Girona: la ciudad que es un tesoro oculto y fue escenario de ‘Game of Thrones’

El cartel lo dice claro: “Prohibido besar el culo de la leona”. El chico que ahora mismo se trepa como mono a la columna quizás no lo leyó o no le importa. Se trata de una la réplica de la leona original, que es de piedra, del siglo XII, y está en el Museo de Arte. Durante décadas fue el ritual turístico para volver a la ciudad, hasta había una escalerita, pero después de varias caídas y la muerte de un turista retiraron la escalera y se clausuró la costumbre.
A 100 kilómetros de Barcelona, Girona, donde hoy viven más de 100.000 personas y tiene un sector moderno, es antigua: bimilenaria, dice la guía.
El río Oñar (Onyar, en catalán) está ahí nomás. Vamos rumbo al tramo de murallas medievales, de los siglos XIV y XV, pero por la lluvia, nos refugiamos en la catedral Santa María de Girona. Antes de llegar pasaremos del sector medieval a La Força Vella, nombre catalán que identifica la zona construida desde la fundación de Girona hasta el año 1000.
Girona conserva marcas del tiempo de los íberos, que vivieron en la zona costera de la península ibérica hace más de 2.000 años. Pero el origen fue romano y se llamó Gerunda. Más adelante, la conquistaron los musulmanes hasta que Carlomagno los obligó a replegarse. Esas potencias dejaron trazos en el casco histórico, que también atesora uno de los barrios judíos mejor conservados de Europa: el Call.
Ahora estamos frente a la catedral, de cara a tres tramos de escaleras que suman 90 escalones. Durante la Fira de Girona, la fiesta de la ciudad, se construyen torres humanas que las suben así, altas y juntas, hasta la entrada de la iglesia. Se las llama els castells (los castillos) y nacieron en 1700. Son netamente catalanas y llegan a tener entre seis y diez pisos y participan más de cien personas. Desde 2010, los castells son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, y los de Girona tienen fama de ser de máxima dificultad y se suben el 29 de octubre, Día de san Narciso, el héroe de la ciudad.
Después de subir la escalera, nos resguardamos de la lluvia en la catedral, que está edificada sobre un templo romano que, al cristianizarse la ciudad, se usó de iglesia. El paso del tiempo se ve en los estilos: el claustro con capiteles románicos y la nave gótica –sin columnas– más ancha del mundo después de San Pedro. Recorrer la ciudad con curiosidad y el ojo atento es una clase magistral de historia y arquitectura.
Quizás más impactante que la nave gótica superancha sea el Tapiz de la Creación, una obra anónima del siglo XI que cuelga en el Museo de la Catedral. Es un bordado de gran tamaño –3,65 m por 4,67 m– con escenas bíblicas, alegorías, símbolos, luz y tinieblas, extraños animales del cielo y del mar, y las medidas del tiempo. Dónde se confeccionó, cómo llegó hasta Girona, para qué se utilizó, preguntas retóricas que rondan al contemplar una tela de mil años de la que se sabe muy poco.
El santo de las moscasPor su sitio estratégico, cercana a la frontera del Imperio carolingio y el devenir de las guerras europeas, Girona tuvo asedios y ataques hasta el siglo XVIII San Narciso fue un obispo de Girona que, sin quererlo, y estando muerto, la liberó de las tropas francesas al mando de Felipe III, en 1285. Según la leyenda, cuando los soldados intentaron profanar su tumba, salieron de adentro enjambres de moscas que los ahuyentaron y obligaron a huir.

Las escaleras de Sant Martí, en el centro de Girona, conducen al antiguo convento barroco. Foto:iSTOCK
Con el paso del tiempo, el hecho se conoció como el Milagro de las Moscas, que ganaron un lugar de prestigio en la historia hasta que se convirtieron en el símbolo de la ciudad. Hay moscas en esculturas y stencils de moscas en los muros, y se venden llaveros de moscas en las casas de souvenirs. Y la Sisa –diminutivo de Narcisa– es la mascota del Girona Fútbol Club: una mosca que promete defenderlos, esta vez, de los rivales. Se la eligió hace unos años por votación entre los socios del club y la mosca le ganó cómoda, incluso, a la famosa leona.
