Jose Coronado estrena la 'Succession' española en Netflix: su personaje más complejo

Succession dejó una huella cuyo rastro es fácil de seguir. Y no lo decimos por los seis Satellite Awards, ni los nueve Globos de Oro, ni los quince Emmys que fue acaparando la serie de Jesse Armstrong para Max temporada tras temporada. Más bien por cómo sus magníficos guiones batían récords de audiencia en la plataforma adaptando al lenguaje audiovisual moderno uno de los más antiguos tropos de la ficción seriada: los trapos sucios de familias poderosas que comparten tanta sangre como business. De Dallas y Falcon Crest, pasando por Empire y Yellowstone.
En España recientemente lo intentó Movistar+ con Galgos, y antes lo hizo con Gigantes. Pero quizás ninguna intentaba tanto parecerse a Succession –en sus formas, en su texto, en sus personajes–, como lo hace Legado. La serie creada por Carlos Montero, Pablo Alén y Breixo Corral llega a Netflix el 16 de mayo con la intención de ofrecer una buena dosis de binge watching aireando las vergüenzas de la familia Seligman, poseedora de un influyente –y autodenominado "progresista"– grupo mediático español.
Como ya hizo en la serie de Urbizu, José Coronado ejerce de un inflexible pater familias enfrentado a sus propios hijos por una cabecera que considera que ha perdido el norte. Al tiempo que decide recuperar el "honor" y el prestigio del periódico que fundó, asiste a cómo todos los miembros de su familia están dispuestos a despedazarse por un trozo de pastel.
Federico Seligman –José Coronado– ha estado incapacitado para dirigir el periódico El Báltico y, durante su ausencia, su hijo Andrés –Diego Martín–, ha hecho lo que tenía que hacer para mantenerlo a flote. Es decir, ha hecho lo que ha aprendido de su padre. Esto implica engañar a la junta de accionistas y fingir que la cabecera tenía más suscriptores e influencia de los que tenía, y por tanto cometer un fraude. Algo que, en otros tiempos, su padre habría suscrito a pies juntillas, pero que ahora siente como un ataque personal.
Lo que empieza siendo una riña entre padre e hijo, termina implicando a Yolanda Seligman –Belén Cuesta–, a su hermana Lupe –Natalia Huarte– e incluso a la joven estudiante de periodismo Lara Seligman –Maria Morera–. Cuatro hermanos que, como los Roy, ejercen distintos roles dentro del conglomerado empresarial de la familia, pero también extienden su influencia hasta en un recientemente creado partido político de izquierdas con contactos en el gobierno de la nación.
Lo que al principio parece funcionar como cóctel a punto de estallar, en Legado pronto se torna un mézclum soso, al que uno demanda constantemente un punto más de atrevimiento o inspiración. Entretiene, pero confunde apelar al espectador con mantenerlo pegado a la pantalla por el simple hecho de que ocurran muchas cosas al mismo tiempo. E incluso se convierte por momentos en un sonrojante juego de espejos con la realidad política actual en los que un espectador medianamente informado puede reconocer a Pedro Sánchez, a Más Madrid, a Irene Montero y hasta a Rosa María Calaf.

Un show que trasciende el típico pijos-haciendo-cosas pero que aspira a la seriedad, e incluso a la sátira política más o menos ocurrente, por ir esta dirigida hacia la izquierda en lugar de la derecha. Entonando con voz grave un discurso tan manido como "todos los políticos son iguales", sin el peso formal ni el andamiaje actoral de El Reino.
Tampoco brillan aquí el peso dramático de Crematorio o las ganas de remover el avispero de Vota Juan. Legado es más bien acercarse al avispero y retratar que las abejas se mueven, sin ningún interés más allá de su mero movimiento. Pues sí: en la política pasan cosas, pero para apelar, para trascender, estas cosas necesitan tener una razón de acontecer, llegar al espectador con alguna idea detrás. Lo contrario o se convierte en puro arte, por bello y sinrazón, o en espectáculo banal, por feo y sinrazón.
Esto no obsta que la serie funcione, en parte gracias a algún sorprendente giro de guion que aporta claroscuros a determinados personajes. Es el caso del Federico Seligman de Coronado, un personaje complejo que podría ser una secuela espiritual del Luis Sanz de la serie Periodistas y que por momentos se beneficia –tal vez por el momento vital o por cercanía en tempos de rodaje– de la estela frágil del Julio Arenas (o Gardel) de Cerrar los ojos de Víctor Erice.

Vamos a ser honestos: Legado es a Succession lo que El corazón del guerrero a Dragonheart. La serie de Montero, Alén y Corral peca de esforzarse demasiado en imitar los gestos, puesta en escena, alcance verborreico y roles de personajes de la de Jesse Armstrong. Tanto que la comparación surge de forma inevitable y para mal en el caso del drama español.
En Legado las tramas se componen y descomponen a velocidad de crucero, los personajes toman decisiones que cambian sus destinos cada cinco minutos. Existe en ella una suerte de miedo atávico a perder la atención del espectador, a que las cosas se estanquen. Y eso retuerce los guiones hasta límites un tanto exasperantes, algo que por otra parte ya ocurría con Respira, la anterior serie de Carlos Montero para Netflix.

Pero en su empeño por imitar el gesto "arsmtrongiano", uno reconoce –no sin rubor–, ciertos rasgos del síndrome de un escritor novel –siendo todos gente bien situada en la industria–. Esto es: tan empecinado puedes estar queriendo parecerte a tus ídolos que pierdes tu propia voz. Una inseguridad latente en el ejercicio creativo que parece trasladarse a la pantalla a través de cierto nerviosismo, incluso un punto de arrogancia.
Aunque en el panorama seriéfilo patrio, probablemente no quede por menos que aplaudir que Legado sea tan endiabladamente entretenida, porque lo es y sería poco lúcido no verlo. Por mucho que termine siendo otra ficción que demuestra que a Succession le ocurre como a Bad Bunny: todos quieren seguir sus pasos, pero no llenan sus huellas.

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