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El catalán, isótopo radioactivo

El catalán, isótopo radioactivo

Alberto Núñez Feijóo iba en busca de un ‘momento plebiscitario’ para acorralar definitivamente al Gobierno –un Gobierno que objetivamente se halla en horas bajas- y se le acaba de torcer el tobillo en Catalunya. Un mal paso. Uno de aquellos pasos equivocados que hacen perder elecciones o provocan victorias insuficientes, como ocurrió el 23 de julio del 2023.

En la campaña de las últimas elecciones generales se produjo un corrimiento de voto de última hora en favor del PSC después de que Santiago Abascal dijese, con ardor guerrero, que la aplicación marianista del artículo 155 iba a ser una broma comparada con las medidas que promovería Vox si llegaba al Gobierno. La derecha española resbaló en Catalunya en las elecciones generales del 2004 (victoria del PSOE), 2008 (victoria cómoda del PSOE), 2015 (mayoría insuficiente del PP), 2016 (mayoría todavía insuficiente del PP), 2019 (victoria ajustada del PSOE) y 2023 (victoria insuficiente del PP). Solo en el momento más grave de la última crisis económica (elecciones de noviembre del 2011), el PP consiguió una victoria inapelable sin la cuestión catalana de por medio. Es un historial impresionante.

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Es de cajón que a Alberto Núñez no le interesa irritar el apego de los catalanes a su idioma, un idioma con más hablantes que algunas de las lenguas oficiales en la Unión Europea. No puede abandonar la batalla contra la amnistía, pero no es prudente abrir otros frentes que movilicen al electorado catalán y vasco en contra del PP y que generen malestar en Galicia, aparentemente dominada por los populares. Le interesa atraerse de manera silente a Junts –Feijóo lo ha intentado en varias ocasiones en los últimos meses-, y sobre todo le interesa atraerse a los electores de Junts que puedan sentirse identificados con los postulados económicos del Partido Popular.

El líder de la oposición, sin embargo, debe cuadrar un círculo complicado: debe ser cuidadoso con el voto catalán, pero también debe atraer a votantes de Vox, puesto que ese partido no baja en los sondeos y mantiene al PP muy por debajo de los 160 diputados, umbral desde el que podría plantearse gobernar en solitario con aritméticas muy variables. No es una operación fácil de ejecutar. Es una operación que quizás no esté al alcance de Miguel Tellado, el hombre encargado de la brocha gorda.

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El PP no puede despegarse de la alargada sombra de Vox y Núñez Feijóo tiene una prioridad aún más urgente: mejorar su puntuación entre los votantes de su partido, que no le reconocen en su mayoría como líder indiscutible del bloque de la derecha. En las series del CIS, Feijóo hoy aparece por debajo de los índices de popularidad que tuvo Pablo Casado antes de su defenestración. En otros sondeos privados aparece por detrás de Abascal como candidato preferido por los votantes de las dos derechas. Ello explica que el presidente del Partido Popular esté enardeciendo su discurso. ¡Necesita mejorar su puntuación entre la derecha cafetera!

Hace diez días, consiguió movilizar al PP Europeo para que no se aprobase el reconocimiento del catalán, el vasco y el gallego como lenguas oficiales de la Unión Europea. Los populares españoles se movilizaron en Bruselas como si los turcos estuviesen a punto de entrar en Viena. La propuesta no fue vetada en la última reunión del Consejo de Asuntos Generales de la Unión Europea, pero sí aparcada. Se impuso la propuesta del nuevo gobierno alemán de someterla a un nuevo periodo de estudio. La poderosa CDU no impuso un veto, pero aplazó una decisión que el Gobierno español creía tener esta vez bien amarrada. Es muy probable que el tema se vuelva a someter a consideración del Consejo de Asuntos Generales durante la próxima presidencia danesa, puesto que el Gobierno de Dinamarca, encabezado por los socialdemócratas y embarcado (nunca mejor dicho) en una delicada operación de salvamento de su soberanía sobre Groenlandia, es hoy muy sensible al discurso sobre la pluralidad nacional.

Hace diez días, el PP combatió al catalán en Bruselas como si los turcos estuviesen cruzando el Danubio. Isabel Díaz Ayuso dio ayer la nota en Barcelona ausentándose temporalmente de la reunión de la Conferencia de Presidentes cuando el lehendakari Imanol Pradales hablo en euskera y el president Salvador Illa tomó la palabra en catalán. No lo pudo soportar. Mejor dicho, quiso teatralizar que no lo podía soportar. Debía cuidar su perfil de intransigencia ante la ‘España plurinacional’, y también debía intentar mantener en segundo plano una noticia incomoda: un juzgado de Madrid ha imputado a la esposa de la empresa Quirón Prevención para averiguar si se produjo el cobro de una comisión encubierta en la compra de una empresa por parte del abogado Alberto González Amador, pareja sentimental de la presidenta madrileña. En pocas palabras, Ayuso tenía ayer razones imperiosas para intentar mover el foco.

El catalán, el euskera y el gallego son material inflamable en la ‘España de los castillos’, expresión que solía utilizar el recientemente fallecido Jaime Miquel, uno de los mejores analistas electorales que ha tenido este país. El catalán, sin embargo, es un isótopo radioactivo que manipulado de manera grosera puede perjudicar a la derecha española y dejar en minoría a la España de los castillos. Ha pasado ya varias veces en los últimos veinte años.

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La mayoría de los presidentes autonómicos del Partido Popular acudieron ayer a Barcelona a marcar distancias con el Gobierno, a señalar que la situación política es prácticamente insostenible; fueron a exigir, en definitiva, la convocatoria adelantada de elecciones. Díaz Ayuso iba con su propia agenda: ayer necesitaba bulla. ¿Qué día no la necesita? La sobreactuación del PP en la cuestión de las lenguas le puede volver a perjudicar. El escritor catalán Josep Pla solía decir, citando al poeta francés Paul Valéry, que lo más profundo de los hombres es la piel. Cuidado con la epidermis. Lucharon contra el catalán en Bruselas como si llegasen los turcos, y ayer Ayuso montó un escándalo innecesario y ofensivo en Barcelona. Creo que no eran esos los planes de Feijóo para este fin de semana.

Sí el líder de la oposición hubiese presentado una moción de censura, como señalábamos el pasado fin de semana, hoy tendría el debate mejor encuadrado. No tiene sentido calificar al Gobierno de ‘mafia’ y no presentar una moción de censura. No tiene sentido elevar la tensión política al máximo y no saber canalizarla. Ayer la tensión se les escapó de las manos al PP, que el domingo tiene convocada una gran manifestación en Madrid. Habrá más actividad en la capital de España este fin de semana. Al margen del PP y Vox, el presidente argentino Javier Milei presidirá un foro de la derecha ultraliberal en Madrid, mientras Donald Trump y Elon Musk se descuartizan mutuamente en Washington.

Hay cuatro derechas en liza en estos momentos en España, el PP oficial de Feijóo, el PP ayusista, Vox y el club que está organizando Iván Espinosa de los Monteros. En el otro lado están el PSOE y el atribulado club de los escindidos.

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