Los traductores no se quedarán sin trabajo

Los traductores no se quedarán sin trabajo”. Esta declaración la hizo la lingüista Núria Bel en una de las sesiones sobre lengua e inteligencia artificial del Congreso Internacional de la Lengua Española en Arequipa (Perú). A pesar de todas las noticias que nos llegan vinculadas a la IA, la profesora de la UPF asegura que eso lo dice desde 1987, cuando empezó a investigar en traducción automática. Desde entonces los avances en automatización, hasta la llamada traducción neuronal, han sido gigantescos. Y los traductores no se han quedado sin trabajo.
Es evidente que el trabajo del profesional de la traducción ha cambiado, y cambiará aún más. Hay que aceptar las novedades tecnológicas, porque no hay posibilidad alguna de dar un paso atrás. Pero para conseguir una buena traducción siempre será necesario un ser humano al final del proceso, que verifique que lo que una máquina ha traducido se ha hecho bien. Que no haya confundido una palabra por otra, que el cálculo de probabilidades al decidir el sentido pertinente de una palabra polisémica haya sido acertado, o que no se haya comido una secuencia o una frase entera, como advierte el traductor jurado peruano especialista en chino Fernán Alayza.
Hay que aceptar las novedades tecnológicas, porque no hay posibilidad alguna de dar un paso atrásEs lo que se llama postedición, la revisión de un texto traducido por una máquina. Y para esa tarea es necesario que el profesional conozca las dos lenguas con un nivel más que aceptable, la de origen y la de llegada, y tenga conocimiento de los errores que una máquina, de modo automático, produce. Porque son errores que no tienen nada que ver con los que pueda cometer un humano, como encontrar la expresión adecuada para cada lengua o traducir un apellido que es un nombre común: Ferrer <> Herrero. Los apellidos son uno de los aspectos más peligrosos y, a su vez, más impactantes, porque todo el mundo sabe ver el error a posteriori.
Así pues, los traductores no se quedarán sin trabajo. Será distinto, claro, pero la inteligencia humana siempre será necesaria. Y cuando se trata de traducciones literarias, con autores que juegan constantemente con la lengua, entonces para la máquina será peliagudo. Si no me creen, pueden preguntárselo, por ejemplo, a Esther Tallada, traductora de William Faulkner al catalán. Aparte de una sintaxis digamos libre, el escritor se inventaba palabras y componía nuevas. A ver qué máquina o qué IA, que solo sabe responder a partir de lo que ya existe, es capaz de resolver estos escollos. Por eso la inteligencia artificial sí es artificial, pero no es inteligente, como señala el profesor de literatura española Jordi Gracia, de la UB. Lo que toca es que se haga un buen uso de ella.
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