Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Spain

Down Icon

Una novela sobre traducciones se convierte en un cruce apasionante entre ‘Perdidos’ y Agatha Christie

Una novela sobre traducciones se convierte en un cruce apasionante entre ‘Perdidos’ y Agatha Christie

Imaginen un bosque, y luego imaginen una casa en ese bosque. El bosque es un bosque de Polonia, y la casa es propiedad de una escritora muy famosa. La clase de escritora que cada año suena para el Nobel. ¿Su nombre? Irena Rey. Pero ¿qué ocurre en esa casa aislada, en un bosque igualmente aislado? Que ocho traductores han llegado de distintas partes del planeta para traducir su última novela a la vez. Los traductores solo son “idiomas” cuando llegan —se llaman entre ellos Inglés, Alemán, Francés, Ucraniano, Serbio, Esloveno, Sueco y Español—, pero a medida que el encierro avanza —la reunión es idea de la autora, una especie de cumbre—, van apareciendo como aquello que son también cuando traducen: creadores. Así, La extinción de Irena Rey (Anagrama), de Jennifer Croft (Oklahoma, Estados Unidos, 44 años), es una especie de exorcismo que coloca el oficio del transformador o el intérprete de obras literarias en el centro de un curiosísimo huracán que explora un punto ciego de lo artístico, el de la recreación sujeta, inevitablemente, al yo de cada recreador, o traductor.

La idea para semejante cruce entre Perdidos y un misterio de Agatha Christie —todo en el bosque tiende a lo lisérgico y a la desaparición, o el cambio; no en vano, los hongos son parte central de la trama, eso que transforma la muerte en algún tipo de vida, o más bien, que convierte ciertas cosas en otras—, le surgió a Croft de sus propios encuentros con la Nobel polaca Olga Tokarczuk, a la que traduce. “Supe que invitaba a sus traductores a ese tipo de retiros, y yo estuve a punto de participar en el último, pero se celebró dos semanas antes de que nacieran mis hijos —Croft es madre de gemelos—, y no quise arriesgarme”, explica.

Está en su casa, en Oklahoma, es por la mañana. Acaba de descolgar la videollamada. “No fui a esa cumbre, pero sí al lugar en el que escribió Los libros de Jacob. Recuerdo que cuando lo leí pensé que era la primera que lo hacía, y que era una obra maestra, y que solo yo y unos pocos habíamos tenido acceso a ella entonces. El privilegio de este trabajo es enorme", dice.

La escritora Olga Tokarczuk, durante una rueda de prensa en Barcelona, en junio de 2023.
La escritora Olga Tokarczuk, durante una rueda de prensa en Barcelona, en junio de 2023.Europa Press News (Getty Images)

Lo es siempre que lo vivas de tan holística forma como lo viven los protagonistas de La extinción de Irena Rey y su autora, para quien la reflexión alrededor del oficio de traductor gira alrededor de cómo de cerca puedes llegar a estar del autor. “Cuando pienso en mí como escritora me pregunto ¿por qué elegí esas palabras en ese momento? Ni siquiera lo sé. Somos alguien distinto todo el tiempo, y el traductor está intentando conectar con ese alguien que eras cuando escribías eso. Traducir consiste en acercarse lo más posible a esa persona sin llegar a ser ella”, señala Croft, que ha mantenido una lucha por la visibilización del traductor —es autora del ensayo Por qué los traductores deberían aparecer en las portadas de los libros, e impulsora de la campaña #TranslatorOnTheCover, que ha conseguido mostrar la naturaleza colaborativa de la literatura traducida—, y que, de forma lúdica, le pidió a su propia traductora al español, Regina López Muñoz, que escribiese una Nota de la traductora de la traductora que funciona como posprólogo de la novela.

“En 15 años de profesión, es la primera vez que contactan conmigo para entrevistarme a la vez que a la autora. Lo que hace Jennifer Croft con su novela es sacar a las traductoras de las tramoyas y plantarnos en el proscenio. Y lo hace con una maestría admirable, con el telón de fondo de la crisis climática, estableciendo un símil con la vida invisible de los bosques. Y, por supuesto, estirando hasta la parodia esa ‘demasiada pasión por lo suyo’ que nos caracteriza”, dice la propia López Muñoz cuando se le pregunta por ese guiño, y la importancia de la novela de Croft. Y da una muestra de lo que hace una traductora como ella para acercarse a la autora que traduce: “Dice una de las protagonistas de La extinción de Irene Rey que traducir es tener que reescribir un libro; ¿cómo no te vas a dejar el alma, con tamaña responsabilidad? En el caso de esta novela, en las semanas que pasé traduciéndola llevé un diario de trabajo y me dediqué en paralelo a leer como una descosida todo lo que pudiera tener remotamente que ver con el libro".

¿Por ejemplo? “Las otras dos obras que ha escrito Croft (identificando temas de predilección, rasgos de estilo), leí a Tokarczuk, a Gombrowicz, ensayos sobre hongos, micelio y vida en los bosques, reportajes y documentales sobre Białowieża [reserva natural en Polonia], sobre el antiguo aeropuerto de Tempelhof, el tango polaco de los años treinta, la apicultura tradicional en los árboles… Croft introduce una variedad apabullante de temas, y para poder traducir algo primero tienes que estar segura de que lo has entendido”, responde. Y es curioso, porque después de ese espejismo de control, el querer partir del mismo punto del que parte la autora, empieza aquello que la novela de Croft desarrolla: la pérdida total de control que debe producirse para que la traducción sea también, a su manera, una obra única, tan irracional y dependiente del momento que atraviesa su traductor, como del de la propia autora. Un cruce de almas. “A veces me pregunto lo que Regina piensa de mí, un traductor puede conocerte mejor que tu psicoanalista”, bromea, muy en serio, Croft. Y admite: “Es cierto que hay que perder el control para crear algo auténtico”.

Cubierta del libro 'La extinción de Irena Rey', de Jennifer Croft (Anagrama), con traducción de Regina López Muñoz.
Cubierta del libro 'La extinción de Irena Rey', de Jennifer Croft (Anagrama), con traducción de Regina López Muñoz.Anagrama

En parte, eso les ocurre a los traductores de la novela. Cada uno encuentra su camino dentro de ese mismo camino que supuestamente es la última novela de la, por otro lado, desaparecida Irena Rey. Todo funciona como una alegoría de lo orgánica que acaba siendo la relación entre un autor y su traductor habitual. “En el caso de Olga, ya preveo de qué manera puede construir una frase, o cómo va a explicar una parte de la historia”, subraya. Como si una parte de su cerebro fuese compartida. Al respecto, Croft y López Muñoz deberían de haberse conocido en una residencia para traductores en Suiza. Pero corría marzo de 2020 “y la vida tenía otros planes”.

Sí recuerda, sin embargo, una convivencia muy enriquecedora. “Hace poco, una amiga italiana y yo tradujimos simultáneamente una misma novela francesa, cada una a su idioma. Fue fascinante comprobar hasta qué punto la lectura, la interpretación y la metabolización de una misma obra literaria puede ser distinta en dos personas de perfil cultural y generacional tan similar”, añade, corroborando todo aquello que, al margen del entretenidísimo misterio, alimenta la imprescindible obra metaliteraria —y militante— de Croft.

EL PAÍS

EL PAÍS

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow