Alianzas distópicas, palabras de batalla: ¿Cómo se pasa de la amistad a la guerra?, se pregunta Constanza Michelson

Ya hay signos de distopía”, me dijo. Fue un viernes -porque todos los viernes tenemos una cita. Siempre solos. Es una cláusula: si no, al amor se le va la amistad.
Me dijo: “Anduril y Meta se aliaron”, o sea, Meta entró al negocio militar.
La historia es así. Palmer Luckey, prodigio de la realidad virtual, vendió su empresa a Facebook en 2014. Dos años después lo echaron. No dijeron por qué, pero se rumoreaba que había financiado a Trump. Y Zuckerberg aún era el buenito de la pandilla. Había creado una red para hacer amigos. Después se supo que no lo echaron por política, sino por una demanda por robo de propiedad intelectual. Un ladronzuelo. Y hoy se reencuentran, ya sin el halo de la amistad. Los jovencitos –vestidos como jovencitos, como si eso bastara para apaciguar las pulsiones más duras– crean también para la guerra. ¿Cómo pasamos de la amistad buenista a la guerra? Quizá no se pasa. Quizás es el mismo arco: la amistad excluyente entre iguales. Pero ya al comienzo del Génesis se advierte: no hay nada natural en ser hermanos. Si la sangre no alcanza, ¿por qué habrían de alcanzarnos una tierra compartida, un contrato, una cama?
Es común que entre ellos –los chicos tech– se llamen psicópatas. Peter Thiel incluso demandó a quien lo llamó así. Pero reconoce en su ensayo El momento straussiano que la modernidad no ha triunfado sobre las fantasías inconscientes (psicopáticas) que despiertan fuerzas míticas sin mediación: sacrificio, chivo expiatorio, pureza, guerras cósmicas entre el bien y el mal. El arco de esa violencia va y viene de las guerras culturales a las sangrientas, y se proyecta como un espejo: masacres reales, conflictos simbólicos entre antiguos amigos, enemigos necesarios, víctimas útiles. Thiel lo sabe: ni la razón, ni la ciencia salvan de esas fuerzas. Pero a diferencia de René Girard –que soñaba con salir del ciclo sacrificial–, Thiel cree que hay que usarlas. Y las usa.
¿Lo vemos? ¿O seguimos creyendo que es solo una guerra de discursos? No sé si hoy se cree en la paz.
Después de Troya –diez años de sangre– no vino “la paz”, sino las paces. Múltiples, parciales, trabajosas.
Pensé que eso hacemos –los casados– los viernes: las paces.
Constanza Michelson
Foto: Ariel Grinberg
Michelson es autora de Nostalgia del desastre, Hacer la noche, Capitalismo del yo, entre otros libros.
Clarin