El León que cuidará el Legado de Francisco

Francisquistas como el cardenal italiano Matteo Zuppi o el filipino Antonio Tagle, se hubieran lanzado desde el Trono de Pedro a la ampliación y profundización de ese legado. Pero el moderado Robert Prevost lo que garantiza es la continuidad del legado de Papa argentino, aunque sin ampliarlo ni profundizarlo demasiado.
Donald Trump y Dina Boluarte supieron recibir con mayor aplomo y entereza lo que, sin dudas, les habrá resultado una mala noticia: la consagración de Robert Prevost al frente de la iglesia católica. Por el contrario, cuando en el 2013 le dieron a Cristina Kirchner la noticia de que el cardenal Jorge Bergoglio se había convertido en Papa, la entonces presidente no pudo manejar lo que estaba sintiendo y disimuló mal su malestar. Horas más tarde, la artillería oficialista empezaba a disparar descalificaciones espantosas, como que el nuevo pontífice había sido cómplice de los crímenes de la sanguinaria dictadura militar que comenzó en 1976.
En cambio, el jefe de la Casa Blanca y la presidenta de Perú pudieron sonreír y decir lo que seguramente no sentían al enterarse de que en el trono de Pedro se había sentado el sacerdote de Chicago, que pasó tres décadas de acción pastoral en el país sudamericano.
Esa noticia tan grata y sinceramente saludada por el pueblo del Perú no podía resultar grata a la presidenta a la que criticó duramente por las sangrientas represiones con que aplastó las protestas campesinas contra la caída y el encarcelamiento de Pedro Castillo. Tampoco habrá sido una grata noticia para su socia política en las sombras, Keiko Fujimori, a cuyo padre Prevost cuestionaba de manera pública por los crímenes que cometió el régimen autoritario que encabezó en lo ‘90.
También Trump supo tragar saliva y sonreír al anunciar públicamente que felicitaba al primer estadounidense que llega al máximo liderazgo del catolicismo mundial. Él quería que el nuevo Papa sea el cardenal ultraconservador Raymond Burke, o el arzobispo de Nueva York Timothy Dolan, dos fervientes defensores del actual presidente de Estados Unidos. Otra opción para el magnate neoyorquino era el cardenal guineano Robert Sarah, un ultra-ortodoxo que superó a Burke y a Dolan en cantidad y agresividad de los ataques contra las reformas de Francisco.
Pero ganó el cardenal norteamericano más cercano al Papa argentino. Alguien que, además, tiene el carisma de Bergoglio, con una imagen que irradia humildad, compasión y sensibilidad, lo opuesto a la arrogancia, agresividad y supremacismo que transmite la imagen de Trump y de muchos de sus correligionarios ultraconservadores en otros países.
Prevost tiene dos identidades que repelen a la ideología que vanagloria a los mega-millonarios como una clase superior con derecho a ejercer también el poder político. El nuevo Papa es agustino, o sea un sacerdote que pertenece a la orden mendicante de San Agustín, creada en el siglo XIII por el Papa Inocencio IV, uniendo comunidades de eremitas de Toscana.
Los eremitas eran místicos que se aislaban en la soledad y el silencio para dedicarse sólo a meditar, incluso sin bañarse ni alimentarse. Esos ascetas solitarios se multiplicaron en la Alta Edad Media, difundiendo su ascetismo extremo y considerando los lujos y las riquezas como abyecciones despreciables.
La orden basada en la prédica de Agustín de Hipona, es mendicante y destinada a acompañar a los más pobres.
La otra señal del nuevo papado es el nombre pontificio elegido por Prevost: León XIV. O sea, un continuador del Papa León XIII, quien en el siglo XIX escribió la encíclica Rerum Novarum, en la que se pronuncia contra el capitalismo sin frenos que genera explotación de los proletarios por los propietarios.
León XIII describió el orden social generado por la Revolución Industrial, remarcando la necesidad de evitar abusos de los poderosos sobre las clases débiles, mediante la creación de sindicatos y la promulgación de leyes laborales en el marco de un Estado socialmente presente.
De ese modo, proclamarse en la senda de León XIII es proclamarse cercano a los valores de la Rerum Novarum, la encíclica que fundó la Doctrina Social de la iglesia, pero no desde el marxismo ni desde el anarquismo, sino desde el tomismo aristotélico, la filosofía de la iglesia escolástica que se contrapone al materialismo dialéctico.
La pertenencia a una orden mendicante y el apego a la doctrina social de la iglesia son señales que dibujan un perfil exactamente opuesto a los postulados del ultra-conservadurismo en auge. Por eso es difícil imaginar que Trump y los gobernantes y dirigentes de otras latitudes que con él se identifican, hayan sentido alegría al recibir la noticia sobre la consagración del nuevo Papa.
Aunque con tinte personalista, Francisco fue un moderado que abrió la iglesia a sectores siempre marginados y anatemizados, como los homosexuales y los divorciados, entre otros. Francisquistas como el cardenal italiano Matteo Zuppi o el filipino Antonio Tagle, se hubieran lanzado desde el Trono de Pedro a la ampliación y profundización de ese legado. Pero el moderado Robert Prevost lo que garantiza es la continuidad del legado de Papa argentino, aunque sin ampliarlo ni profundizarlo demasiado.
* El autor es politólogo y periodista.
losandes