¿Tiene la izquierda un problema con el trabajo?

Paul Lafargue, el inquieto yerno de Karl Marx, se habría sorprendido enormemente si le hubieran dicho que su panfleto de 1880, El derecho a la pereza: Una refutación del "derecho al trabajo" de 1848, tendría tanto éxito, hasta el punto de aparecer con frecuencia en el debate público. Así ocurrió de nuevo el año pasado, cuando el primer ministro Gabriel Attal rechazó el "derecho a la pereza" del país, mientras que la diputada del Partido Verde, Sandrine Rousseau, por el contrario, exigió este derecho, especialmente para los más pobres y vulnerables.
Estas controversias se basan en profundos malentendidos, tanto sobre la validez del texto de Paul Lafargue como sobre su contexto. Al denunciar la "enfermedad del trabajo" de la que es víctima la clase obrera, el autor imagina un futuro en el que las máquinas y las ganancias de productividad llevarían a una drástica reducción de la jornada laboral (tres horas diarias). El tiempo libre se dedicaría a los placeres de la naturaleza, la comida y la celebración. Sin embargo, no se debe otorgar un carácter demasiado teórico ni serio a este panfleto "marxista-rabelesiano", que demuestra claramente el gusto de Lafargue por la provocación y su deseo de dinamitar las convenciones republicanas y burguesas (haría lo mismo dos años después, con respecto a Victor Hugo).
Tampoco es la quintaesencia de las posturas de la izquierda socialista, en el sentido más amplio del término, tal como se forjó en el siglo XIX. Hija de la industrialización y detractora de sus injusticias, esta izquierda sin duda denuncia las pésimas condiciones laborales de los trabajadores (duración, salario, riesgos) y la alienación que produce el trabajo mecanizado. Sin embargo, no está en contra del trabajo, sino todo lo contrario.
Desde Marx hasta Jaurès, pasando por Zola , pensadores y novelistas celebran el trabajo creativo, el dios del Trabajo, creador de humanidad y progreso. Y si se denuncia a la burguesía, es también porque, a sus ojos, representa la clase de los ociosos, los parásitos, los perezosos, en contraposición a la de los trabajadores, los únicos portadores del futuro.
Sin embargo, a finales del siglo XIX , comenzó a surgir un cambio, el mismo que Lafargue reflejó a su manera. Mientras las luchas socialistas y obreras seguían centradas en cuestiones laborales, surgió la idea de que el tiempo libre, aquel que podía liberarse, por ejemplo, consiguiendo las "ocho horas" diarias (la gran reivindicación de finales de siglo), podría no ser exclusivo del estilo de vida burgués, sino convertirse en un tiempo del que todos se apropiaran.
Este tiempo libre democrático, sin embargo, no tiene nada que ver con la pereza. Tiempo para recuperar fuerzas después del trabajo, tiempo para la vida familiar, tiempo para la educación, tiempo para el ocio colectivo, tiempo para la politización; se asemeja más al antiguo otium romano, con un añadido político, que a cualquier celebración de la ociosidad. Léon Blum lo demostró con orgullo ante los jueces de Vichy en el juicio de Riom (1942). Frente a quienes acusaban al Frente Popular de haber, con sus vacaciones pagadas y su política de ocio, fomentado la pereza y llevado a la decadencia del país, el líder socialista defendió la idea de que «el ocio no es pereza». Al contrario, dijo con magníficas frases, permite a quienes viven vidas difíciles y oscuras recuperar su dignidad, reconectar con la naturaleza, cultivar sus cuerpos y mentes e imaginar otras obras colectivas.
El Frente Popular ya es cosa del pasado. Las transformaciones del tiempo de trabajo —más corto, pero también más fragmentado y desigual— han pasado factura. La imposición de la sociedad de consumo ha dejado obsoletos los planes de educación y ocio gratuito, y la izquierda, al igual que el resto, se ha visto impotente ante las «corporaciones que crean ídolos y venden discos» (Daniel Mayer, 1965).
El auge, finalmente, del pensamiento ecologista y antiproductivista ha puesto en tela de juicio la centralidad, e incluso la utilidad, del tiempo de trabajo asalariado. Pero incluso en las formulaciones más radicales de estas reflexiones, por ejemplo, la de André Gorz ( Adiós al proletariado. Del socialismo, 1980), no se reivindica la pereza. El futuro se concibe más bien como una reapropiación del tiempo, tanto individual como comunitario: trabajo gratuito y reducido, tanto a lo largo del año como de la vida, reapropiación por parte de todos (¿y de todos?) del trabajo social y doméstico, tiempo para vivir y dedicarlo a actividades colectivas y emancipadoras.
Salvo con fines de estigmatización política o en gestos de provocación artística, el derecho a la pereza no es un proyecto político, ni en la izquierda ni en otros ámbitos. Pero cabe lamentar que el brío panfletista de Lafargue haya tenido demasiado éxito, y que sirva a cierta... pereza intelectual, que nos impide replantearnos la cuestión, esta vez muy seria, del tiempo de trabajo y el tiempo libre, y del potencial emancipador que podría volver a ser suyo.
La Croıx