¿Puede el aire tomar cuerpo y estallar en mil pedazos?

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El golpe de Estado que precedió a la Guerra Civil —julio de 1936— sorprendió a Ramón J. Sender en la sierra de Guadarrama; un paraje bucólico que muy pronto se verá perturbado por el conflicto bélico que el escritor oscense vivió en primera línea, y cuyo testimonio quedaría expuesto en Contraataque (Deusto), libro que estos días acaba de ser reeditado.
Se trata de una crónica escrita en primera persona, ácida, desgarradora y acribillada por el fuego fratricida de la sangre hermana. Entre sus páginas encontramos metralla, muerte y explosiones; voladuras de cuerpos y camiones que hacen sentir a Ramón J. Sender “la corporeidad del aire”, la sensación de que el aire “es un cuerpo” que se rompe cada vez que lanzan una granada. Detonaciones que abren los cuerpos, dejando a la vista “arterias y cráneos”, por decirlo con las mismas palabras del escritor. Ante una descripción tan gráfica cabe explicar, de manera sencilla, la percepción del aire rompiéndose en mil pedazos; la misma percepción que tuvo Sender ante las explosiones que abrasan la realidad y que superan la página escrita.
En primer lugar, hay que saber que el aire es una mezcla de gases, moléculas con su masa específica, aunque apenas perceptible, que disponen de peso, tal y como podemos comprobar si llenamos un globo de aire y lo colocamos en una balanza junto a un globo vacío. Para explicar el efecto visual de una manera sencilla, baste decir que dicha masa de aire se va a ver comprometida por el trinitrotolueno o TNT, compuesto orgánico con el que eran cargadas las granadas de mano de las que habla Sender en su libro. El trinitrotolueno es un compuesto que se presenta en forma de escamas y que, al detonar, perturba la presión del aire, aumentándola junto a su temperatura, y propagando dicha masa a gran velocidad, llegando su onda expansiva a desplazar todo lo que encuentra a su paso.
Es entonces cuando el aire se hace visible, es decir, se percibe como lo que es: materia que consta de peso y que ocupa espacio, ya que, en contacto con el trinitrotolueno, libera energía explosiva; un fenómeno visual que se percibe como si el mismísimo aire estallase. La granada rompe su coraza y sus fragmentos alcanzan los cuerpos, pero eso apenas se puede apreciar, tal y como cuenta Ramón J. Sender cuando escribe que “la granada no se veía, parecía que el mismo aire, arremolinado y comprimido bajo presiones misteriosas, estallaba de pronto rompiendo a su alrededor arterias y cráneos”.
Aunque Sender no viese las granadas, fue testigo de su poder destructivo. Con ello, levantó acta periodística mediante una crónica vivida durante los primeros momentos de la Guerra Civil, cuando el conflicto empezó a propagarse por todo el país a través de un aire que toma cuerpo en cada explosión, y que estalla en mil pedazos sobre un paisaje que deja de ser bucólico para convertirse en un verdadero infierno.
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Periodista y escritor. Entre sus novelas destacan títulos como 'Sed de champán', 'Pólvora negra' o 'Carne de sirena'.
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