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Cuerpo intenta aprobar el examen maldito para sus antecesores en Economía

Cuerpo intenta aprobar el examen maldito para sus antecesores en Economía

Carlos Cuerpo se enfrenta este lunes a un examen que sus predecesores inmediatos, opositores como él, suspendieron. El ministro de Economía español quiere asaltar la presidencia del Eurogrupo, como lo intentaron Nadia Calviño en 2020 y Luis de Guindos en 2015. La prueba es muy difícil. El favorito para presidir el órgano que agrupa a los titulares de Finanzas de la zona euro es su actual inquilino, el irlandés Pascal Donohoe. Tanto es así que varias fuentes europeas se han sorprendido del paso dado por el español. “Pensaba que estaba atado para Donohoe hace tiempo”, apunta una de ellas. Y, además, hay un tercer candidato, el lituano Rimantas Sadzius: un pata negra de esta reunión mensual de ministros de Economía por ser varias veces responsable de esta cartera en su país.

Cuerpo sabe de la dificultad extrema. Aunque en el Ministerio de Economía se habla de “una buena acogida de la candidatura que permite ser optimistas” y se confía en el voto secreto. Al dar este paso adelante, el español quiere que con su candidatura, al menos, se visibilice la disconformidad con la gestión que se ha hecho en los últimos años. Eso también sospechan en el equipo de un participante del Eurogrupo, que recuerda que España firmó un documento, adelantado por EL PAÍS, junto con Alemania, Francia, Italia y Países Bajos, reclamando cambios en el método de trabajo y pidiendo más determinación. “El Eurogrupo está en búsqueda de relevancia y esa candidatura puede hacer ruido sobre cómo funciona“, apunta esa fuente, que pese a esto no da muchas opciones al español.

“Un antiguo comisario solía decir que el Eurogrupo se ha convertido en un think tank“, apunta una de las fuentes consultadas, ilustrando cómo ha ido perdiendo peso un órgano que durante la crisis financiera de la pasada década fue clave. Pero esto no es responsabilidad exclusiva de Donohoe. Su balance es pobre, pero hay que recordar que cuando intentó avanzar en la unión bancaria se dio de bruces con la nula voluntad política de los Estados miembros.

Contaba Cuerpo hace poco más de un mes en un acto académico en Badajoz, su ciudad, que cuando en 2007 se presentó por primera vez a las oposiciones para ser técnico comercial del Estado se había preparado 32 de los 33 temas que se exigían en la cuarta fase de la prueba “por falta de tiempo”. Tuvo mala suerte y le tocó ese tema. Aprobó al año siguiente. Él lo llama desde entonces “la regla del 3%“. De mala suerte, se entiende.

Esta vez ese porcentaje, a tenor de lo que dicen las fuentes consultadas y de la opinión extendida en Bruselas, casi se invierte. Tal vez un 97% de circunstancias en contra sea mucha mala suerte, porque varias de esas fuentes admiten que tiene el mejor perfil y es muy respetado en las instituciones europeas, en las que negoció con éxito las nuevas reglas fiscales durante la presidencia española del Consejo de la UE en la segunda mitad de 2023. Pero todo lo demás no le favorece.

Ser español, esta vez, no le va a ayudar. Y no solo por la fragilidad actual del Gobierno. Hay otras circunstancias más estructurales que también lastrarían a cualquier candidato español, independientemente de su filiación política. La primera de ellas es, sin duda, el tamaño del país. Aquello, que operó decisivamente en el caso de Nadia Calviño cuando perdió frente a Donohoe pese a contar con el respaldo de los grandes, sigue hoy vigente. Analistas y fuentes subrayan una y otra vez que la presidencia se decide en una votación por la regla de un país un voto: Alemania y Malta son iguales. Y eso tiene importancia cuando en este foro se habla de políticas para ahondar en asuntos como la unión bancaria o la del mercado de capitales.

Avanzar en esta dirección, como plantean los informes de Draghi y de Letta, sería importante para que empresas y bancos ganen competitividad. Pero también puede implicar que los Estados más pequeños pierdan sus plazas bursátiles y financieras medianas, o que se plantee avanzar en una armonización tributaria, algo de lo que no quieren ni oír hablar en Irlanda, Luxemburgo o Estonia.

Tampoco le ayuda que haya bastantes españoles en puestos económicos importantes, unos equilibrios que todos vigilan. Calviño preside ahora el Banco Europeo de Inversiones; José Manuel Campa está al frente de Autoridad Bancaria Europea; Guindos es vicepresidente del Banco Central Europeo; y Teresa Ribera es vicepresidenta de la Comisión y está al cargo de una cartera poderosa como Competencia. No obstante, un buen conocedor del Eurogrupo rebaja este factor porque “a Guindos le queda menos de un año en el BCE y la EBA no es un órgano de gran peso” institucional.

Como en ocasiones anteriores y en otras carreras por otros puestos en la UE, la mayoría de capitales no ha apoyado públicamente a nadie. A Cuerpo le respalda el ministro de Finanzas eslovaco, Klemen Bostjancic. Nada dicen, al menos abiertamente, los colegas que firmaron con él el documento que pedía cambios. Alemania, Francia, Italia y Países Bajos todavía no se han decidido. En cambio, sí que han sido explícitos en su respaldo a Donohoe los siete ministros que pertenecen al Partido Popular Europeo (Grecia, Irlanda, Bélgica, Letonia, Croacia, Luxemburgo y Portugal). Por otra parte, la familia socialdemócrata acude dividida, pues el lituano Sadzius también forma parte de un Ejecutivo socialista.

Y a las circunstancias estructurales se suman aquellas que rodean al Gobierno español ahora. Su extrema fragilidad −asediado por la corrupción del caso Koldo y su debilidad parlamentaria− juega en contra de Cuerpo. Como recuerda una fuente que ha participado durante años en este foro, para presidirlo es obligatorio ser ministro y si un Ejecutivo es inestable, evidentemente, los demás lo tienen en cuenta.

En los países fronterizos con Rusia, además, hay bastante incomprensión con la actitud frugal de España respecto al gasto en defensa. Una fuente diplomática de uno de esos países lo destaca. No aclara qué votará su país, pero sí deja claro que esto puede pesar en su decisión.

EL PAÍS

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