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Hambre en un país que produce alimentos: el abordaje filosófico de un tema que preocupa

Hambre en un país que produce alimentos: el abordaje filosófico de un tema que preocupa

En 2001, al calor de la crisis, Matías Bruera empezó a interesarse por una contradicción que persiste en la Argentina: la de ser un país que produce toneladas de alimentos y, sin embargo, mantiene altos porcentajes de población que sufre hambre.

Desde entonces, el sociólogo, profesor e investigador de historia de las ideas en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Quilmes y exfuncionario, ha escrito varios libros sobre la temática de la alimentación. En Comer y ser comido. Indicios para una fenomenología de la incorporación (Fondo de Cultura Económica), un trabajo que resulta de su tesis de doctorado, aborda el problema desde una perspectiva filosófica.

Una cita del filósofo alemán Peter Sloterdijk inspiró uno de los puntos de partida del libro, que pone a la noción de la “incorporación” en el centro de las reflexiones. En lugar de ocuparse de la representación, es decir, de la relación entre el intelecto y las cosas, a Bruera le interesaba meditar sobre la alimentación como un fenómeno de lo encarnado, de lo corporal, que implica dejarse asumir en algo.

Una experiencia social

Comer es una necesidad vital, pero también una experiencia social que está atravesada por el pensamiento y lo estético que muchas veces enmascara la violencia de la producción. Allí donde se come, como el título lo explicita, hay algo que está siendo comido.

“Si bien comer es un acto social arraigado y propio de cualquier proceso civilizatorio, también es un ejercicio predatorio, un acto animal, y así todos los intentos de refinamiento -desde el uso más elemental del fuego para cocinar hasta el empleo de utensilios para llevarnos a la boca lo que cocemos a través de medios y elementos industrializados – persiguen como meta el enmascaramiento del instinto de alimentarnos que poseemos en tanto seres vivos. Sublimar ese acto y convertirlo en algo social, culto, limpio y espiritual, que nos permita trascender nuestra naturaleza animal, solo ha sido posible mediante un imaginario estético o formas reguladas de comportamiento”, postula Bruera en un pasaje.

Matías Bruera (Gerardo dellOro)Matías Bruera (Gerardo dellOro)

Inspirado, entre otros, por Walter Benjamin, la composición del libro es fragmentaria y se compone de citas que van hilvanando discursos e interpretaciones en torno al acto de comer.

Un acto en el que, en la medida que establece una relación entre algo exterior (el alimento) con una persona, tiene implicancias subjetivas, un acto que teje a su alrededor tramas de sentidos y formas de relacionarse con el mundo. Como lo dice la frase devenida refrán popular, “somos lo que comemos”.

Incorporar alimentos es también una forma de interiorizar imaginarios. En particular, en la sociedad contemporánea, dice Bruera, la comida aparece atravesada por el auge de lo gourmet y la dietética, dos discursos que estructuran comportamientos alimentarios que, sin embargo, no alcanzan a quienes no tienen asegurada su subsistencia diaria.

“La comida ya no es lo que era, sino básicamente y en uno de sus sentidos más ponderados, un objeto de disputa moral o un artefacto para el bienestar físico -saludable o no- que ha producido una disociación entre su dimensión libidinal y su carácter técnico. De esta manera, desvinculada de su trama histórica, se ha convertido más que nada en un artefacto de la reproductibilidad técnica”, afirma Bruera.

La comida no ha sido siempre medida en nutrientes y calorías, lo que ahora se impone es una lógica que la convierte en un medio para diversos fines: desde retrasar el envejecimiento a cuidar el ambiente.

Si la vista ha sido el sentido privilegiado en la Modernidad, el planteo de Bruera le da lugar al gusto, un sentido habitualmente considerado “inferior” por las tradiciones filosóficas.

A su vez, descubre el vínculo entre la palabra y los alimentos, en la medida en que ambos encuentran un lugar común en el mismo lugar del cuerpo: la boca. Esto termina de enlazar más ampliamente la comida con el pensamiento.

Comer y ser comido. Indicios para una fenomenología de la incorporación, de Matías Bruera (Fondo de Cultura Económica).

Clarin

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