La batalla final (o no)

El PP considera que se ha iniciado la batalla final para asaltar el poder. Todos los que podían hacer han hecho. A veces saltándose incluso las reglas del juego. Cuando la derecha huele sangre, descorcha el champán y reparte cargos antes de tiempo. Y es que la oposición tiene síndrome de abstinencia, pues el poder es más adictivo que la peor de las drogas.
La nueva portavoz parlamentaria del PP, Ester Muñoz
Jesús Hellín /EPEl Gobierno está tocado, pero no hundido, tras el encarcelamiento de Santos Cerdán. Pedro Sánchez no es de los que abandonan el barco, aunque se atisbe el iceberg. Es más, piensa que aún puede manejar el timón para evitar el naufragio. Pero la temperatura política en la capital de España es mucho más alta que la meteorológica. Madrid ha dejado de ser una ciudad para convertirse en un rumor, que no es la antesala de la noticia, lo diga quien lo diga. Los mentideros aseguran que saldrán más nombres que incriminarán a dirigentes del PSOE, la UCO escarba en montañas de documentos buscando ilustres execrables y la fachosfera saca espuma por la boca.
Feijóo elige tipos duros para emprender lo que considera el asalto definitivo al poderFeijóo ha entregado el control del partido a Miguel Tellado, que es un tipo duro de cara blanda. Y ha elegido a Ester Muñoz de portavoz del Congreso, que tiene lengua en forma de navaja. Los tipos duros no bailan, escribió Norman Mailer, pero Tellado y Muñoz tienen cuerpo de jota y mente de soldado. Son dos acreditados deslenguados con cuyas intervenciones parlamentarias se puede elaborar un diccionario de insultos, ofensas, improperios y escarnios. Nadie como esos dos tough guys para ir a la guerra. Y es mérito del presidente del PP haber mantenido prietas las filas a las puertas de su congreso, donde incluso Isabel Díaz Ayuso ha acabado por morderse el labio.
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Sánchez intenta ganar tiempo y Feijóo intenta no perderlo. La economía va bien, pero la política no. Madrid va camino de convertirse en una rave ruidosa e interminable. Arde Madrid sin Ava Gardner. Es esa hora en que los tipos duros saben que lo único que no pueden permitirse es bajar la voz o la guardia. Con el riesgo de quedar afónicos o atónitos.
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