Morante de la Puebla rinde, por fin, la primera Puerta Grande de su historia con una tarde magistral en Las Ventas

A las 21.40, con la luna colgada del cielo de Madrid, una masa enfervorizada agitaba a Morante de la Puebla por la calle de Alcalá. Y Madrid, como si fuera Sevilla, coreaba su nombre -"¡José Antonio! ¡Morante de la Puebla!"- colocando en su sitio a uno de los más grandes de toda la tauromaquia, el más grande que estos ojos hayan visto.
Madrid se puso por fin a la altura de la historia. Madrid se colocó al final a la altura de Morante. Y Las Ventas por fin abrió su Puerta Grande a un artista irrepetible, que ofreció una tarde de toros magistral, no sólo por el arte deslumbrante, sino por un fondo de torero descomunal. MdlP firmó un tratado al alcance de nadie con dos toros de Juan Pedro medios o mediocres, muy lejos de la excelencia de los de Fernando Adrián.
Morante de la Puebla sintió la plaza ardiendo ya en el paseíllo, puesta en pie cuando se rompió en una ovación emocionantísina. El pueblo ejercía una justicia reparadora con el maestro ultrajado. Que saludó con su montera azul, azul noche como el terno bordado de azabaches, los pañuelos como palomas en los bolsillos de un mago, el chaleco de oro que distingue al matador de toros. A las 19.10 Morante, entre el correteo del toro, le había dibujado dos verónicas con el capote lacio, suelto, amarrado el compás. Y dos más estratosféricas, mecidas en el pecho, en el juego de la cintura, en el pulso de sus muñecas. Y el toro volvió a irse después de un delantal, antes de enredarse en unas chicuelinas aladas, giradas sobre el barroquismo de su figura. Quedó la media arrebujada pero no limpia, enmendada por una serpentina airosa, de garboso paso.

Del Seminarista, de Garcigrande, a Sacristán, de Juan Pedro, la historia de Morante pasa por Dios. De aquella antología del 28 de mayo en la Corrida de la Prensa a esta joya primera de la ya histórica Corrida de Beneficencia. Capellán portaba una hondura enorme, una largura infinita y un morillo cargado sobre el cuello. Un tío grandón pero no flexible. Noble y fijo pero no excelente, el fondo contado como la calidad.

Morante aportó la dosis, la torería y el empaque desde los ayudados por alto, codilleros, sabrosos, rematados con un martinete y un pase de pecho para guardarlo entre los hielos de la memoria. MdlP se puso con el toro en los terrenos de Antoñete -en paralelo a la segunda raya-, con la geometría de Antoñete en la ligazón -cambiando solo zapatilla por zapatilla en el giro-, y así brotó el toreo reuniéndose con él. MdlP se funde con el toro de tal modo que todo es una sola escultura. Pero en la tercera serie, todas de una altura inalcanzable, volcánicas en su hondura, bien resueltas con cambios de mano y pases de pecho a mano cambiada, el toro le pidió al maestro sitio, que perdiera un pasito, porque se había estrellado con la muleta. Los naturales siguientes fueron un prodigio, de ajuste y naturalidad, de una pureza inigualable. Esa que surge cuando Morante se hunde en sus talones. Bramaba Madrid. La faena estaba hecha. Lo cantó el juampedro. Cruzamos los dedos para espada se hundiera, y se hundió en todo lo alto con Morante empujando con el corazón de 22.000 almas. La muerte fue espectacular, la pañolada explosiva. Una oreja con fuerza atronadora, y la otra se quedó por el camino. Esa justicia reparadora del principio debió aplicarse también. Y, sobre todo, porque después se empató el marcador con Adrián...

Había esperanza. A Curro Romero se le sacó a hombros de esta plaza con una oreja en 1959 y 1965. Pero al final hubo una justicia poética. Morante de la Puebla buscó con toda su alma la Puerta Grande anhelada, perseguida durante 25 años, inventada. Eso fue. Un prodigioso invento con un toro que no le regaló nada, valentísimo ante los topetazos, hallando la veta del toreo como un zahorí en el desierto. Se había protestado el juampedro, que realmente decía poco, pero lo peor es que no ofrecía nada. Ni clase ni entrega. Cierta violencia. Y entonces Morante apretó los dientes, halló ese haz de luz de su privilegiada cabeza y agitanó su muleta. Desde el inicio rodilla en tierra con un cuadro de Roberto Domingo, pasando por la derecha que templaba lo intemplable y salía limpia por abajo. La faena, además del brutal tono artístico, creció sobre el fondo del extraordinario torero que es. Esa colocación de dios pisando la tierra.
Aquello estalló con un par de naturales con el sello de la eternidad, dos naturales impensables, de una profundidad inaudita y una verdad que hasta los del miau callaron ante el rugido. MdlP sentía la PG entreabierta y se vació por completo. Un cambio de mano gallista para torear de nuevo por Belmonte al natural, yéndose al pitón contrario, yéndose hacia la gloria. Qué barbaridad de tipo. Quedaba matar, ay, y mató. Cayó baja la estocada, sí, pero se lo debía la historia, tantos casis, tantas faenas, tantas obras maestras, en la frontera. Cedió el presidente a la fuerza del pueblo y, por fin, la plaza se puso a la altura de Morante.
Lo que pasó antes y después de él fue como cuando Calípides quiso imitar el gorgojeo del ruiseñor ante Agesilao, y éste le contestó: "No deseo escucharte. He escuchado muchas veces al ruiseñor auténtico y ya sé cómo canta".
Da igual cuando leas esto: Fernando Adrián se llevó un lote de vacas, el toro de la tarde, un tal Pardillo de calidad superlativa y elásticos movimientos, el ritmo sostenido de lo especial, la categoría de los mimbres mansitos que hacían abrirse su bravura. Adrián fue lo que es. No da más allá de una tosquedad durísima, una desarmonía tenaz. Costaba entender los oles después de ver torear al más grande. Le dieron una oreja. Fue notable también un quinto de tranco proverbial, agotado antes de hora. Aburrido quizá.Los mejores muletazos fueron de rodillas, en un prólogo contra el toro. De nombre Archivero. Un metisaca. Le han tocado toros para refundar el campo bravo de excelencias.
Borja Jiménez se atascó malamente con la espada con el lote de menos prestaciones, tampoco excesivamente despejado de ideas en una tarde que tuvo un sólo nombre. «¡José Antonio! ¡Morante de la Puebla!», coreaba la marabunta por la calle de Alcalá.
MONUMENTAL DE LAS VENTAS Domingo, 8 de junio de 2025. Corrida de Beneficencia. Lleno de «no hay billetes». Toros de Juan Pedro Domecq; todos cinqueños; de diferentes hechuras y remates, serios; extraordinario el 2º; notable el 5º; bueno el 1º; topón y vulgarote el 4º; con clase pero desfondado el 3º; se paró el 6º.
MORANTE DE LA PUEBLA, de azul noche y azabache. Gran estocada (oreja y petición); estocada baja (oreja). Puerta Grande.
FERNANDO ADRIÁN, de azulo marino y oro. Estocada (oreja); metisaca (silencio).
BORJA JIMÉNEZ, de sangre de toro y oro. Tres pinchazos y se echa. Aviso (silencio); tres pinchazos y estocada (silencio).
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