Lo efímero y lo eterno en Ernesto Pesce

Una pregunta recurrente a los artistas tiene que ver con su fuente de inspiración. ¿Viene de la magnificencia del universo o de una simple taza de café? En el caso del argentino Ernesto Pesce, una de las figuras más singulares de la plástica nacional, la inspiración surge de la vida misma: de su experiencia, de su entorno, de su propia curiosidad. Algo de esto se aprecia en las 49 obras creadas durante la última década, que integran la muestra Derivas y Circuitos Singulares, en el Paseo de las Artes del Palacio Duhau, el único espacio cultural de la ciudad abierto las 24 horas, los siete días de la semana y con entrada gratuita.
Por caso, una vez pasaba unos días de descanso en el Tigre. Su hija comenzó a sentirse mal, probablemente con una gastritis, nada grave, aunque requería atención médica. A bordo de una lancha de chapa conducida por un correntino, Ernesto y su hija regresaron a tierra firme en busca de asistencia. Toda una serie de cuadros coloridos está dedicada a esa deriva por el delta, desde las lunas sobre el Río Capitán hasta las tormentas en la Vuelta de Mar. Pesce suele bromear diciendo que se siente “encerrado” en el Tigre y que, a pesar de su apellido –"pesce" en italiano significa “pez”–, él poco y nada tiene que ver con el agua y sus designios. Las corrientes, los mapas, los cauces y las derivas fluviales son, en esta muestra, un motivo recurrente.
Así nació otra inspiración: mientras miraba un documental sobre la Catedral de Chartres, en Francia, Pesce se enteró de que el edificio sufrió un incendio alrededor del año 1000 y debió ser reconstruido. Sin embargo, en ningún lado figura el nombre del arquitecto responsable de la remodelación. De ahí que otro de sus cuadros se titule Buscando al arquitecto de Chartres en el laberinto del cosmos. Participó cierta vez de una majestuosa ceremonia del té en Japón. Quedó impactado. Y así lo plasmó en la secuencia Buscando a Hokusai, el viejo loco por el dibujo, en los laberintos del Monte Fuji. Buscando a Platón en el laberinto de Atlántida también forma parte de esta serie, que enlaza historia y filosofía, espiritualidad, cosmos y geometría.
El artista Ernesto Pesce.
Está el Castillo de Sant'Angelo, de Roma; o el Puente de La Boca, barrio donde tuvo su taller de arte durante años. Precisamente, Pesce es reconocido, además de como un artista inquieto, como un docente de lo más generoso: su taller era más que un taller, era un lugar de reunión, de fiesta, de asados y, sobre todo, de camaradería en tiempos difíciles. Para él, el taller es tan importante como la docencia.
Derivas y Circuitos Singulares está inspirada en el poema Ítaca, del poeta griego Constantino Cavafis, que resalta la importancia del recorrido por sobre la llegada. Recuerdos de viajes, paisajes y vivencias cargados de intensidad cromática y poética forman parte de la exposición, que reúne diferentes series pictóricas. En estas obras, Pesce insiste en señalar que “los monumentos quedan, nosotros pasamos”, remarcando que la obra se convierte en un espacio de diálogo entre lo efímero de la experiencia humana y lo perdurable de ciertos símbolos colectivos, según el texto que acompaña la muestra.
Aunque se anotó en la Universidad Tecnológica Nacional, donde permaneció poco tiempo, Pesce no ha eludido su legado genético: su bisabuelo piamontés era pintor y responsable de varios murales y decoraciones de iglesias en Italia. Su abuelo, el que emigró a la Argentina, también era artista y pintó, entre otras cosas, el cielorraso del edificio del Jockey Club de la calle Florida. “Lo que se hereda no se roba”, dice un viejo refrán: hoy, el propio Ernesto tiene obras expuestas en salones del Aeropuerto de Ezeiza.
Las derivas acuáticas, un motivo recurrente en la pintura de Ernesto Pesce.
Formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, Pesce ha transitado más de cinco décadas de producción explorando distintos lenguajes, como la pintura y el grabado, disciplina rigurosa y artesanal si las hay. Compartió espacios con figuras como Eloísa Marticorena y participó en exposiciones destacadas en el Instituto Di Tella. A lo largo de su carrera recibió premios de gran prestigio –como el Gran Premio Nacional de Dibujo (1977), el Gran Premio Nacional de Grabado (1980) y el Premio Marcelo de Ridder–, y participó en un centenar de exposiciones, llevando su obra a escenarios tan diversos como Alemania, Japón, India, México, Estados Unidos y Suiza. Fue distinguido con galardones internacionales como la Medalla de Plata en la Egyptian International Print Triennale (2003) y el Premio Goethe (1999).
En cuanto a su proceso creativo, Pesce afirma: “En mis obras hay una mezcla entre algo muy gestual, muy aleatorio y después algo más cerebral, más pensado, más estructurado. Tenemos una parte muy emocional y una parte muy racional; dependerá de cada uno cuál es la que prevalece”.
Una anécdota que suele contar sobre su vida como artista revela tanto su tenacidad como su humor. Cuando era joven y todavía buscaba un lugar en el medio local, Pesce se presentó a un concurso con una obra de gran formato. El jurado le sugirió que el tamaño dificultaba su exhibición. Él respondió que justamente eso era lo que quería: “Que la obra incomode, que no pueda entrar fácilmente en cualquier sala, porque el río tampoco cabe en un cuadro”. Esa respuesta, mitad irónica y mitad declaración estética, anticipaba la escala y la potencia que después adquirirían muchas de sus piezas.
*Derivas y Circuitos Singulares, de Ernesto Pesce, se exhibe en el Paseo de las Artes del Palacio Duhau, abierto todos los días, las 24 horas, con entrada gratuita. En Posadas 1350, hasta el 26 de octubre.
Clarin