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Papa y líder político

Papa y líder político

Lo han sido los tres últimos y es oportuno considerarlos así: líderes de una sociedad política, bien que singular y quién sabe si de vanguardia, pese a las apariencias. Con ellos tres, el papado, la institución decana de occidente, se descentra de Europa como si buscara acompasarse a la mundialización, y no lo hace precisamente a ritmo lento.

El primer latinoamericano de la historia, ahora fallecido, indica ese camino de salida hacia otros continentes, de igual forma que la inesperada designación de un papa polaco adelantó la unificación europea de 1989, como la del siguiente supuso un reconocimiento a la legitimidad de Alemania, culpable de la Segunda Guerra Mundial. El que la pequeña ciudad del Vaticano sea eje de las relaciones internacionales ya no es escándalo para las grandes potencias, y a la vista queda su capacidad de convocatoria, en la única plaza de ese mínimo Estado. El shock audiovisual del viernes pasado ha sido no más que el colofón a la repercusión mediática constante que disfrutan los papas contemporáneos, al margen de la personalidad y programa de gobierno de cada uno de ellos, seguramente para envidia secreta de cualquiera de los jefes de Estado y de Gobierno civiles allí congregados.

Fotografía de archivo del 25 de septiembre de 2015 del papa Francisco hablando ante las Naciones Unidas, previo al debate general de la Asamblea General de la ONU en Nueva York

MATT CAMPBELL / EFE
Muchos rasgos de Francisco encajan como anillo al dedo de los nuevos políticos

Quizá cabe hacer un par de corteses reclamaciones a lo ya dicho del mandato de Francisco. Una es cierta sordina que los balances del pontificado ponen a su condición de gobernante con mando –de “pastor”, en vocabulario evangélico–, si es que no damos de barato que la política de los papas se agota en un mecánico vaivén de resistentes numantinos al mundo exterior, o de aperturistas llenos de una buena voluntad, pero al fin impotentes.

Muchos de estos rasgos del papa argentino encajan como anillo al dedo de los nuevos políticos. De Trump a Macron, de Meloni a Milei, una misma pauta anti institucional les lleva a dar la espalda a sus partidos o siglas de origen; en el caso del religioso, fue célebre la reprimenda pública a la curia reunida en pleno por el año nuevo, poco sorprendente en quien ostenta el sobrenombre de Francisco, el santo contestatario por antonomasia. Tienen en común también los modos personalistas, cambiando a los colaboradores con frecuencia, a los más próximos, como temerosos de ser afectados por un “síndrome de la Moncloa”, o de palacio Apostólico, que pudiera coartar su tendencia a la acción directa y el contacto de la calle. No se diga nada de la coincidencia en el uso intensivo de los medios y los mensajes desenfadados, que no mira demasiado al principio de no contradicción, pero que resuelven de manera brillante al mantener la capacidad de atención del público.

Bergoglio ha acertado al no pretender el brillo del carismático Wojtyla, ni entrar en las profundidades ideológicas del alto burócrata Ratzinger. Mientras llega el cuarto papa, podríamos tomar buena nota del estilo de liderazgo político ejercido por los tres, y antes que nadie, las formaciones políticas que se declaran interesadas en el humanismo cristiano.

lavanguardia

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