Tan bien conservado está el casco histórico de Girona que fue el elegido para filmar (en 2015) varias escenas de la sexta temporada de Game of Thrones (aparece en ocho de los diez episodios). Los fans podrán reconocer los baños árabes –que de árabes tienen el nombre y la decoración, pero siempre fueron cristianos–, donde Arya entra en los baños de Braavos, y la Plaza dels Jurats, en la que Arya ve el teatro de las desgracias de su familia. También, las escaleras de Sant Domènec, la catedral y su entorno son parte del Gran Septo de Baelor de Kings Landing, además de San Pedro de Galligants, entre siete locaciones; y sí, hay visitas guiadas que las recorren.
En el Museo de Historia de los Judíos, que ocupa el lugar de una antigua sinagoga, se presenta cómo llegaron y se asentaron en Girona, todo comienza con la llegada de 25 familias en el siglo IX. De a poco alcanzaron a conformar el 10 % de la población y tuvieron su barrio propio, la judería, conocida como el Call (podría venir del latín callis, ‘calle’, o del hebreo kahal, ‘comunidad’ o ‘asamblea’).
Deambulamos por las calles angostas donde antaño había obradores, negocios y templos, y por donde, quizás, habrán caminado Moshé ben Najmán, conocido como “Nahmánides” o “el Maestro de Girona”, teólogo y médico, y el poeta y filósofo Salomón ben Mesulam de Piera, entre otros intelectuales de la época. Durante siglos, las comunidades judías de Cataluña ejercieron un papel importante en el devenir cultural español. El final de la historia es conocido: con la premisa de imponer el cristianismo, en 1492, los judíos fueron expulsados de Castilla y Aragón. Los que no se exiliaban tenían que convertirse.
En el casco antiguo –la ciudad medieval y La Força Vella– me da la sensación de estar en un pueblo, pero más tarde nos asomaremos a la ciudad moderna y multiétnica del presente. Ahora vamos por la Rambla de la Libertad y nos imaginamos cómo habrán sido los mercados al resguardo de estos arcos bajos, en los tiempos medievales. Hoy es un área de tiendas y restaurantes, entre ellos Can Roca, de los tres hermanos Roca, que también tienen La Masía –donde no es fácil conseguir reserva– y Rocambolesc, una heladería y una bikinería que es un despacho de sándwiches tipo tostados (“bikinis”, en catalán).
Nos acercamos otra vez al río Oñar para cruzar por el puente más conocido de la ciudad, diseñado por la Casa Eiffel, en 1877, y por el que se pagaron 22.500 pesetas: el Pont de les Peixateries Velles, o de las pescaderías viejas, porque era la zona donde se vendía pescado. También se lo llama de los palenques vermellos, por los barrotes de hierro rojo que tejen rombos. Del otro lado, la Plaza Independencia, del siglo XIX –sería “nueva” para la edad de Girona–, reúne bares y restaurantes bajo soportales y frente a unos ginkgos.
La visita a Girona cierra cuando se despeja la tormenta. A las nubes oscuras se las lleva el viento y queda una luz amarilla que le sienta tan bien a la piedra medieval. Volvemos a la muralla que la lluvia no nos dejó ver más temprano. Subimos un tramo empinado de escalones hasta llegar a los 60 metros de altura. Exhalamos. Y era cierto, acá arriba están las mejores vistas de la ciudad. Además, cambia la perspectiva a medida que caminamos. Aunque es originaria del siglo IX, la muralla se reconstruyó y reforzó varias veces en el XIV. Una nube espesa se posa sobre el campanario de San Félix. Distingo el Call y, en el fondo, la dehesa, el parque principal, una enorme mata verde.
Con casi tres kilómetros de recorrido, es una de las murallas más largas de Europa. Se cruzan jardines y, cada tanto, hay una escalera caracol para acceder al torreón y mirar desde más alto una cúpula, cipreses solitarios como soldados, el río, una torre, y los distintos ángulos de esta ciudad que no necesita rituales para querer volver.
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