El laberinto de Morata y lo que debe tener un canterano del Real Madrid para triunfar
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La clave de bóveda de este primer esbozo del Madrid de Xabi es Gonzalo. Un delantero que vive para los demás y, a través de un sencillo y preciso juego de apoyos, logra que los jugadores de última línea reciban de cara y entonces, solo con un soplido, aparece la ocasión. Gonzalo es canterano, bien peinado, bien alimentado y viene con los deberes hechos de casa. Es casi un prototipo. Hay algo así como una seriedad cósmica alrededor del club blanco que obliga a sus canteranos a ser como un pequeño ejército de altos funcionarios.
No se admite la genialidad algo lunática de un Lamine, por lo menos desde Guti, ese cisne negro con un penacho rubio. El canterano del Madrid es rectilíneo, tozudo, físicamente irreprochable y con una voluntad de superación que le lleva más allá de sus límites. En los últimos 15 años, el único canterano que ha triunfado en el Madrid de forma apoteósica es Carvajal. Su plan de estudios fue el siguiente: un año en el extranjero -en Alemania- y vuelta al primer Madrid de Carlo Ancelotti para asaltar la titularidad con esa hambre de siglos que parecen tener algunos escogidos.
Carvajal no era de esos futbolistas que arrastran una legión de seguidores desde pequeños. No nació para estrella. Su vida en el campo no consiste en hilvanar secuencias sublimes ni en abrir los brazos delante de un público extasiado. Esos jugadores (mediapuntas como concepto) que despiertan las ansias maternales de los seguidores de la cantera, jamás triunfan en el primer equipo. Y los que llegan muy arriba -Guti, el único caso- conviven durante toda su carrera con una guillotina y un clavel. Depende del día, el público les ofrece una de las dos opciones.
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Los jugadores bonitos que hacen túneles a los 15 años no son capaces de trasladar ese juego de espejos a la élite. Por lo menos en el Madrid. Los blancos se alimentan también de esos futbolistas, ahí están Modric, Isco, Ozil, Güler o Benzema, pero son jugadores hechos bajo otro cielo, bajo otras normas, con otras ansias que no son las de la Fábrica. Allí esos artistas se ahogan en alta mar y, como mucho, triunfan con cierto resabio en equipos de mitad de tabla como el Valencia o el Villarreal, siendo Parejo el paradigma perfecto.
Carvajal marca el caminoDe Gonzalo se habló discretamente el año pasado, pero apenas nadie lo pidió para el primer equipo. Muchos goles en silencio, sin estridencias ni espectáculo, pero con inteligencia. La rapidez mental. La fortaleza física. El encaje como una pieza de orfebrería en un mecanismo mayor. Ahí están tres cualidades que pueden hacer que un chaval con talento triunfo en el Madrid, o por lo menos, que se mantenga muchos años aspirando a la titularidad. Esas tres cualidades que tiene Gonzalo y por supuesto, tenía Carvajal, le faltan casi siempre a los chavales ensimismados en la belleza de su juego.
Tienden a la dispersión, tienen un físico obsoleto, de estrella de los 80' y piensan de más en los lugares donde todo tiene que surgir de forma semiautomática. Esos chicos que llamaban a las puertas y ni siquiera las traspasaron se suelen quedar en una ciudad de provincias regalando esquirlas de memoria como edificios frágiles que aparecen y desaparecen. Toda su vida es un ejercicio de melancolía. Nunca fueron llamados.
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Carvajal nació en un sitio agreste: Leganés. Ciudad grande de extrarradio con mucha gente amontonada. No tiene relato ni narrativa; la belleza apenas existe. La gente lucha duro para pasar de la supervivencia a la vida. Y más allá de la vida está la M-30. El Estado no te va a dar más que disgustos y la capital es un centro vibrante que fácilmente te puede aplastar entre sus engranajes. Existen allí los lazos profundos de la clase media-baja española, ridiculizada por los exquisitos, pero que forman el tejido sobre el que todo permanece. En la amistad entre Carvajal y Joselu está contenida una nación.
Joselu es gallego. Hijo de inmigrantes en Alemania. Amigo íntimo de Dani Carvajal, con el que le unen lazos familiares. Canterano del Madrid, se tuvo que ir a ganarse el pan por equipos de toda la geografía española. Pero Joselu estaba latente, esperando la llamada y la llamada llegó. Fue hace dos años a un Madrid con déficits en la delantera. Y ahí estaba el canterano con toda una vida a cuestas. Un especialista. Delantero centro con un máster en rematar satélites averiados caídos del cielo.
Al principio parecía un poco rústico para tanto príncipe que había en la delantera, pero entendió su sitio, tuvo paciencia y humildad y esperó su oportunidad. Joselu estaba en Madrid, con ese cielo castellano tan alto que parece levantado por los sueños de la hinchada. Y estaba agradecido por ello. Cada vez que salía al césped quería devolverle al club... lo que el club le había dado. Una vez superada la ansiedad, su juego se volvió la llave para derribar la Copa de Europa. Salía en los últimos minutos y siempre marcaba o asistía.
