El mano a mano de Ortega y Aguado desata la pasión en Las Ventas
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No es cuestión de discutir el interés que implica la primera tarde de Roca Rey en la Feria de San Isidro este viernes, pero los aficionados cabales han otorgado más interés al mano a mano que protagonizan este sábado Juan Ortega y Pablo Aguado. Sevillanos los dos. Y aspirantes al trono de Morante de la Puebla en la estirpe de los toreros de arte y de pasmo.
Se agotaron pronto todas las localidades para el festejo. Y no somos pocos los aficionados que asistimos al 'duelo' sin la obligación de tomar partido, pero el acontecimiento de Las Ventas tanto ha provocado un cisma entre orteguistas y aguadistas como ha suscitado una reacción calenturienta de la afición madrileña más sectaria. Digamos que los mulás del siete y otros sectores fanáticos de la plaza recelan del mano a mano como si fuera una colonización de Sevilla, una okupación de idiosincrasia. Más todavía cuando se lidian ejemplares de Juan Pedro Domecq, cuyo prestigio en La Maestranza se observa con reservas y prejuicios entre algunos abonados venteños.
No somos pocos los aficionados que asistimos al 'duelo' sin la obligación de tomar partido
Convienen al apasionamiento de la tarde todas estas razones aledañas. Y se ha recrudecido entre los partidarios de Ortega y de Aguado un antagonismo que redunda en la competencia del duelo. Se trata de escrutar quién torea más despacio. Quién representa mejor la esencia de Sevilla. O quién maneja mejor el capote… De hecho, las condiciones del mano a mano y los requisitos de la suerte de varas en Las Ventas garantizan la competencia de los quites y otorgan enorme interés a la dramaturgia del primer tercio. A poco que colaboren los “juampedros”, resultará propicio observar que el trianero Ortega y el sevillanísimo Aguado -los separa y acerca el Guadalquivir- tienen en sus muñecas el misterio de la verónica, del delantal y de la chicuelina.
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¿Eres de Juan o eres de Pablo? La pregunta trasciende entre los clanes y “familias” como si fuera imposible reconciliar el temple extremo de Ortega y la naturalidad abrumadora de Aguado. Las diferencias de personalidad y de concepto son diferentes, pero el uno y el otro -el otro y el uno- representan y estimulan una tauromaquia de plasticidad y estética que nos remite a la senda ejemplar de Morante. Comparece en la isidrada el “monstruo” de La Puebla, pero las dos tardes en la que se acartela -28 de mayo, 8 de junio- se resienten de carteles menos rematados de cuando sucede este sábado de pasión. Pesa en los aspirantes -Ortega y Aguado- la condición de delfines. Y tendría sentido que la fórmula del mano a mano se repitiera a partir del antecedente venteño. Hasta ahora solo ha ocurrido una vez. Y fue en Torrejón de Ardoz hace dos años. Salieron a hombros los dos, aunque el marcador de orejas resultó más propicio a Pablo Aguado (cuatro) que a Juan Ortega (dos).
Salieron a hombros los dos, aunque el marcador de orejas resultó más propicio a Pablo Aguado (cuatro) que a Juan Ortega (dos)
Fue un ensayo general, un experimento de mucho interés… y escaso recorrido. Necesitamos los aficionados esta clase de estímulos, como nos resulta una emergencia que se repita en las ferias la terna que se anunció el 1 de mayo en Sevilla -Morante, Ortega y Aguado-, pero malogran las expectativas las discrepancias empresariales y profesionales de los toreros concernidos y de sus apoderados en una suerte de guerra fría.
Se explica así mejor la tensión progresiva del duelo sabatino, el impacto de la reventa. Y el factor imprevisible que caracteriza la hostilidad de los sectores de Las Ventas más refractarios a la sevillanía. Urge recordarles que tanto Ortega como Aguado despuntaron en Las Ventas antes que en ninguna otra plaza de relevancia. El trianero lo hizo en una corrida agosteña sin apenas público (2018), mientras que el pasmo de Aguado trascendió en la tarde de su confirmación de alternativa, hace siete años en la feria de otoño.
El Confidencial