Nina Lykke: la infidelidad y el exceso de corrección

Hace mucho tiempo que al escritor Knut Pettersen, que está por cumplir 60 años y ha formado parte de la escena cultural noruega durante décadas, no lo invitan a una conferencia en el mayor festival literario del país. La última vez que se expuso ante un grupo de personas fue cuando visitó una clase llena de jóvenes apáticos y desganados, en un instituto en las afueras de Oslo. Hasta que llega una invitación con todo pago: nada mal para alguien que en los últimos meses sobrevive a base de pan tostado, huevos y sardinas en lata.
El tema de la mesa redonda es “La infidelidad en la vida y en la literatura”. Parece una broma: los otros integrantes de la mesa son el nuevo marido de su exmujer y una joven escritora que, en su última ficción, retrata a Knut como un acosador. “Últimamente se ha dado cuenta de que tiene que volver a salir al mundo. No hay otra. Tiene la cuenta vacía y ha empezado a usar la tarjeta de crédito”, se lee en No hemos venido a divertirnos, de la noruega Nina Lykke, una magnífica novela sobre todo lo que rodea la escritura, tal como en Cultura, de Gabriel Báñez, o Mona, de Pola Oloixarac, donde el patetismo y el absurdo tallaban una mirada amarga y a la vez de cierto humor negro alrededor de la creación literaria y sus orillas.
Knut mira videos sobre cáncer de testículos en YouTube y piensa en lo deprimente que sería volver a trabajar de ayudante en una residencia de ancianos, donde para ganarse unos billetes les cambia los pañales. A sus libros, aunque ya no venden mucho, siempre termina comprándolos el Consejo de las Artes. Pero aún no piensa en uno nuevo; está solo y algo viejo, con pocos contactos con el afuera salvo las charlas con su vecino Frank, ocupado en la agobiante relación con su amante, y que lo escucha sin mirarlo, mientras por las noches termina su trabajo de diseñador en la computadora.
El escritor está perdido en un laberinto, lejos de aquella figura a la que todos recuerdan por el bestseller que publicó hace 20 años. Necesita, por lo pronto, a un par que sepan escuchar para salir del tedio. “Todo lo que piensa actualmente acaba convirtiéndose en un callejón sin salida, y en ellos zumba como una abeja furiosa”, es el ruido de su mente cuando acepta el desafío y concurre al festival. ¿Qué puede decir un escritor de clase media blanca, a punto de ser cancelado, ante las exposiciones ultra-aggiornadas de escritores vegetarianos, ponentes trans, poetas africanos y feministas árabes? ¿Será capaz de controlarse y no estallar? ¿O bien perderá la cabeza y todo dejará de importarle?
Con el sentido punzante y el manejo magistral de la ironía que caracteriza su anterior Estado del malestar, Nina Lykke construye un escenario donde cualquier rebeldía o transgresión artística parece ser aceptada si a cambio se somete a una serie de normas, acuerdos y protocolos, en una paradoja donde prima lo que se conoce como “literatura de la vida real”, ese cosmos que, en palabras del protagonista, es algo así como “utilizar la realidad para esculpir en ella sus fantasías autocompasivas de mierda”. Hay un párrafo donde Knut disecciona la endogamia y la farsa de las jerarquías literarias, entre charlas ingeniosas con su editor: “Como los escritores de literatura basada en hechos reales quieren conservar a su cónyuge, a sus hijos, su círculo de amigos y sus bienes inmuebles, suelen andar con pies de plomo para no enemistarse con nadie. Por lo tanto, la literatura basada en hechos reales es el género más mentiroso de todos”.
¿De dónde sacar tiempo para escribir entre “internet y las redes sociales, lo que ahora le roba a Knut gran parte de su tiempo y de su alma”, en un mundo lejano a la máxima de Ibsen de “siéntate y quédate sentado”? ¿Qué valor tiene la lectura donde los libros se dejan tirados en viejos edificios y todo parece tan sobreestimulado que nadie soporta aburrirse? “La paz interior no existe. Lo único que existe son los nervios o la muerte”, es una cita de apertura, de Fran Lebowitz, que bien puede conectarse con otro destello del soliloquio de Knut: “Si todo el mundo hiciera lo correcto, todo se paralizaría. Si nadie hiciera lo correcto, todo se paralizaría”.
No hemos venido a divertirnos, Nina Lykke. Trad. Ana Flecha Marco. Gatopardo Ediciones, 256 págs.
Clarin