Homónimos del mundo, ¡separaos! / columna de Óscar Acevedo

En días pasados recibí un mensaje de WhatsApp que me dejó en puntos suspensivos. Resulta que un amable homónimo me escribió desde Canadá explicándome lo que le está ocurriendo con su cuenta de artista en YouTube. En su respetuosa misiva me manifestó que en esa cuenta le aparecen seis discos que no son de él, son seis fonogramas que he publicado en diversas plataformas a través del conocido agregador de contenidos CD Baby.
Ante esta insólita situación, procedí a contactarlo para solucionar este enredo. Después de recibir sus explicaciones y averiguar en la página de mi agregador, vía chat me llegaron las instrucciones para tramitar una “separación de artista” por cada una de las grandes plataformas de distribución de música, diligencia que tomará su tiempo según la velocidad de respuesta de cada una de ellas.
Lo que no entiendo es que los dos involucrados tenemos diferentes correos y diferentes países registrados en nuestras cuentas. Estas diferencias deberían ser suficientes para que administren las obras de cada uno por separado, aunque no creo que este asunto esté en la agenda de estas empresas con millones de usuarios.
En el pasado, he sido testigo de la confusión que producimos los homónimos en el mundo. Me pasó en el Festival de Jazz de Nueva Delhi cuando, segundos antes de salir a escena, el presentador anunció en mi lugar a un baterista santandereano de rock bautizado igual que yo y oriundo de Colombia, para completar. Supongo que esa fue la primera biografía que el maestro de ceremonias encontró en redes, ¡plop!
Mi tocayo radicado en Canadá también es músico, pero publica obras electrónicas de estilo banda sonora, una actividad diferente a la mía. Como todos los colegas que hacen música hoy en día, este amable homónimo las sube a plataformas para difundir su trabajo en el medio que mayor alcance tiene, el digital.
En conclusión, hacerles seguimiento a las obras protegidas por el derecho de autor resulta un calvario para los artistas independientes. El volumen de música que se sube a las plataformas ha desbordado la capacidad del individuo para gestionar sus derechos por sus propios y limitados medios. Es hora de crear filtros y categorías para que el usuario pueda administrar sus contenidos de forma eficiente.
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