La economía, otra víctima / Análisis de Ricardo Ávila

El sonido de las sirenas y el nutrido fuego de la artillería antiaérea despertaron a los residentes de Teherán en la noche del jueves, en lo que fue el primer paso de una confrontación militar entre Israel e Irán que apenas comienza. En las horas siguientes, ambos países intercambiaron ataques, mientras el mundo examinó de urgencia los posibles escenarios derivados del rápido empeoramiento de la seguridad en el Medio Oriente.
Más allá de los argumentos de Tel Aviv para lanzar su ofensiva en momentos en que se adelantaba un proceso de diálogo bajo los auspicios de Estados Unidos, la reacción de los mercados no se hizo esperar. En cuestión de horas, el precio del petróleo se disparó hasta los 78 dólares el barril, en el caso de la variedad Brent, que es aquella que Colombia utiliza como referencia.
Es verdad que a mediodía del viernes 13 de junio, hubo una corrección menor, pero ayer, 14 de junio, el crudo se cotizaba por encima de los 75 dólares, diez más que una semana atrás. Un salto cercano al 15 por ciento en la que sigue siendo la fuente de energía más importante del planeta es suficiente para alterar las proyecciones, ya disminuidas, sobre la marcha de la economía global.

El precio del petróleo ha subido y está volátil. Foto:EFE
Siempre es probable que el susto sea pasajero. En octubre pasado también se produjeron ataques entre las dos naciones enemigas que llegaron a inquietar a los observadores. Aun así, la crisis se desactivó con relativa rapidez, entre otros motivos, por la presión internacional sobre cada bando.
Ahora los optimistas confían en algo similar. Sin embargo, las características de la ofensiva israelí actual son distintas, por lo cual es más probable el escenario de una confrontación prolongada con muchos más bombardeos, que se puede extender a otros lugares en el área.
¿Cómo pasar?Al menos eso es lo que creen la mayoría de las navieras que decidieron suspender el envío de sus barcos afiliados a la zona, cuya tranquilidad es crucial para asegurar el suministro de hidrocarburos. En particular, los ojos están puestos sobre el estrecho de Ormuz, un pasaje de entre 60 y 100 kilómetros de ancho, ubicado entre el golfo de Omán y el Pérsico.
La importancia del área es que por ahí pasan los buques que, en promedio, transportan unos 21 millones de barriles de petróleo al día, lo cual equivale a una quinta parte del consumo mundial y al 35 por ciento del crudo que se lleva por vía marítima. Además, más de una tercera parte del gas natural licuado que se comercia también circula por dicho punto.
Del tránsito normal del corredor acuático dependen no solo Irán, sino también Irak, Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Hay oleoductos que pueden llevar una cantidad importante del combustible, pero no tanto como para impedir la que sería una debacle en el abastecimiento.
Dada la relativa debilidad militar de los iraníes, cuyas defensas ya venían maltrechas, la pregunta que se hacen los observadores es si el régimen tratará de impedir la navegación o intimidar a quien se aventure cerca de sus aguas. En cualquier caso, así sea solo por prudencia, muchos tanqueros se alejarán, con lo cual se verá afectada la oferta de petróleo y gas.
No menos inquietante es la posibilidad de ataques a instalaciones como puertos, refinerías, equipos de bombeo y lugares de almacenamiento, desperdigados a lo largo y ancho de esa geografía. Enemistado con sus vecinos, Irán cuenta con misiles y drones capaces de hacer grandes daños y ocasionar trastornos adicionales.
Sea como sea, lo que principalmente le importa al resto del mundo es lo que ocurrirá con las cotizaciones del petróleo. La respuesta sencilla es que si las cosas se mantienen en cercanías de donde están, no vendrán trastornos importantes. Basta con recordar que el valor promedio del crudo a lo largo de los pasados tres años es de 76 dólares por barril, con lo cual lo atípico habría sido el respiro reciente.

Irán y su respuesta a los ataques de Israel. Foto:EFE
No obstante, siempre existe la factibilidad de un sobresalto de marca mayor. Por ejemplo, el banco J. P. Morgan habló de un barril a 120 dólares de prolongarse las hostilidades. A su vez, un analista del Rabobank de Holanda llegó a mencionar los 150 dólares, en caso de daños extensos a la infraestructura de producción o transporte en Arabia.
Como siempre sucede en estas cosas, el escenario dejaría perdedores y ganadores. Entre los primeros se encuentran los consumidores del hemisferio norte, justo cuando la llegada del verano y la temporada de vacaciones llevan a los automovilistas a usar más su vehículo.
Aparte del golpe en el bolsillo, aliviar las presiones inflacionarias puede ser un poco más desafiante. Las implicaciones son más serias para Estados Unidos, donde la caída en el galón de gasolina había servido para compensar el alza en los aranceles que aumenta el costo de los bienes importados. Ello explica la reacción negativa de Wall Street, donde las principales acciones experimentaron bajas el viernes.
Distinta será la suerte de los países exportadores que registrarían un incremento en sus ingresos. Si bien en estos casos es mejor no hacer las cuentas de la lechera y pensar que viene una bonanza, más de uno verá con alivio que la perspectiva de una descolgada en los hidrocarburos se aleja.
Hechas esas consideraciones, vale la pena recordar que la economía mundial tiende a crecer más rápido si los precios del petróleo son moderados y no experimentan grandes variaciones. Ya la decisión unilateral de la Casa Blanca en contra de sus socios comerciales tiene mucho que ver con el recorte de medio punto porcentual –hasta 2,8 por ciento– en los pronósticos de expansión del producto interno global por parte del Fondo Monetario Internacional.
Ahora, la mezcla de temor y recelos amenaza con reducir más esa cifra. Y si a eso se le agrega que Donald Trump volvió a recordar unos días atrás que la suspensión de tres meses a la imposición de aranceles más altos en contra de docenas de naciones está a punto de vencerse, sería ingenuo pensar que el futuro ya se despejó.
Todo lo contrario. Si algo confirma el deterioro en el Medio Oriente, es que las sorpresas se encuentran a la vuelta de la esquina y resulta indispensable mantener la guardia arriba. Un análisis frío deja en claro que las tensiones comerciales continuarán y que sería ilusorio pensar en una pronta disminución de las tasas de interés en los mercados financieros internacionales.

