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Fabián Casas: paternidad, bruxismo y otros escollos

Fabián Casas: paternidad, bruxismo y otros escollos

Fabián Casas no corre una carrera. Se toma su tiempo para publicar. Pasaron ocho años entre su novela Titanes del coco y la siguiente, El parche caliente. Le llevó otros tantos volver a la poesía con Últimos poemas en prozac. Lo mismo ocurrió con los cuentos. Quince años después, primero en Eloísa Cartonera y luego en esta edición expandida publicada por Emecé, llegó Una serie de relatos desafortunados.

Lo último del autor de Oda y Ocio, entre otros, tiene menos de 100 páginas. Pero, lejos de cualquier prejuicio, la profundidad de estas historias es inversamente proporcional a su extensión. En el prólogo, un agregado a esta edición, Casas cuenta cómo surgió esta antología, suerte de recolección fortuita de papeles extraviados. Ante un pedido del escritor Osvaldo Aguirre de un relato corto para publicar en una revista, se encontró con diversos descartes de libros anteriores. Esto, sumado a una película que había visto por aquel tiempo junto a sus hijos, lo inspiró para el título de este libro y redondeó el concepto.

En esa introducción se incluyen algunas claves más del modo de ser de este referente de la poesía de los 90 y guionista que parece no detenerse nunca, sino, más bien, ir en busca de un estado de permanente disponibilidad. Allí comparte su anhelo de vaciarse, borrarse hasta que “lo personal se diluya”. Algo que alguna vez llamó “la voz extraña”. También devela que le interesan los relatos, y se propuso hacerlos casi como el asistente a un taller literario: a partir de consignas.

Es curiosa la escena que abre este libro. Se sitúa en el medio de su cama, rodeado de sus hijos, que juegan con dragones chinos. Así escribe. Va a contramano de lo que decía Ricardo Piglia, que generó respuestas de Fogwill, acerca de la paternidad. “No hay que tener hijos para poder tener tiempo ciento por ciento disponible para el proyecto literario”, decía Piglia. “Hay que escribir con los hijos a cuestas”, replicaba Fogwill. En esto, Casas pareciera estar más cerca del segundo.

Yendo a los cuentos, “Los arcontes” plantea un escenario rural con un personaje adormilado que fuma porro y le da vida a visiones extrañas. En “El resplandor”, protagonizado por Andrés Stella, suerte de alter ego de Casas, acompaña a su mujer a un casamiento. Todo es narrado con ironía y desparpajo. En “Bruxismo” aparece la amistad, un tópico recurrente, junto con la transformación que implica el hecho de ser padre. “El sudario” es la historia de Picasso, un personaje que aparece en la novela Ocio, que se ganó su apodo no por el famoso artista español, sino por el hecho de haber sido afecto a picarse cualquier droga. “El principito” está narrado por un niño con hidrocefalia. Aquí la voz extraña emerge con mayor potencia en una de las piezas más logradas, en cuanto a tensión dramática, calidez en los diálogos y emotividad.

Una pieza breve, “La limpieza”, que narra en tono autobiográfico la exhumación de su madre en el Cementerio de la Chacarita, quizá evidencie al comienzo cierta falta de pulido. O tal vez sobre esa “falla” repose el impacto de la escena final. A veces la crítica incendia sus propios manuales. En Casas lo fallido, lo que parecía no encajar, cobra sentido. Y la originalidad, según él, está sobrevalorada: “Es mejor robar la operación mental que la retórica del escritor admirado”, sentencia.

Una serie de relatos desafortunados, Fabián Casas. Emecé, 88 págs.

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