¿Qué significa para la psicología que alguien diga muchas malas palabras?

Malas palabras
Fuente: IStock
Decir malas palabras es un hábito que puede rastrearse en personas de prácticamente todas las culturas y lenguas del mundo. Aunque varía en forma, intensidad y contexto, se trata de una conducta presente desde tiempos antiguos que atraviesa clases sociales, edades y niveles educativos.
Lo cierto es que más allá de su connotación ofensiva, el uso de insultos o expresiones vulgares cumple funciones emocionales, sociales e incluso lingüísticas, lo que ha llevado a la psicología y la antropología a estudiarlos como una forma de manejar las emociones.
Estudios recientes compartidos por Cuidate Plus sugieren que quienes maldicen con regularidad no necesariamente lo hacen por agresividad; en muchos casos, se trata de una vía para liberar tensión, comunicar frustración o expresar autenticidad. Diversas investigaciones incluso han vinculado el uso moderado de estos términos con la honestidad, la menor represión emocional y altos niveles de espontaneidad.
Además, el lenguaje ofensivo también cumple una función social: puede ser una forma de marcar límites, reforzar vínculos de confianza en contextos informales, o simplemente una herramienta para intensificar un mensaje.
Sin embargo, cuando el insulto se convierte en un hábito incontrolado o violento, puede ser un indicador de baja tolerancia a la frustración, impulsividad o carencia de habilidades para la resolución de conflictos. Si se usa en exceso, deja de ser catártico y retroalimenta la activación del estrés y dificultar la toma de decisiones efectivas para manejar la situación.(LEA MÁS: ¿Qué significa que una persona hable mal de todos, según la psicología?)

Insultos
Fuente: IStock
Es interesante corroborar que las malas palabras que usamos en la actualidad tienen historias fascinantes y, muchas veces, significados muy distintos a los actuales.
Tal como revela un artículo del portal Muy Interesante, la palabra “idiota”, por ejemplo, proviene del griego idiótes, que designaba a quien se mantenía al margen de los asuntos públicos. Con el tiempo, el término fue degradándose hasta asociarse con ignorancia.
"Imbécil", por su parte, de raíces latinas (imbecillis), originalmente describía a quien necesitaba un bastón para apoyarse, tanto física como mentalmente.
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Otros insultos también tienen orígenes sorprendentes: “Estúpido” deviene de stupidus, que no significaba tonto, sino “aturdido” o “sorprendido sin reacción”, mientras que “Tonto” posiblemente viene del latín attonitus o de una raíz expresiva que imitaba sonidos simples para denotar falta de agudeza.
En tanto, “Golfo” y “Gilí” nacieron en las hablas populares y marginales, con sentidos que fueron mutando: el primero como derivado de “golfín” (asaltante) y el segundo del caló jili, que significa inocente.
Insultar no solo es un acto emocional, sino también un fenómeno lingüístico y cultural con raíces profundas.
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