee Owens. Bajo el lema 'Euforia pura' arrancaba un concierto con ella sola entre sintetizadores y mesas de mezclas. Sus canciones son sentimentales, insinuantes, absolutamente bailables a partir de una electrónica emocional. Nada mejor para abrir boca para el plato fuerte, la omnipresente Charli XCX.
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