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En una cámara llena de gritos e hipérboles, sólo un diputado rumia el silencio. Y él dice más que nadie.

En una cámara llena de gritos e hipérboles, sólo un diputado rumia el silencio. Y él dice más que nadie.

(Getty)

Masticar chicle en casa

En el Parlamento estamos asistiendo a una pantomima silenciosa que desenmascara tanto la retórica vacía de la oposición como la apatía ruidosa de la mayoría.

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Ayer subió al podio en Montecitorio el honorable Claudio Mancini , miembro del Partido Demócrata, para decir, por fin, algo nuevo: nada. O, más precisamente, habló sin hablar. Permaneció en silencio, con los brazos cruzados, masticando un chicle imaginario. Una pequeña pantomima dirigida contra la mayoría y el subsecretario Nicola Molteni, sorprendido masticando chicle de verdad, con verdadera apatía, durante toda la discusión sobre el decreto de Seguridad. Pero ese no es el punto. La cuestión es que, sin quererlo, Mancini ha hecho una acusación mucho más amplia y sutil: contra toda la Cámara, y también contra la oposición a la que él mismo pertenece . Porque mientras todo el mundo, desde los escaños del M5 y de la izquierda, recitan, gritan, declaran el apocalipsis de la seguridad, de Israel, de la economía y de la sanidad, Mancini ha utilizado el único lenguaje que ya nadie parece conocer. La ironía. Una ironía sobria, silenciosa, visual, que en el Parlamento de las palabras infladas como pelotas de playa suena como un golpe de gong.

En el teatro cotidiano de Montecitorio, de hecho, se grita golpe de Estado al menos dos veces por semana, se evoca el fascismo cada vez que el gobierno firma una ordenanza y se grita censura desde micrófonos que funcionan perfectamente. La ironía, de hecho, es una pulga hoy, en tiempos totalmente ocupados por el paquidermo del exceso, de lo anormal. Por ejemplo, Riccardo Ricciardi , líder del grupo M5S, el miércoles, hablando de la masacre en Palestina, acusó al gobierno en la Cámara de ser –presten atención– “el sórdido cómplice de un genocidio inhumano”. Ahora bien, si queremos ser exigentes –y lo somos, por profesión y por supervivencia–, si existe un genocidio “inhumano”, se supone que puede existir uno “humano”. Pero, por supuesto, ese no es el punto. La cuestión es que, si tan solo la mitad de aquellas palabras de Ricciardi tuvieran una cuarta parte de correspondencia con la realidad, hoy no estaríamos aquí escribiendo sobre ello, sino llamando a los cascos azules de la ONU a Roma con una antorcha encendida y un pañuelo blanco ondeando desde el balcón. Pero nada: nos quedamos sentados, incluso Ricciardi, y pasamos al siguiente punto del gritoso debate parlamentario. Por supuesto, algunos dirán que el tono es importante, que la democracia también vive de la retórica. Está bien. Pero ya no estamos en la retórica. Estamos en el teatro griego. Excepto que Sófocles sabía escribir. Aunque aquí cada palabra es una puerta abierta a la hipérbole y al anacoluto lógico. Hasta el punto de que en esa Cámara, en Montecitorio, surgen a menudo cómicos malentendidos.

Y de hecho, en la misma sesión del miércoles, el diputado de la Liga Norte Eugenio Zoffili – conocido más por su energía que por su claridad de escucha – en sintonía con el tema del “genocidio inhumano” creyó oír al diputado del Partido Demócrata Peppe Provenzano decir que “Salvini tiene sangre en las manos”. Y se enojó. Con gran actuación, también. Lástima que Provenzano no lo dijera. Pero en una Cámara donde todo el mundo dice tonterías desde la mañana hasta la noche, Zoffili no es digno de lástima. En el Parlamento se puede escuchar cualquier cosa. Acusaciones planetarias, declaraciones golpistas y profecías al estilo Nostradamus. Todo en una hora. Tomemos como ejemplo a Gilda Sportiello, otra voz de Cinco Estrellas, quien el lunes, siempre a propósito del decreto de Seguridad, denunció la medida como un "giro autoritario" que "tiene como único fin la represión del disenso y la reducción de espacios de libertad". Dicho, por supuesto, desde un micrófono que funciona perfectamente, transmitido en vivo, republicado en Twitter, Instagram, TikTok y tal vez, si hay tiempo, LinkedIn. Censurado, pero multitarea. La verdad, si es que todavía hace falta este término obsoleto, es que ya nadie cree realmente en lo que dicen. Y cuando nadie cree, las palabras se vuelven como monedas falsas: hacen ruido, pero no valen nada. En resumen, es en este paisaje desconcertante donde ayer el silencio irónico del honorable Mancini adquiere un valor inesperado. Porque no sólo se burla de la mayoría que no habla y sólo mastica chicle. Pero, y este es el punto, revela por contraste cuán pobre, redundante e inútil es el énfasis de la oposición. La ironía, cuando todavía existía la política, era un signo de inteligencia. Hoy en día es sólo una interferencia.

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