En Ghorman sin droides

Cuando me enteré de que Tony Gilroy había filmado una segunda temporada de Andor , la serie de televisión de Star wars que se puede ver en Disney+, fuí a buscarla enseguida. Gilroy es el director de Michael Clayton (2007), aquella película tan buena con George Clooney en el papel de un abogado que descubre los tejemanejes de una empresa química y decide plantar cara. En una entrevista, Gilroy dijo dos cosas que me cautivaron. Cuando firmó el contrato con Disney puso como condición que no aparecieran jedis, y que no se mencionaran ni la fuerza ni los sith. Millones de personas en la Galaxia no han oído nunca hablar de ellos: fijémonos en esa gente. También decía que tomó el planeta Ghorman –que tiene un papel importante en el universo de Star Wars, porque el Imperio perpetró allí una masacre que puso en marcha el movimiento de resistencia– y lo limó de excrecencias ficcionales . Dejó el planeta mondo y lirondo y construyó en él. Hay tanta excrecencia ficcional en novelas y películas: historias que no aportan nada, volutas, flequillos, retratos narcisistas de los autores... Es fino, este Gilroy.
La serie tiene muchos detalles interesantes. Por ejemplo: ¡En Ghorman hay colmados! Los del planeta se ganan la vida confeccionando tejidos, tienen granjas de arañas que hilan sin parar y unos showrooms con telas de fantasía. Un escenario principal es una tienda de antigüedades en la que se ofrecen reliquias de épocas remotas. El actor Stellan Skarsgård está soberbio en el papel del anticuario-conspirador Luthen Rael. Cassian Andor (Diego Luna) roba una nave de pruebas del Imperio. Una chica, infiltrada, le facilita el acceso al hangar. Andor se dispone a subir a la nave, la chica le pregunta: “¿Crees que vale la pena morir por una revolución que no voy a ver?”. Llega a un planeta perdido en el que debe ceder el caza a un piloto profesional. Pero resulta que unos revolucionarios tontainas se han cargado al piloto, se pelean entre ellos y casi le matan. Los revolucionarios bobos tienen un papel destacadísimo en la serie.
La chica le pregunta: “¿Crees que vale la pena morir por una revolución que no voy a ver?”Los malos están también muy bien. Syril (Kyle Soller) es un arribista. Hijo de una casa sencilla, quiere subir en el escalafón y hace como los falangistas de postín: se retoca el traje de oficial para parecer más distinguido. Se lía con Dedra Meero (Denise Gough), una integrista con pinta de dominatrix. En un momento sublime de la segunda temporada, Syril lleva a su madre, que es un loro, a casa de su novia. Meero, implacable en las labores imperiales, intenta adoptar el papel de nuera solícita, sin éxito. Con todo esto, Gilroy deja entender que igual Syril, como Michael Clayton, cambiará de bando. O no. La ambigüedad está en todas partes. El entierro de la madre de Andor al final de la primera temporada y la boda de la hija de la senadora Mon Mothma (Genevieve O’Reilly) son dos momentos vertiginosos de gran altura cinematográfica. Solo aparece un droide, y poco rato, pero qué más da.
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