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La potencia de Joan Laporta

La potencia de Joan Laporta

Hay quienes dicen que Catalunya ha vuelto. Pero quien está clarísimo que lo ha hecho es Joan Laporta. Tampoco se había ido nunca del todo, pero ahora, en pleno 2025, se ha reencontrado con su propia esencia: esa combinación de fuerza escénica, discurso ilusionante y gestos genuinos que conectan mucho más allá del barcelonismo. El Barça ha ganado, y con él, ha vuelto a ganar Laporta. Pero la suya es, sobre todo, una victoria de personalidad, de liderazgo y de narrativa.

El Laporta que sonríe en los vestuarios y que hace piña con jugadores y técnicos recuerda inevitablemente a aquel joven presidente del 2003 que, con una dosis justa de descaro amable, aportó orden, proyección y pasión a un club que entonces también buscaba recuperarse. Con un estilo que combina soltura, un punto de provocación, pero también, cuando hace falta, buenas maneras y un discurso que sabe lo que quiere transmitir, el líder blaugrana vuelve a tener esa potencia que interpela y que trasciende el fútbol.

Al país también le hace falta ilusión de la que invita a sonreír mientras se gana

Porque mientras Laporta recupera el pulso e irradia ilusión, el panorama político catalán parece adormecido, anestesiado. Ayer, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, reiteraba en una entrevista a La Vanguardia el mantra de que “Catalunya ha vuelto” y defendía que ahora se vive una política de “normalidad absoluta”. Lo decía como un éxito. Y para muchos lo es. Pero quizás, también, para muchos otros esa normalidad es sinónimo de rutina, de previsibilidad y de ausencia de energía. Un espacio tranquilo, sí, pero falto de un relato movilizador.

Joan Laporta posando para La Vanguardia

Xavi Jurio, LV

En esta Catalunya donde todo parece ya pactado, donde los socialistas gestionan la política autonómica desde el centro con la mirada puesta en Madrid, el relato vivo y potente de Laporta parece más necesario que nunca. No para trasladarlo tal cual al Parlament (porque la política no es Can Barça, y además ya lo intentó hace años y no acabó de cuajar), sino para reivindicar que los liderazgos con carisma, empuje y capacidad de generar ilusión aún pueden tener un espacio, especialmente en una política catalana que se mueve entre la inercia y el de­sencanto.

Por un lado, ERC arrastra una convulsa dinámica interna que, a base de contorsiones estratégicas y una voluntad recurrentemente fallida de mostrarse como un partido de gobierno responsable, ha terminado distorsionando su capacidad de emocionar. Por otro, Junts intenta mantener vivo el relato de la confrontación, pero lo hace con un líder, Carles Puigdemont, que aún no puede volver a casa. La ley de Amnistía que debería hacerlo posible sigue sin aplicarse de forma efectiva. Es difícil construir normalidad o excepcionalidad desde esa posición.

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Mientras tanto, en este vacío de potencia discursiva y emocional, Laporta llena un vacío. Quizá sin quererlo y desde el terreno deportivo. Pero su estilo conecta con una parte de la sociedad catalana. Porque el país no solo necesita estabilidad. También, de vez en cuando, le hace falta un poco de ilusión bien llevada, de esa que invita a soñar en voz alta. O como Laporta, a sonreír mientras se gana.

lavanguardia

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