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Fueron 20 goles en cuatro ratos, alguno con la clase de los grandes delanteros. Su juego era parecido al que ahora se le exige a Gonzalo. Quizás Joselu sea más aparatoso y grande y Gonzalo más fino en sus movimientos. El gallego fue crucial en una semifinal de Champions y en los partidos de la verdad en la liga. Jugó los últimos minutos de la final contra el Borussia. Una final con Nacho, otro canterano paciente y tenaz como un requisito legal, que en el último acto de su carrera brilló como nunca antes.
Nacho era rápido, algo bajo para la condición de central, pero conocía todos los pormenores de su oficio y nunca tuvo la mínima distracción. Nacho Fernández, 12 temporadas en el primer equipo y solo una de titular. Nunca pidió explicaciones. Tuvo casi siempre los mejores del mundo por delante. No cejó, nunca tuvo una mala palabra y como en las fábulas, al final tuvo su recompensa.
Nacho, Joselu o Carvajal. Central, delantero centro y lateral derecho. Profesiones eternas del fútbol. No hay confusión en ellos ni en su juego. No fue el caso de Morata. Su juego era desde el principio enrevesado y ansioso, fiel reflejo de sus interiores. Morata destacó en el Castilla. Chico alto, rápido y con gol. Subió al primer equipo y se convirtió en la mascota del Bernabéu. No era malo, pero le podía la ansiedad y en un equipo lleno de jugadores que flotaban, Morata parecía remar hacia atrás para llegar al gol.
Morata y las malas decisionesCavaba duro y al final, encontraba agua unos días, cemento, otros y de vez en cuando, un pequeño tesoro. Era luchador, no de los fieros, de los agonistas, y eso le gusta al público en pequeñas dosis, hasta que un día se cansa de ese chico con manía persecutoria y lo aplasta sin miramientos contra los acantilados. Morata tenía que afinar su forma de ser y se le mandó a la Juventus, donde rozó el estrellato con su juego al filo de lo imposible. Le marcó un gol al Madrid que le apeó de una final de Champions y eso, le abrió de nuevo la puerta del club de Chamartín.
Formó parte de una segunda unidad que ganó una liga vibrante. Morata siempre libra tres luchas: contra el rival, contra sí mismo y contra un enemigo invisible que le aparta de la gloria absoluta. La prensa lo elevó a pequeño mártir porque nunca pisó la Champions. Quizás en el mejor Madrid contemporáneo fue usado como ariete en la competición doméstica mientras los reyes dominaban Europa. Y Morata, que se había convertido en un jugador excelente, en un delantero simple y claro en sus apoyos y remates; se ofuscó. En su juego había llegado la iluminación, pero su interior seguía en tinieblas. Se creyó esa pequeña narrativa del martirio, de lo mal que el madrid florentinista trata al jugador español y se compró su libertad por 80 millones de euros que pagó encantado el Chelsea.
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Morata nunca aprende, está demasiado pendiente de su imagen en medios y de su vía crucis interior. Tenía delante a Isco, a Gareth Bale y a Karim Benzema. No le era posible acceder a la titularidad y ni siquiera era la segunda opción en el banquillo. Nunca hubo ninguna injusticia. Dos años después, Cristiano estaba fuera y Bale se había derrumbado a mitad de temporada. Si Morata se hubiera quedado habría acabado siendo importante, entrando y saliendo de la titularidad, y ganando Champions en el Madrid, que es la forma en que los Dioses bajan a vernos de vez en cuando. No fue así. Se marchó del Real y a partir de ahí, su camino fue una expiación continua. Su rictus de amargura fue creciendo hasta anegar al jugador y convertirlo en un lugar común. El fútbol es cruel y Morata sigue sin saber salir de su laberinto.
Otros dos jugadores que han triunfado en el primer equipo y pisaron el Castilla son Casemiro y Fede Valverde. Representan otra forma que tiene el Madrid de hacerlos suyos. Es parecida a la fórmula de Bernabéu: cantera + estrellas extranjeras, donde cantera era la masa de jóvenes españoles de todo el país que deseaban jugar en el Madrid, que se dejaban la piel en campos de tierra para que los ojeadores del equipo los captaran. En este caso, la cantera del Madrid es algo más amplia: va desde Panamá a Tierra de Fuego, desde Santiago de Chile hasta Copacabana.
Fede y Casemiro serán de fuera, pero comparten las mismas características de Carvajal. Dureza física y mental, humildad para bajar a la tierra y comenzar la jugada desde los cimientos, inteligencia para poner sus cualidades al servicio del equipo y un plus de coraje en las situaciones donde se abren y cierran los partidos. Ese despliegue emocionante, sin pedir nada a cambio, estaba también en Lucas Vázquez y junto a cualidades suyas muy particulares y que nadie más tenía en la plantilla, le permitieron sobrevivir una década en el Madrid y tener el peso suficiente para decantar partidos grandes.
El Confidencial