Globalización: cuestiones críticas, oportunidades y perspectivas

por Giuseppe Lai –
“Quizás sea hora de repensar la globalización tal como la conocemos”. Estas son las palabras pronunciadas por el Ministro de Economía y Finanzas Giorgetti con ocasión de la reunión anual del Banco Asiático de Desarrollo, celebrada hace unos días en Milán. Entre los puntos destacados de su discurso estuvo la necesidad de definir nuevas reglas que puedan combinar la liberalización económica con una distribución más equitativa de sus beneficios potenciales. Declaraciones que vuelven a poner de relieve la globalización, uno de los temas cruciales de la historia contemporánea que en los últimos años ha puesto de relieve muchas cuestiones críticas. Entre ellas, la crisis financiera de 2008 y la epidemia de Covid-19, que han generado no poca preocupación de que una apertura internacional ilimitada de mercados, fronteras e individuos podría constituir un riesgo. Respecto de esta visión, sin embargo, conviene, a modo de premisa, hacer una aclaración conceptual. La globalización es un proceso evolutivo complejo y multidimensional, que comprende diversos aspectos de los que pueden surgir efectos directos o indirectos, positivos o negativos. La aproximación al fenómeno, por tanto, implica un estudio profundo del tema en su articulación y debe trascender una visión genérica y superficial del mismo. Por ejemplo, si consideramos el aspecto de la difusión a gran escala del conocimiento científico y tecnológico, es objetivo que la globalización haya traído consigo una multiplicidad de efectos positivos. Durante el último medio siglo, la incidencia de la desnutrición a nivel mundial ha disminuido del 34 al 13 por ciento, mientras que la población mundial se ha duplicado en el mismo período. En el plano económico, la riqueza global (al menos medida por el PIB) ha crecido de forma constante durante treinta y nueve de los últimos cuarenta años (con excepción de 2009, el año de la crisis financiera internacional). Esto ha permitido que grandes segmentos de la población mundial tengan acceso a alimentos y agua potable y se beneficien de servicios de salud eficientes, con un aumento considerable de la esperanza de vida. Sólo entre 1990 y 2015, según el Banco Mundial, más de mil millones de personas salieron de la pobreza extrema. Además, la apertura al comercio ha permitido que gigantes demográficos como China e India se conviertan también en gigantes económicos, con altas tasas de crecimiento y la posibilidad de sentarse plenamente en la mesa de la gobernanza internacional. En los últimos años, sin embargo, la carrera por la integración económica parece estar perdiendo terreno y la idea de una economía globalizada se difunde no como vector de mayor bienestar para todos sino como factor de competencia y conflicto entre países. La crisis financiera y la pandemia, mencionadas anteriormente, pusieron en crisis los pilares de la globalización, poniendo de relieve los problemas críticos de los flujos de larga distancia de bienes, capitales y personas. En las relaciones internacionales, la invasión rusa de Ucrania en 2022 ha puesto en tela de juicio la coexistencia pacífica entre naciones dentro de fronteras reconocidas, alimentando la búsqueda de autonomía y el cierre de fronteras en muchos países. Una crítica clave que alimenta el debate entre los detractores de la globalización se refiere a su correlación con el aumento de las desigualdades económicas y sociales. En lo que respecta al mercado de trabajo, el progreso tecnológico y su difusión habrían de hecho reducido la demanda de empleos profesionales poco cualificados en favor de aquellos con un mayor contenido de conocimiento, determinando un aumento salarial para el trabajo más cualificado y una consiguiente ampliación de la brecha salarial. Se cree que la aparición de estos diferenciales es una de las principales causas del aumento de las desigualdades no sólo entre países sino también al interior de ellos. Sin embargo, hay que considerar que el impacto de la globalización en el mercado laboral no ha sido el mismo en todas partes y un factor discriminante lo representa el nivel de protección social que cada Estado ha ofrecido a los trabajadores, especialmente a aquellos con baja calificación. Una variable que trasciende la distinción entre países ricos y economías emergentes, si consideramos que Estados Unidos ha registrado un fuerte aumento de la desigualdad salarial debido a la escasa protección de los trabajadores. Por tanto, una red de apoyo social es esencial, pero también es necesario implementar, a nivel estatal, una educación que prepare a los trabajadores para convertirse en protagonistas del progreso en marcha. El desarrollo tecnológico en la era contemporánea, hasta hace poco llamada la “segunda era de las máquinas”, ha planteado importantes desafíos económicos y sociales. La digitalización, la automatización de la producción y la aparición de procesos completamente nuevos basados en la inteligencia artificial están revolucionando las economías y las sociedades. La nueva “sociedad del conocimiento” ofrece oportunidades prometedoras en términos de productividad, eficiencia y bienestar individual a largo plazo, tanto en los países avanzados como en los emergentes. Sin embargo, para aprovechar plenamente el potencial positivo de estos cambios es necesario crear las condiciones para que los beneficios se distribuyan equitativamente entre los grupos sociales y de ingresos, a fin de evitar asimetrías en las oportunidades. Y esto implica intervención estatal. Respecto al papel del Estado en relación con la riqueza y las desigualdades, son interesantes las palabras de Dani Rodrik, profesor de política económica en Harvard: las naciones ricas lo son porque están dotadas de instituciones sólidas para apoyar el mercado, capaces de legitimarlo, estabilizarlo y regularlo; Las naciones más pobres que han logrado salir adelante lo han hecho adoptando una combinación inteligente de apertura económica e intervención pública.
Sin embargo, los Estados no pueden afrontar el desafío de la globalización individualmente; Se necesita una gobernanza global con reglas internacionales compartidas. En este sentido, un tema de debate es la reforma de la OMC, la organización mundial del comercio que ha jugado un papel crucial en la liberalización del comercio en el pasado pero que se considera inadecuada con respecto a la dinámica actual del comercio internacional. Entre las acusaciones más graves que han minado su autoridad está la de no haber podido limitar con sus reglas las masivas intervenciones estatales de China que distorsionan el comercio. Europa, en particular, pide una reforma importante de la OMC en materia de comercio y clima, nuevas reglas digitales y normas reforzadas contra las prácticas desleales. Podría ser un paso importante hacia un multilateralismo más fuerte capaz de frenar las fuerzas centrífugas que conducen a una fragmentación de las relaciones económicas internacionales.
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