Feijóo en la Antártida

La historia de la carrera por la conquista del polo Sur es bastante conocida, aunque espero que en este domingo ya casi veraniego me permitan recordársela sucintamente. En tal día como hoy, un 15 de junio, pero de 1910, hace exactamente 115 años, el barco del capitán Scott, el Terra Nova, partía desde el Reino Unido a la conquista de la Antártida. El polo Norte ya había sido alcanzado, no sin polémica y acusaciones de falsedad, por Robert Peary, y también afirmaba haberlo logrado Frederick Cook, así que el polo Sur era la última gran aventura sobre la superficie de la Tierra. El mítico punto no hollado por pisada humana alguna.
Robert Scott reunía todos los requisitos de la ensoñación imperial británica. Oficial y caballero, para decirlo con el tópico, partía hacia su aventura polar en loor de multitudes. Su expedición había sido profusamente anunciada y generosamente sufragada. Contaba en su equipo con varios exploradores polares y él mismo había estado ya en la Antártida, habiendo liderado la expedición Discovery. Y tenía la enorme ventaja de que, un par de años antes, Ernest Shackleton casi había llegado al polo Sur y le había cedido toda su experiencia y conocimientos. Shackleton había recorrido cuatro quintas partes del desierto helado antes de tener que renunciar.
Scott llevó consigo trineos de motor, caballos siberianos, un moderno equipo de radio y provisiones y material sobrado para mucho más tiempo del supuesto como necesario. Su viaje solo podía tener un destino: la Gran Bretaña conquistaría el polo Sur y recuperaría parte de su orgullo nacional.
Casi al mismo tiempo que Scott, un explorador noruego, Roald Amundsen, se había propuesto también alcanzar el mítico polo Sur del globo. Amundsen era muy distinto al oficial inglés. Había explorado el paso del Noroeste, el que une los océanos Atlántico y Pacífico, y eso le había permitido aprender de los pueblos esquimales. En su expedición antártica no había trineos de motor, pero sí numerosos perros. Y tal vez fueron ellos, o la planificación y tenacidad del explorador noruego, lo que decidió la carrera. Amundsen llegó el primero al polo Sur y dejó plantada la bandera de Noruega y una tienda de campaña para despejar cualquier duda.
El líder popular está tan ansioso por ser presidente que comete errores como la manifestación del pasado domingoScott y sus hombres hubieron de conformarse con llegar los segundos, un mes más tarde, y, en su regreso, perecieron cuando se encontraban a apenas dieciocho kilómetros de uno de sus depósitos de provisiones.
La muerte convirtió al oficial de la Marina Real en un héroe legendario, ejemplo de la deportividad y el valor británico. Sin olvidar a Oates, un compañero de expedición que, al sentirse desfallecer, y para no seguir consumiendo las reservas de alimento que tenían, salió al exterior de la tienda para morir congelado. Scott dejó escrito que las últimas palabras de Oates fueron: “Voy a salir fuera y puede que por algún tiempo”. Flema británica y autopropaganda, que es lo que se desprende de la despedida final del diario de Scott, cuando sabe que la muerte está ya próxima.
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El capitán Scott también –contra lo que dice parte de su leyenda– contaba con perros para tirar de trineos. Y de hecho esperaba un socorro con perros que nunca llegó, pese a sus instrucciones. Por supuesto, la pasión inglesa por sus mascotas hizo que el valiente Scott pereciese por no haber querido cometer la ignominia de esclavizar y fustigar canes. En fin, así se escribe la historia…
Pues bien, y vayamos ya al charco helado de hoy. Alberto Núñez Feijóo, como Robert Scott, lo tiene todo para alcanzar y cumplir su destino de llegar a ser presidente del gobierno del Reino de España. Cuenta con las encuestas a favor, con una poderosa maquinaria mediática y con el apoyo de buena parte de las instituciones de este país, desde parte de la judicatura hasta la llamada policía patriótica. Es el líder de un partido que gobierna en trece autonomías y todo le señala como el elegido. Pero está tan ansioso por llegar que comete errores garrafales como la manifestación del pasado domingo. Feijóo corre riesgos que pueden dejarlo helado. Y no solo por las dudosas compañías. También porque nunca hay que despreciar la tenacidad de un perro acostumbrado al clima extremo y muy adverso.
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