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Por qué la única solución para acabar con las trampas en la Fórmula 1 es que venga un vampiro

Por qué la única solución para acabar con las trampas en la Fórmula 1 es que venga un vampiro

La lucha contra el dopaje siempre ha sido un quebradero de cabeza para los organismos reguladores del deporte. Los tramposos siempre iban por delante del regulador. A cada nuevo control, ya tenían previsto algún truco para sortearlo. Al final, la única solución efectiva fue la presencia del polémico vampiro, que puede hacer controles sorpresa en cualquier momento. Una solución similar sería necesaria en la Fórmula 1.

Después de lo visto durante la primera jornada de entrenamientos libres del Gran Premio de España de Fórmula 1 en Barcelona, los nuevos controles sobre flexibilidad en los alerones no han aportado nada nuevo. Se sabe (basta ver las cámaras on-board) que muchas piezas aerodinámicas de los coches se doblan, pero si pasan los controles, los comisarios se la tienen que envainar y no pueden penalizar a coches que, de forma estricta, no están dentro del reglamento.

Lewis Hamilton, de forma elocuente, vino a poner el dedo en la llaga: "Al final, lo de los alerones flexibles, son como una tirita para curar un reglamento técnico mal diseñado". El piloto británico justificaba este remedio para un problema de la actual generación de monoplazas, que son muy subviradores en curva lenta y muy sobreviradores en curva rápida. Y, cuando los ingenieros están sobre aviso, buscas por otros medios los niveles de agarre que los alerones anteriores a los nuevos controles te permitían

El problema de fondo es que, para evitar arbitrariedades, el reglamento debe decir de forma clara el método en el que va a ser medida cualquier normativa. Esto, como principio rector, está muy bien, pero en manos de un ingeniero brillante es caldo de cultivo para que el espíritu de la normativa salte por los aires. Siempre se ha dicho que Adrian Newey nunca lee los reglamentos técnicos para saber qué se puede hacer y qué no, sino cómo va a ser fiscalizada su creatividad.

placeholder Adrian Newey y su famoso cuaderno siempre. (Antonin Vincent/DPPI/AFP7)
Adrian Newey y su famoso cuaderno siempre. (Antonin Vincent/DPPI/AFP7)
El caso Red Bull

Recordarán, por ejemplo, el año pasado cuando Red Bull y Max Verstappen vieron cómo su abrumadora ventaja de principios de temporada se disolvía como un azucarillo casi de una carrera para otra. Estaba claro que a la sede de Red Bull en Milton Keynes había llegado un soplo de que el equipo estaba siendo observado y que más les valdría quitar lo antes posible el cuerpo del delito. Nunca sabremos exactamente si la ilegalidad estaba en el sistema de frenada asimétrica, pero está claro que Red Bull se libró del castigo por ser convenientemente avisado a tiempo.

La defensa de que Red Bull nunca había llevado tal sistema se basaba en que la bajada en competitividad del coche de Max Verstappen fue muy anterior al Gran Premio de Hungría, que es cuando se introdujeron los controles específicos para monitorizar esa presunta infracción. Pero esto, lejos de desmentirlo, si se ve cómo funcionan en realidad las cosas entre bastidores, más bien lo confirma. Como en cualquier delito, cuanto antes borres el rastro de tus infracciones, más difícil se lo pones al investigador para acumular pruebas en tu contra. ¿A que les suena esta persecución del ratón y el gato a la lucha antidopaje?

Por eso, la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) se enfrenta a dos problemas de difícil solución: por un lado, si no hay controles sorpresa, nunca vas a pillar desprevenido al infractor. Estando sobre aviso de entradas en vigor de nuevas normativas, todos buscan adaptar sus trampas a las nuevas formas de medición. Por otra parte, las filtraciones que surgen tanto de dentro de la propia FIA como de los equipos complica aún más el poder sorprender a los infractores.

placeholder La FIA y los equipos juegan al ratón y al gato. (Florent Gooden/DPPI/AFP7)
La FIA y los equipos juegan al ratón y al gato. (Florent Gooden/DPPI/AFP7)

Hay que tener en cuenta que este mundo de las carreras es muy pequeño y al final se conoce todo el mundo. Los mayores robos de propiedad intelectual se producen en los pubs del valle de Milton Keynes entre cerveza y cerveza después de un mal día en la oficina. Tener a mano a la mayor parte de proveedores y el pool de talento global a tu alcance ha sido la razón histórica del dominio británico en este deporte. Pero esta ventaja siempre ha tenido el problema de fugas de información y talento.

Pero de este problema tampoco se ha salvado históricamente la FIA. Como es lógico, la mayor parte de sus empleados del área técnica tienen un pasado en la Fórmula 1 y, como consecuencia, muchas amistades en el paddock. Al ente regulador siempre le ha costado fidelizar a sus empleados técnicos, que siempre lo han visto más como una estancia temporal o un trampolín para aspiraciones mayores. Y es lógico. Cuando un equipo ficha a un exFIA, ficha a alguien con insider information.

Por esta razón, salvo que la FIA sea capaz de crear un cuerpo independiente y estable de vampiros al estilo de la AMA (Agencia Mundial Antidopaje), lo va a tener crudo para pillar con las manos en la masa a los equipos en sus infracciones reglamentarias. Es una tarea dificilísima de regular y más aún de implementar, pero lo vivido en Barcelona nos demuestra la inutilidad de los controles actuales.

El Confidencial

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