Referéndum 8-9 de junio: el juego se juega en la participación, no en el contenido

El 8 y 9 de junio, los italianos están llamados a votar en un referéndum sobre cinco cuestiones derogatorias relacionadas con el trabajo y la ciudadanía . Pero la verdadera prueba no será el contenido de las papeletas, sino la participación : solo si participa más del 50% de los votantes —un quórum que rara vez se alcanza— los referéndums serán efectivos. Una prueba que corre el riesgo de convertirse en una victoria para la abstención organizada.
La cuestión del quórumSegún el Artículo 75 de la Constitución, un referéndum no es válido si no alcanza un quórum del 50% + 1 de los votantes. Esto significa que la votación suele caducar, incluso si la mayoría de los votantes está a favor. Ha habido nueve referéndums que han alcanzado el quórum. La última vez que esto ocurrió fue en 2011, cuando las cuatro preguntas sobre el agua pública, la energía nuclear y los impedimentos legítimos alcanzaron una participación del 54,8% (y un porcentaje de votos a favor superior al 95%). Sin embargo, la última vez que se celebró un referéndum, ni siquiera se alcanzó el quórum: en 2022, para las cinco preguntas sobre justicia, solo el 20% de los votantes acudió a las urnas.
Según las proyecciones de Ipsos, entre el 32% y el 38% de los ciudadanos italianos podrían acudir a las urnas para esta votación, es decir, entre 18 y 22 millones de votantes. Cifras insuficientes para alcanzar el quórum.
Los referendos se vaciaron como instituciónLa institución del referéndum, diseñada para dar voz directa a la ciudadanía sobre asuntos de importancia nacional, se está convirtiendo cada vez más en una herramienta táctica . En lugar de estimular un debate público abierto y transparente, quienes se oponen a las preguntas del referéndum suelen optar por la abstención estratégica: no invitan a la gente a votar "No", sino a no votar en absoluto. Esta dinámica vacía de sentido la participación democrática y traiciona el espíritu original del referéndum.
De hecho, la mayoría de quienes acuden a las urnas suelen expresarse a favor de las preguntas, pero si no se alcanza el quórum del 50% + 1 de los con derecho a voto, el resultado carece de valor. La paradoja es evidente: una consulta en la que el "Sí" gana claramente puede ser anulada por desinterés o, peor aún, por cálculo político. Un mecanismo frustrante para quienes creen en la participación como forma de ciudadanía activa, además de un enorme desperdicio de recursos públicos, considerando los costos organizativos de cada consulta.
En muchos países europeos, como Suiza y el Reino Unido, no hay quórum. En estos contextos, el voto de quienes participan se reconoce plenamente y la abstención se interpreta como una elección libre, no como un arma de sabotaje. Este enfoque responsabiliza a los votantes: quienes votan, deciden. Quienes se abstienen, se rinden. Un principio simple que fortalece la lógica democrática.
Abstencionismo juvenil: doble exclusiónSegún los datos, los jóvenes en Italia participan menos en la vida electoral. Las tasas de participación entre los menores de 35 años son sistemáticamente inferiores a las de las generaciones mayores. A esto se suma un desequilibrio adicional : los jóvenes también son demográficamente menos numerosos entre quienes tienen derecho a voto, debido al envejecimiento progresivo de la población. El resultado es un cortocircuito democrático: quienes tienen menos voz también votan menos. Por lo tanto, las generaciones más jóvenes corren el riesgo de ver temas que les preocupan profundamente, como el trabajo precario, los derechos civiles, la ciudadanía y la transición ecológica, sistemáticamente ignorados, o al menos relegados a un segundo plano.
Esta dinámica corre el riesgo de producir un efecto perverso : cuanto más marginados se sienten los jóvenes, más se desvinculan de la participación. Y cuanto más desvinculados se sienten, menos herramientas tienen para influir en las decisiones que afectarán sus vidas en las próximas décadas. El riesgo es el de una democracia desequilibrada, en la que quienes tienen mayor peso en las urnas son las generaciones que ya se han beneficiado de las protecciones del pasado, mientras que las generaciones futuras se ven obligadas a aceptar las decisiones de otros sin haber tenido la oportunidad de influir en ellas.
En el caso del referéndum, este desequilibrio pesa aún más. No votar no solo implica renunciar a su derecho, sino también obstaculizar la expresión de quienes desean hacerlo. Para los jóvenes, supone abandonar una de las herramientas más directas y accesibles para reivindicar nuevas reivindicaciones en una política a menudo demasiado conservadora.
Luce