Cómo robar en un museo

Están siendo días complicados en los museos, que despiertan de la pesadilla del Louvre mucho más conscientes de su vulnerabilidad. La vergüenza solo les corresponde a unos, pero la bofetada ha sido para todos. Que cuatro ladrones entren a plena luz del día en la pinacoteca más visitada del mundo, roben en siete minutos las joyas de la corona francesa y luego desaparezcan entre el tráfico de París montados en motocicleta parece el argumento disparatado de un guionista al que se le ha ido la mano. No hace tanto, los museos aún eran reacios a hacer pública la desaparición de sus obras y guardaban silencio para evitar el bochorno.
Pero la pornografía con la que se ejecutó el golpe del Louvre, a la vista de todos, con los cacos disfrazados de operarios en la mañana de un domingo, pese a que los operarios no trabajan en domingo, no solo repele cualquier intento de maquillar el sofoco, sino que la sola visión del ventanuco por el que accedieron a la sala es tan humillante que duele. Porque, no está de más recordarlo, ha sucedido en uno de los museos mejor financiados del planeta. ¿Alguien se imagina una joyería, incluso la más humilde de un perdido extrarradio, en la que lo único que tuviera que hacer un ladronzuelo para llevarse el botín fuera plantar una escalera y entrar por el balcón?

Un grupo de turistas ante el museo del Louvre un día después del robo
Dimitar Dilkoff/AFPUn experto en la recuperación de obras de arte robadas, Christopher A. Marinello, lo formulaba estos días de una manera aún más inquietante: “Quizás se pregunten por qué los ladrones que quieren robar joyas caras entran en un museo de fama mundial en lugar de en una tienda de Cartier”. Y acto seguido despejaba la incógnita: “La respuesta es simple: porque hoy en día una tienda de Cartier está mejor protegida”.
Un experto advierte: “Una tienda de Cartier está hoy mejor protegida que un museo como el Louvre”El sagaz y bienhumorado crítico de The Guardian , Jonathan Jones, se consolaba esta semana por el pésimo gusto de los saqueadores del Louvre, que en lugar de llevarse un Chardin, un Leonardo o un Van der Weyden, los verdaderos tesoros del museo, se conformaron con “anodinas chucherías reales”. “No, no se trata de historia, ni mucho menos de arte. Se trata de zafiros, esmeraldas y diamantes, y del oro y la plata en los que están engastados”, escribe, y se pregunta si acaso no estaremos ante “un nuevo tipo de robo de arte que no tiene nada que ver con el arte” .
Lee tambiénPensamos que los ladrones han de emplearse a fondo para burlar sofisticados sistemas de protección, pero la verdad es que si lo consiguen es porque las medidas no estaban a la altura. “¡Mil gracias por la mala seguridad!”, dejaron escrito los que en 1994 irrumpieron en el Museo Nacional de Oslo y se llevaron el Grito de Munch. Casi una década después, en 2003, otros malhechores de buen corazón descolgaron de la Galería Whitworth de Manchester obras menores de Picasso, Gauguin y Van Gogh, y las escondieron dentro de un tubo en un destartalado baño. En el interior, dejaron un mensaje: “No deseábamos robar estas pinturas, solo destacar la pésima seguridad”.Lástima que no pasaron por el Louvre.
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