El experimento que reveló cómo la lluvia puede ser una fuente de contaminación

Agua de lluvia
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Sin una causa evidente a la vista, lo que al principio parecían ser lluvias inofensivas comenzaron a provocar estragos en la vegetación, los árboles e incluso en lagos de América del Norte y Europa.
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La pregunta era inevitable: ¿qué estaba ocurriendo realmente? Lo cierto es que no se trataba de lluvias comunes. Estas precipitaciones estaban alterando ecosistemas enteros, envenenando lentamente el entorno. Frente a este fenómeno silencioso, los científicos empezaron a referirse a él con un nombre inquietante: lluvia ácida. Según comenta National Geographic, a finales de los años 60, el ecólogo estadounidense Gene Likens fue uno de los primeros en sospechar de este fenómeno, mientras estudiaba los bosques del noreste de Estados Unidos. Intrigado por los cambios que observaba, decidió analizar químicamente el agua de lluvia.

Lluvia
César Melgarejo / Portafolio
El resultado fue alarmante: las muestras mostraban niveles de acidez similares a los del vinagre. Aquello no era normal. Pronto, Likens y su equipo descubrieron que la fuente del problema no se encontraba en los propios bosques, sino más allá: en las ciudades y, sobre todo, en las zonas industriales. Las emisiones de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno, generadas por plantas que funcionaban con carbón y por vehículos, se elevaban hacia la atmósfera. Allí, al mezclarse con el vapor de agua, daban origen a compuestos como el ácido sulfúrico y el ácido nítrico. Era esa mezcla corrosiva la que regresaba en forma de lluvia, devastando cultivos y dañando ecosistemas enteros. A pesar de la contundencia de los datos, la teoría no fue bien recibida al principio, especialmente porque ponía en evidencia la responsabilidad directa de la industria.
Lea también: (Afecta al sistema nervioso: la hoja que puede acabar con su vida si no está bien cocida)Lejos de rendirse, Likens y su equipo se volcaron a la investigación. Diseñaron y ejecutaron experimentos rigurosos para demostrar los efectos reales y medibles de la lluvia ácida sobre la flora, la fauna y los cuerpos de agua. Su trabajo sería clave para comprender un problema ambiental que, aunque invisible a simple vista, estaba dejando una huella profunda en el planeta.
Pero esta demostración solo fue el inicio de una larga batalla que emprendieron los científicos para generar conciencia y promover acciones concretas. No fue fácil: muchas industrias y gobiernos se resistían a aceptar su responsabilidad. Sin embargo, el trabajo persistente de los investigadores y el peso de la evidencia comenzaron a abrir puertas.

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Finalmente, en 1990, Estados Unidos aprobó una enmienda clave a su Ley de Aire Limpio, que obligaba a las industrias a reducir drásticamente sus emisiones de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno. Poco después, otros países siguieron su ejemplo. La ciencia había ganado la batalla: los niveles de lluvia ácida comenzaron a disminuir y, aunque la recuperación de los ecosistemas no fue inmediata, el daño logró detenerse.Hoy, el caso de la lluvia ácida es un recordatorio poderoso del impacto que puede tener la actividad humana sobre la naturaleza, pero también una muestra de cómo la ciencia, el activismo y la legislación pueden unirse para revertir una crisis ambiental. A veces, la lluvia no es solo agua que cae del cielo; puede ser una advertencia… o una oportunidad para cambiar.
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