¿Cómo usan los gobiernos los «soft power» culturales para influir sin violencia?

En un mundo interconectado donde la guerra ya no es siempre la herramienta preferida para la dominación, los gobiernos recurren cada vez más al soft power o poder blando para influir en otros países. Este concepto, acuñado por el politólogo Joseph Nye, se refiere a la capacidad de un Estado para lograr que otros adopten sus valores, intereses y comportamientos sin recurrir a la coerción o al uso de la fuerza, sino mediante la atracción cultural, ideológica o institucional.
El soft power cultural es una de las herramientas más poderosas en esta estrategia, y ha ganado protagonismo en la geopolítica contemporánea.
El hard power implica el uso de medios coercitivos como el poder militar o económico (sanciones, amenazas, intervención directa). En contraste, el soft power busca persuadir e inspirar. Es la capacidad de atraer a través de:
- La cultura popular y tradicional
- Los valores políticos universales (como la democracia, los derechos humanos)
- La diplomacia pública
- El prestigio académico, artístico o científico
Cuando un país logra que su forma de vida, sus productos culturales o su ideología sean admirados e imitados, ejerce poder sin necesidad de presión directa.
Durante décadas, Hollywood, junto con la música, la moda, las universidades y las marcas tecnológicas, ha sido un vehículo clave del soft power estadounidense. Películas, series y cultura pop proyectan los valores de libertad individual, consumo y estilo de vida occidental, influyendo en generaciones globales. Esta presencia cultural crea una percepción positiva de EE.UU., incluso en países que rechazan su política exterior.
El K-pop, los doramas, el cine surcoreano y la cosmética son parte del Hallyu o «ola coreana», una estrategia de soft power que ha permitido a Corea del Sur ganar prestigio e influencia global sin necesidad de armas ni alianzas militares. Este fenómeno ha reforzado su economía y su imagen como nación moderna, innovadora y culturalmente rica.
Francia utiliza la francofonía, el cine, la alta cocina, la literatura y las artes como herramientas diplomáticas. El Instituto Francés promueve cursos, festivales y cooperación educativa en el extranjero, reforzando la influencia francesa a través del lenguaje, los valores ilustrados y el romanticismo cultural.
China ha invertido fuertemente en diplomacia cultural, con más de 500 Institutos Confucio en todo el mundo. A través de la enseñanza del idioma mandarín, festivales culturales y becas, busca proyectar una imagen más amigable y aumentar su legitimidad global, equilibrando así las críticas sobre su autoritarismo político.
Aunque el soft power puede ser muy eficaz, no es infalible. Puede verse afectado por:
- Contradicciones entre el discurso y las acciones del país (por ejemplo, promover la democracia mientras se apoyan regímenes autoritarios).
- Escándalos internos que deterioran la imagen proyectada.
- Reacciones de rechazo cultural o nacionalismo defensivo.
Además, el soft power puede ser usado estratégicamente para encubrir intereses económicos o geopolíticos, lo que ha llevado a que algunos gobiernos lo consideren una forma sutil de injerencia externa.
Hoy, la influencia internacional no solo se gana con armas o dinero, sino también con narrativas poderosas. Países que dominan la producción cultural, los medios internacionales y la educación global —como EE.UU., Reino Unido o China— tienen una ventaja estratégica en la disputa por el relato del siglo XXI.
Quien controla la historia que se cuenta, muchas veces controla las decisiones que otros toman.
El soft power cultural es una forma de influencia estratégica cada vez más relevante en las relaciones internacionales. A través del cine, la música, la educación y los valores, los Estados pueden moldear percepciones, generar alianzas y expandir su poder sin recurrir a la fuerza. En un mundo cada vez más conectado, la cultura se ha convertido en una herramienta diplomática de primer orden, capaz de abrir puertas donde antes solo había muros.
La Verdad Yucatán