Elena Poniatowska: Guillermo Briseño

E
ncontrar caminando en cualquier esquinita de Chimalistac a Guillermo Briseño era una alegría, un aliviane, porque siempre estaba de buenas y ofrecía sentarse al piano. Lo conocí en los años de El Hábito de Jesusa y Liliana Felipe. Entonces él y yo todavía éramos vecinos de Chimalistac, y tenía yo un piano de pared cafecito, alquilado, al que quise mucho, porque era como un perro leal, y si pasaba Briseño por San Sebastián le gritaba: Briseño, ven a tocar
, y si se hacía el sordo corría tras de él: “No seas malo, cántame Apaga la luz”.
Era una pieza de jazz o de hip hop o tipo Irving Berlin o Cole Porter muy alegre que era una dicha escuchar y volver a escuchar. En esos años, todos éramos felices, y Briseño nunca, nunca se hizo del rogar y tampoco se consideró genio insuperable. Todos podíamos abordarlo y reír con él porque reía a plenos dientes y sin más te daba el gusto de sentarse al piano y tocar Apaga la luz. Hoy ya no tengo piano, pero sí apago y prendo la luz, Briseño, de cabeza blanca, pone sus manos con uñas de lamparita, en un piano imaginario y entona riéndose: Apaga la luz.
–Tengo cinco hijos –sonríe–, de los cuales dos son agregados culturales. Soy padre de a de veras de dos muchachas y un chavo; una es científica y trabaja en la Universidad de Vancouver, se llama Adriana; Alejandra, mi segunda hija es veterinaria, y está loca por los conejos; el más chico se llama Leonardo, tiene 19 años, es un músico muy talentoso. El más grande de todos es Juan Sosa, hijo de Hebe Rossel. Él creció conmigo, llegó con Hebe huyendo de la dictadura en Argentina. Hebe tiene 83, le pusieron un marcapasos, pero está muy bien.
–También yo tengo un marcapasos, y el médico Pedro Iturralde dice que es bueno bailar en el California Dancing Club en vez de dar la lata. A ti, Guillermo, te conocí con Hebe en Chimalistac, y luego en El Hábito, con Jesusa Rodríguez.
–Hebe se presentó en El Hábito. Fíjate, Elena, muchas circunstancias nos han acercado a lo largo de la vida, desde ser vecinos hasta ahora que tienes el pelo blanco...
–Guillermo, me encantó tu canción rockera Apaga la luz. Una vez te pusiste a cantarla y a tocarla creo que en Chiapas frente al Sub…
–Siempre tengo pianos. Ahora vivo en el centro de Tlalpan y añoro la tranquilidad de Chimalistac, donde vivían Rosita Arenas, Abel Salazar y otros de la farándula. Donde estoy ahora, te ensordecen las sirenas, los camiones, el arrancar de los coches, todo te truena en los oídos. Oyes las motocicletas hechas la mocha zumbar, porque salen a Cuernavaca…
–Hablas como viejito…
–Espérame, vivir allá tiene su encanto, porque cuando el día está claro y transparente alcanzo a ver los volcanes. Hay muchos pueblos por Tlalpan, pero no me gusta que todas las noches echan cohetes para celebrar cualquier santo. Mi perra labrador sufre y la pobre no sabe dónde meterse cuando hay fiesta, y donde ahora vivo siempre hay fiesta.
–Guillermo, tú eras una fiesta ambulante, siempre a las carcajadas, siempre de buenas…
–Todas esas correrías
, que es una mala palabra, tienen que ver con la aventura de la vida de lo que va amaneciendo a tu lado, de lo que vas viviendo y de a lo que te quieres acercar y de lo que te quieres alejar; en la vida conoces gente y te enamoras y te desenamoras, y ahí la vas llevando. Mi otra hija putativa es Valeria, hija de Aurora, mi esposa, que trabaja en la Ibero de Puebla; es directora del Departamento de Vinculación de la Universidad, hace relaciones políticas y sociales. Cuando conocí a Aurora, ella tenía una hijita de 3 años y acabamos haciéndonos pareja, para mi felicidad. Me pone muy contentísimo su compañía y Valeria es una hija postiza que quiere mucho a su papá de a de veras pero que conmigo tiene una relación extraordinariamente amorosa.
(Debo decir que soy fan de Briseño y de todas las teclas que bailan en torno a su cabeza en clave de sol, porque cada una de sus partituras bailan y sus acordes ríen a carcajadas y nos ponen muy contentos.)
–Ya me hiciste bolas. ¿Desde cuándo te interesó la música?
