PluriNations League

Hace días que, en reuniones institucionales o a pie de calle, la presidenta Isabel Díaz Ayuso repite que el Estado plurinacional no existe. Es una afirmación que niega la realidad de la selección española. Y lo hace con la misma rotundidad con la que, en 1998, la extrema derecha francesa lamentaba que los jugadores no cantaran La marsellesa y que la selección aceptara jugadores nacidos en Ghana como Marcel Desailly. En España, el pedigrí nacional no se ha discutido con tanta virulencia, quizá porque el himno carece de letra o por los éxitos obtenidos con un fútbol que ha sabido distanciarse del estrépito patriótico de la furia y del pundonor. Tras la etapa vocinglera y chusquera de Javier Clemente, las aportaciones de Luis Aragonés, Vicente del Bosque y Luis Enrique han encontrado en Luis de la Fuente un buen intérprete, continuista, de la misma partitura.
Los ingredientes de la receta, sin embargo, han cambiado. Hoy responden a una realidad en la que, desde la diversidad, los matices sociales, raciales y religiosos se imponen al fanatismo simplificador de la uniformidad. Una uniformidad que, cuando ha convenido, supo abducir, por interés, a kubalas o distefanos. El fútbol de la España actual es divertido, dinámico y vertical, con más agresividad que control y más capacidad de provocar los errores del contrario que de desarrollar una estrategia de aciertos.
Ayer, el gran partido contra Portugal congregó más talento que disciplinaEn el ámbito identitario, cualquier análisis mínimamente honesto sobre la selección incluye un grado evidente de plurinacionalidad. Empezando por el entrenador, riojano con alma futbolística bilbaína, Luis de la Fuente lidera un equipo que, a causa de la política de fichajes de las dos grandes potencias de la Liga, ha tenido que anteponer las aportaciones del Barça a las del Madrid. Este desequilibrio ha facilitado un margen de libertad centrífuga y periférica en la formación del equipo. Un equipo que incluso admite, sin fruncir el ceño, adopciones espontáneas o administrativas como las de Huijsen (¡qué gran jugador!) y Le Normand.
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Siguiendo la lógica de los hechos consumados, la presencia de Balde, Lamine Yamal o Nico Williams desmiente el nacionalismo unívoco que, más con palabras que no con hechos, defiende Díaz Ayuso. Que los tres hayan nacido aquí no excluye que la ascendencia de sus padres sea menospreciada por los que, atrincherados en el anonimato y la ignorancia, siguen explotando una españolidad irreal que ni siquiera recuerda los precedentes de, por ejemplo, Donato, Marcos Senna, Ansu Fati o Engonga.
Nico Williams prueba el disparo contra Portugal
Martin Meissner / Ap-LaPresseAyer, el gran partido contra Portugal congregó más talento que disciplina atlética. Este es un elemento crucial para que el espectáculo no se marchite en manos del exceso de prudencia estratégica. Y, como anécdota, ilusiona ver a Robert Martínez i Montoliu, hijo de Balaguer, ganarse la consideración y el respeto de una buena selección. Con una desacomplejada conciencia ibérica, Martínez i Montoliu cantó el himno de Portugal, Heróis do mar. Esta capacidad para entender los matices de una Europa diversa también forma parte, igual que la opción de no cantar los himnos, de la pedagogía del deporte.
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