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Guitarras cristalinas, voces anhelantes

Guitarras cristalinas, voces anhelantes
UNIVERSOS PARALELOS
Columna

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El grupo The Byrds en Trafalgar Square (Londres), en 1965.
El grupo The Byrds en Trafalgar Square (Londres), en 1965.Victor Blackman (Getty Images)

Hace 60 años, eclosionó uno de los subgéneros más gloriosos –y fugaces- del pop. Llegaba al número 1 en varios países Mr. Tambourine Man, de The Byrds, que fusionaba melodías folk con la instrumentación eléctrica del rock. Una letra enigmática, repiqueteo de guitarras, voces devotas. Había nacido el folk-rock.

O no. La fórmula tenía precedentes, en grupos como los Beau Brummels sanfranciscanos o los Searchers liverpulianos. A estos últimos se les atribuía el descubrimiento del sonido envolvente de la guitarra de 12 cuerdas (tiempo después reconocieron que era el encaje de dos guitarras de seis cuerdas). En realidad, sería mejor explicarlo como un terremoto sociológico: muchos chicos listos de los folk clubs fueron noqueados por los Beatles y decidieron que parecía más divertido hacer rock.

La iniciativa resultaba más revolucionaria de lo que ahora podemos imaginar. Roger McGuinn, cabecilla de los Byrds, cuenta que invitaron a Dylan para que escuchara su interpretación de Mr. Tambourine Man y el autor no reconoció su canción (pero ya sabemos que Bob tiene un peculiar sentido del humor). En verdad, Dylan ya había grabado meses ante media cara de Bringing It All Back Home con instrumentistas electrificados.

Simplificado, resultaba una fórmula sencilla. Tom Wilson, productor de Dylan, usó varios de los mismos músicos de Dylan para revestir una demasiado seria denuncia de la alienación, grabada por una pareja de aspirantes a folkies. Así fue como Simon & Garfunkel se encontraron con su primer exitazo, The Sound of The Silence.

Y por esas brechas se colaron todos. Genuinos conjuntos de rock como los Lovin’ Spoonful, Buffalo Springfield, Jefferson Airplane, Grateful Dead, The Leaves, Love. Conversos frescos como los Dillards, The Mamas & The Papas, Rising Sons (con Taj Mahal y Ry Cooder) más astutos oportunistas tipo P. F. Sloan, Sonny Bono, Scott McKenzie. Cantautores que aceptaron añadir arreglos más o menos orquestales: Fred Neil, Tom Rush, Tim Hardin, Tim Buckley. Y las reinas del folk: Judy Collins, Joan Baez. Hasta tuvieron una segunda oportunidad figuras de los años cincuenta, tipo Bobby Darin o Dion. Hicieron el agosto discográficas especializadas como Elektra o Vanguard. Caramba, hasta los Beatles asimilaron las influencias de sus discípulos californianos con la deslumbrante If I Needed Someone.

El fenómeno saltó el Atlántico. Prendió en el Reino Unido, donde recordaban el ejemplo de los Animals, que dramatizaron una balada de perdición conocida como La casa del sol naciente. Cierto que los británicos contaban con una robusta tradición folclórica, aunque conviene recordar que la primera encarnación de los emblemáticos Fairport Convention tiraba más hacia el rock de San Francisco. Seguramente quien mejor se benefició de la apertura de mentes fue un dylanita, Donovan, reciclado en flautista de Hamelín del flower power con las producciones de Mickie Most. El cruce sonoro arraigó también en Francia, Italia o España.

¿Cómo fue posible que el folk-rock se diluyera tan rápido? Sospecho que se transformó en rock psicodélico y, por la ley del péndulo, tanta pasión por el ácido facilitó el giro hacia el country rock (allí también terminaron The Byrds). Aun así, es un tesoro digno de ser explorado. Hay dos recopilatorios del sello Cherry Red que facilitan la tarea: When Will They Ever Learn? y Jingle Jangle Morning. Suculentos ambos.

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