–Desde los 3 años tocaba el piano de alguna manera graciosa con los deditos, y tengo memoria de mi vínculo con la cuestión musical porque en mi casa había un piano; mis papás cultivaban música todo el tiempo. Mamá podría haber sido pianista; mi papá era chiapaneco y tocaba la guitarra y era trovador, componía música y escribía versos de bohemio, aunque él era ingeniero topógrafo y vino al Politécnico desde San Cristóbal; yo no nací allá, sino en el DF, aunque los chiapanecos me dicen paisano.
–¿Tú eres chiapaneco?
–No, yo nací aquí, aunque los chiapanecos me dicen paisano porque mi papá era chiapaneco. Yo estuve muy cerca del movimiento zapatista. Como músico, hice todo lo que pude para que la lucha justa de los pueblos fuera parte de la conciencia de la gente, que lo entendiéramos, que lo amplificáramos, lo sostuviéramos. Ese alzamiento produjo efectos que todavía se están viviendo.
–¿Fuiste muchas veces a Chiapas?
–Sí, me tocó ir a Guadalupe Tepeyac, a San Andrés Larráinzar. Presencié un proceso en el que se decidió cambiar la noción de libertad y la de posibilidad de ser escuchado. El poder es tan elástico que no se asimila, y los seres humanos a veces son tan propensos a la traición, a la envidia, a la mentira, a todas esas cosas que corroen.
–¿Tocabas allá?
–A veces tocaba porque llevaba un piano, pero era muy difícil porque no había corriente eléctrica o la extensión era de cables muy pequeños, y eso me hizo pensar que tendría muchas dificultades para tener otros insumos, pero también me sirvió para ver las carencias de la gente del pueblo: tener electricidad para que haya refrigeración, por ejemplo, para la leche de los niños, las medicinas, y se me ocurrió organizar el festival Serpiente Sobre Ruedas.
–¿Diste conciertos en la selva?
–Sí, también en San Cristóbal, unas cuatro o cinco veces. Así propuse que electrificáramos el pueblo, mediante el festival Serpiente Sobre Ruedas; hicimos un concierto muy a todo dar. El rector de la Universidad Nacional Autónoma de México era José Sarukhán, el secretario del rector era Rafael Cordera, y yo me lancé a la rectoría para decirles que la intención del concierto era mantener vivo el movimiento zapatista y el famoso ¡Ya basta!
, y todavía resuena en las paredes; hay muchas cosas que aún no se resuelven.
–¿Fuiste amigo del Sub?
–En muchos momentos sentí confianza con él. Todo surgió porque me mandó una carta respondiendo a una que le envié cuando surgió el movimiento. Yo estaba en Xichú, Guanajuato, en la casa de la mamá de Guillermo Velázquez, el de los Leones de la Sierra de Xichú.
–¿Cuántos años tienes, Guillermo? Das la impresión de haber estado con el movimiento zapatista desde el primer momento.
–Tengo 79; en noviembre cumpliré 80. Lo que pasa es que el zapatismo me sonó como algo natural, algo esperado. Además, ya había estado cerca de movimientos sociales. Había una organización de productores campesinos que conocí años antes del alzamiento zapatista, que trabajaban en Jalisco, Michoacán y Veracruz. Era gente con un potencial ideológico muy poderoso, y la música siempre ha sido un gran aliado de la protesta.
–¿Por qué elegiste el rock?
–Me di cuenta de que había poco rock en nuestra lengua. Al rock se le asocia con la frivolidad, el divertimento, el baile y la despreocupación, pero la música necesita sustentos éticos, filosóficos. Desde mi punto de vista, no basta con haber nacido en México, sino qué estás haciendo desde México. La música ha sido un instrumento para decir lo que piensas, lo que sientes. No debemos olvidar la historia de nuestro país, hechos indignantes como la guerra sucia y los asesinatos de Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas. ¿Cómo puedo explicar lo que ha pasado en este país? Porque lo hemos visto moverse por lugares a veces muy prometedores y satisfactorios y muchas, pero muchas veces en tragedias y mentiras, sometimientos, lambisconerías con los gringos.
Uno va creciendo y aprende de quienes lo han antecedido. Entiendes por qué Shostakóvich hizo una sinfonía para alentar el espíritu del pueblo ruso a defenderse de los nazis. Paul Robson era un barítono estadunidense que se fue a las Brigadas Internacionalistas cuando la guerra en España. Hay gente que marca de manera muy notable en la historia algo que la gente del pueblo construye, porque está hablando de lo que le sucede.
jornada