Wall Street. Foto:EFE
Así las cosas, Colombia está obligada a jugar bien sus cartas en medio de una coyuntura internacional cambiante. La pregunta obligada es si alguien está mirando al menos la baraja externa, cuando las preocupaciones, desasosiegos y vulnerabilidades de orden interno se superponen a lo que pasa en el resto del planeta.
Pensar que la realidad global nos concierne poco sería un inmenso error. Basta con señalar que el viernes en la tarde, el ministro de Hacienda presentó el ‘Marco fiscal de mediano plazo’, un documento crucial en medio de la difícil realidad de las finanzas públicas nacionales.
Dentro de su reporte, el funcionario mostró los supuestos sobre los cuales se construyeron las proyecciones para este y los años que vienen. De tal manera, el precio del petróleo se calculó en un promedio de 67,2 dólares por barril para 2025 y 62,3 dólares para 2026.
Un comportamiento distinto tendría impactos evidentes. Dentro del análisis de sensibilidades se incluyó un escenario con cotizaciones promedio que superarían en seis dólares por barril los valores citados arriba. El resultado daría un crecimiento económico superior en una décima porcentual para este y el próximo año, junto con una menor tasa de cambio.
Igualmente, el peso de la deuda pública del Gobierno central, como proporción del tamaño anual de la economía, se reduciría en dos décimas de punto porcentual en ambos periodos, al igual que el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, el cual bajaría en la misma medida. Aun si la producción interna viene en descenso (764.000 barriles diarios es la proyección para 2025), el mensaje de fondo es que al país le conviene un crudo más caro en los mercados internacionales.
Ese es un motivo para prestarle más atención a Ecopetrol, que hoy genera más titulares por cuenta de los escándalos surgidos en el interior de la que era la “joya de la corona” del patrimonio público que debido a sus éxitos en el campo empresarial. No hay duda de que aumentar sus ventas en forma significativa, por cuenta de un entorno más favorable, le vendría bien a la compañía, sobre todo al darle un aire importante en su manejo financiero. A la larga, la gran beneficiaria sería la Nación, que percibiría más recursos tanto por impuestos de renta como por dividendos.
Lo anterior no eximiría a la administración Petro de tomar decisiones difíciles, como sucede con el costo de los carburantes. A la fecha, el galón de gasolina que pagan los conductores colombianos está ligeramente por encima del punto de equilibrio internacional, con lo cual da lugar a excedentes que sirven para reducir el billonario déficit en el Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles, atribuible a un ACPM altamente subsidiado.
Pero esa circunstancia cambiaría radicalmente si el petróleo se ubica por encima de los 80 dólares por barril. De llegar a ese punto, ¿estaría la Casa de Nariño dispuesta a hacer el ajuste indispensable que le indica la ortodoxia fiscal o preferiría hacer otras consideraciones para no exponerse a la impopularidad de un alza?
Inquietudes válidas como esa son todavía teóricas por el momento, pero el mensaje de fondo es que sería mejor estar “pensados” sobre qué hacer en caso de que venga una estrechez en la oferta mundial de hidrocarburos. No sería la primera vez que una circunstancia de orden global acabaría lanzándole una especie de salvavidas a la economía colombiana, pero, a diferencia del pasado, está por verse si ahora hay la intención de aprovechar al máximo la oportunidad y evitar un probable naufragio.
De regreso a la arena internacional, lo ocurrido en los días pasados confirma que en el mundo de hoy lo único seguro es la incertidumbre. Uno de los motivos es aquello que el analista venezolano Moisés Naím describe en su libro El fin del poder, que tiene que ver con la creciente fragmentación de este, más notoria ahora por cuenta del repliegue estadounidense y el surgimiento de potencias regionales que siguen sus propios intereses, como es el caso de Israel.
Navegar en esas aguas turbulentas es mucho más desafiante en la actualidad, pues la distancia entre Washington y Pekín o la prolongación de la guerra en Ucrania impide llegar a consensos mínimos en la arena internacional. Tocar una sola melodía a partir de partituras distintas acaba siendo un imposible en un mundo donde la seguridad colectiva se sigue deteriorando.
Y ello seguirá alterando el curso de una economía global en la cual aquello que los especialistas conocen como “riesgos a la baja” vienen en franco aumento. Nadie sabe cuál será la duración ni el desenlace de las hostilidades actuales. Lo que es cierto es que este grave suceso no será el único que altere la tranquilidad del planeta en este 2025, que ni siquiera ha cumplido sus primeros seis meses de vida.
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