Juego, Partido, Pecador. Más allá del triunfo en Wimbledon: La fenomenología de un partido de ensueño.


Manejar
con vistas al futuro
Alcaraz fue derrotado en cuatro sets. Es la primera vez que un italiano gana en Wimbledon. Pero tengan por seguro que este fenómeno del tenis y el trabajo duro se convertirán en una costumbre.
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El sonido. El sonido de la pelota golpeando la raqueta de Sinner se te queda grabado en la cabeza. Es increíblemente violento. Dicen en la tele, quizás exagerando un poco, que roza lo penal. Y, sin embargo, para ser sinceros, dolió. Muchísimo. De verdad. Y es todo un impacto, en este templo que antes nos estaba estrictamente prohibido, oír, en la presentación del ganador, "Damas y caballeros, desde Italia...". Los mayores luchan por contener las lágrimas. Los menos deportistas no pueden evitar decir palabras desagradables y muy poco británicas a Carlitos y a la claque de cabezas coronadas y ministros que trajo consigo. Digamos que Alcaraz lo recordará durante un tiempo. Uno se pregunta, en las horas siguientes, cuando la adrenalina baja y el recuerdo persiste, si duele más perder así, permaneciendo realmente en el partido un tiempo insuficiente e indigno de su grandeza, o como perdió Jannik en París, tras desperdiciar tres puntos de partido consecutivos, al final de una batalla que duró cinco horas y veintinueve minutos.
En ese campo de fresas de cuento de hadas que es el jardín de Wimbledon, inaccesible para un italiano en la época as, es decir, antes de Sinner (que el Señor nos perdone), la batalla, que en realidad fue un dominio casi absoluto por nuestra parte, duró "sólo" tres horas y un puñado de minutos, un tiempo banal incluso para una final de Grand Slam, más aún, el Grand Slam por excelencia.
La diferencia entre la victoria de Alcaraz en Roland Garros y la de Sinner en Wimbledon, en cuanto al sabor de boca, es la misma que hay entre ganar un derbi de fútbol con un gol en propia puerta, quizá en los minutos finales, y dominarlo desde el principio por tres o cuatro goles de diferencia.
Otra pregunta: ¿qué es más divertido? De algo estamos seguros es que la pregunta susurrada que un aturdido Sinner, quizá aún incrédulo por haber jugado al gato y al ratón con Alcaraz, le hizo a la amable joven, vestida de blanco, que explicaba las reglas y rituales de la ceremonia: "¿Pero cómo debo dirigirme a la princesa Kate?", no se repetirá. Para este fenómeno del tenis y su esfuerzo, tengan por seguro que ganar en Wimbledon se convertirá en una costumbre. Nada cambiará el curso de la historia, que prevé una década de desafíos entre estos dos gigantes, marcianos, héroes de la raqueta. Y, probablemente, Sinner ganará más. Quizás sea el menos dotado de los dos tenistas (ahora suena a blasfemia, pero tengan paciencia un momento), pero en términos de abnegación, dedicación al trabajo y capacidad de reflexionar cuando llegue el momento, es en general el más completo. Sin duda, es el más sólido, incluso psicológicamente. Podría haber perdido la compostura tras el primer set, pero en cambio regresó a la pista con el evidente deseo de arrasar (y de destrozar a su oponente, como de hecho hizo). El otro jugador, sin embargo, una vez que Jannik lo alcanzó y lo superó en el conteo de sets, se confundió, y la señal clara, y para nosotros tranquilizadora, fue cuando, volviéndose hacia su esquina, con cierta impaciencia, dijo: «Desde la línea de fondo es mucho más fuerte que yo». No, Carlos. Incluso al saque, incluso en la red, en todas partes, Carlos. Sucede. Ha sucedido antes. Volverá a suceder.
¿Dónde colocar esta hazaña en tu corazón? ¿La colocamos junto a las medallas de oro olímpicas de Tomba, los 100 metros de Jacobs, el Campeonato Mundial de 1982 o el Tour de Francia de Marco Pantani? Aquí, la libertad es total. Que cada uno elija dónde colocar este cuento de hadas en su corazón.
Mientras tanto, para salir de esta otra batalla épica, nosotros, meros espectadores, literalmente exhaustos, quisiéramos ser dotados del sentido de lo sublime que Kant atribuía al hombre, para liberarse del desconcierto causado por la magnificencia de la naturaleza —magnífica pero también, como pronto revelaría Leopardi, una madrastra—. El hombre de Kant fue capaz de reconocer su propia superioridad; su acción moral le permitió situarse por encima de ella. El hombre de hoy solo puede reconocer sus propias limitaciones y aceptar que esas dos, aunque nos destrocen, regalándonos más horas de violenta belleza, pertenecen a una dimensión suprasensible. Es mejor evitar sentirse perdido o, peor aún, frustrado. Dejemos la frustración de saber que nunca podremos alcanzar ese nivel a los viejos héroes, cuyos cuerpos han sido desgastados por años de batalla y sus espíritus debilitados (el encantador Djokovic, por ejemplo), o a los aspirantes a héroes de esta increíble era en la que el deporte ofrece a diario historias y acontecimientos increíbles, historias que costaría creer incluso si alguien te las contara. En tenis, podríamos mencionar a Zverev, Medvedev o Fritz (el inquieto Rune ha desaparecido). En ciclismo, a todos los ciclistas profesionales cuyos apellidos no sean Pogacar, Vingegaard, Van der Poel, Evenepoel, y ya está. En fútbol, a cualquiera que no tenga la clase, la belleza y la juventud de un Yamal o un Doué. Porque, como dijo el poeta, los héroes son todos jóvenes y hermosos. Siempre. Así que, disfrutemos de estos marcianos con raquetas, llenémonos de la relajada plenitud emocional que proporciona contemplar semejante espectáculo.
A partir de mañana por la mañana, hablaremos de ello en el bar, donde las charlas de tenis han sustituido hace tiempo a las de fútbol. Y como somos gente honesta y de buen corazón, con un capuchino también dedicaremos un pensamiento a San Gregorio Dimitrov y sus frágiles músculos, que sean benditos ahora y para siempre. Como decían en nuestros tiempos, en la vida es mejor nacer con suerte que rico. Al final, acaban siendo ricos. Pero a los que son como Sinner, que Dios los haga aún más ricos. Porque al final, todos lo disfrutamos. Nos vemos en la pista dura. Cuidado, Carlos, ahí no hay competencia.
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